Iván Restrepo
Lo que las aguas negras descubrieron en Chalco
Las aguas negras que inundaron recientemente varias colonias de Chalco y áreas aledañas no solamente dejaron más pobreza a miles de personas, sino que pusieron al descubierto la falta de una política oficial en materia de desarrollo urbano, y de igual manera, la forma burda con que los funcionarios tratan de ocultar las causas de las tragedias. Ahora la atribuyeron a las fuertes lluvias que rebasaron la capacidad del río La Compañía. El propio presidente Zedillo sostuvo que se trató de un "desastre natural".
Muy pronto comenzó a saberse la verdad. Por principio, lo que hoy conforma el área urbana de Chalco fue durante miles de años un lago interconectado con otros sistemas lacustres como Xochimilco y Texcoco. Desapareció, junto con otros más, por la acción destructora de quienes, a diferencia de nuestros antepasados, no supieron hacer un manejo sabio del agua y el medio en la cuenca del Valle de México. Luego, a mediados de este siglo, predominaron allí las siembras de maíz y otros cultivos básicos; no había ninguna traza urbana, todo era ejido.
A fines de los años setenta comenzó el poblamiento masivo de Chalco a través de la venta ilegal de más de 2 mil hectáreas ejidales. Miles de familias pagaron a líderes fraccionadores para tener derecho a un lote de tierra y levantar en él sus casas. Estudios realizados por investigadores del Centro de Ecología y Desarrollo (Jorge Legorreta y María García Lascuráin, entre otros) señalan a los responsables de esas ventas, entre los que destacan: Brígido Salas, Miguel Campos y Gilberto González, quien se encargó de vender cerca de 36 mil lotes. En esa tarea gozaron del apoyo y la complicidad de las autoridades ejidales, del estado de México y de la Secretaría de la Reforma Agraria.
A principios de los años noventa numerosas familias ya vivían ahí sin agua potable y electricidad. Sufrían inundaciones por falta de drenaje y porque Chalco está ubicado en la parte baja de la cuenca. El gobierno comenzó entonces la regularización de la propiedad en las nuevas colonias y la introducción de servicios. Millones de pesos del programa Solidaridad se invirtieron en estas acciones. A fines del sexenio de Salinas, Chalco fue el mejor ejemplo de lucha contra la pobreza. Hasta el Papa estuvo ahí para atestiguar la transformación, casi milagrosa. Hoy, es una ciudad con más de 300 mil habitantes, que no cesa de crecer en medio de problemas.
La regularización de lotes y la inversión pública millonaria en Chalco no solamente permitieron el control político de los beneficiados por parte del gobierno y su partido, ya que paralelamente atrajo más pobladores hacia nuevas zonas ilegales y carentes de servicios, pero esperanzados en que pronto su situación sería resuelta. Así, la mancha de asfalto avanza incontenible e impide la recarga de los acuíferos, mientras las abundantes aguas negras y de lluvia se canalizan a través de los ríos Ameca y La Compañía (el cual descarga finalmente en el lago de Texcoco) y del canal de Tláhuac.
A esa forma irracional de permitir la ocupación del territorio se agregan, por lo menos, otros tres hechos negativos: 1) sobrexplotación de los mantos acuíferos de la región metropolitana con el consiguiente hundimiento de Chalco y zonas aledañas, que hoy están siete metros abajo del río La Compañía; 2) no desazolvar dicho río ni reforzar oportunamente sus bordos de contención para evitar su reblandecimiento por las lluvias. Las aguas negras que lleva terminaron por salirse de su cauce inundando las partes bajas; y 3) la corrupción y los intereses políticos que marcan la obra pública.
Ante la tragedia, que todavía no concluye, nadie puede ocultar que las medidas tantas veces anunciadas por el gobierno para prevenir desastres, no se aplicaron en Chalco; igualmente se ignoraron las denuncias de algunos lugareños sobre fugas de agua en los bordos. El sistema de prevención y protección civil llegó a tiempo, pero para contar los damnificados y calcular los daños. Los funcionarios, que deben garantizar el desarrollo sustentable y el sano crecimiento de los asentamientos humanos, y que apenas ayer inauguraban obras y prometían el bienestar de las familias de la zona, quisieron aparecer casi como héroes, salvadores de los damnificados y expertos en controlar el problema técnico de las aguas negras. Nadie como ellos a la hora de ofrecer ayuda a quienes perdieron la mayoría de sus bienes en la inundación; y para luego de su negligencia, alzarse con el santo y las limosnas, buscando cambiar apoyos por votos para el tricolor.
Y mientras esos funcionarios sostienen que se tomarán las medidas adecuadas para evitar otra tragedia, continúa la explotación irracional de los mantos freáticos de la cuenca de México, lo que en Chalco representa un hundimiento de, por lo menos, 40 centímetros al año; además, se siguen alentando los asentamientos irregulares ahí mismo, en Ixtapaluca, Chimalhuacán y Amecameca. Se ponen así las bases para nuevas tragedias. Ya aparecerán los funcionarios que, nuevamente, culpen a la naturaleza de los desastres que ocasiona el hombre.
Sin embargo, seamos justos: no sólo en México se echa la culpa a quien no la tiene. Muy buena parte de las miles de víctimas que ocasionó en Centroamérica en 1998 el huracán Mitch, se deben a la negligencia humana, no a la naturaleza. Igual pasó en diciembre último en Venezuela, cuando las lluvias desgajaron cerros de lodo matando a miles de personas y causando serios daños económicos. Se comprobó que la culpa fue de quienes permitieron asentamientos humanos en áreas inadecuadas. Chalco es, así, un caso más en esa larga historia de irresponsabilidad oficial.