Ana María Aragonés
ƑY los migrantes? Mal, gracias
Por última vez Ernesto Zedillo visitó como presidente a William Clinton. Y ni ahora, ni en el primer encuentro, cuando inició su sexenio, los migrantes mexicanos figuraron como tema de la agenda del mandatario mexicano.
Los migrantes no son de interés para los personajes de los círculos del poder con los cuales se entrevistó. Lo que sí defendió religiosamente fueron sus políticas neoliberales, y hasta llegó a señalar que la gente queda excluida del desarrollo no por la globalización, sino por la falta de niveles adecuados en educación y salud y por la desnutrición (La Jornada, 9 de junio).
Como si los graves rezagos que padece la población mexicana en esos rubros no fueran justamente la consecuencia de la aplicación de esas polí- ticas insertas en la globalización.
Lamentablemente, mostró ante el tema migratorio la misma indiferencia que los agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos y del Grupo Beta de México, quienes presenciaron la dramática muerte de dos connacionales cuando fueron literalmente tragados por el río Bravo, en su desesperada huida al ser descubiertos por los oficiales en la ciudad de Brownsville, Texas. Este doloroso acontecimiento resume exactamente la gran tragedia de los mexicanos que emigran a Estados Unidos: nadie les va a echar la mano, ni de un lado ni del otro.
La constante de la política migratoria de este gobierno se resume en lanzar encendidos discursos, pero normalmente son pura palabrería.
En las cada vez más dramáticas condiciones de los indocumentados en su paso por la frontera se ha reiterado la enorme responsabilidad que tienen los coyotes o polleros. Sin embargo, no hay que olvidar que en el inhumano tráfico de trabajadores hay una necesaria mancuerna y complicidad entre estos delincuentes y aquéllos que están dispuestos a recibir los cargamentos de indocumentados, es decir, los empresarios, patrones, granjeros, etcétera. Muchos de los indocumentados tienen un destino que ha sido acordado entre patrones y polleros: los transportes los esperan al otro lado de la frontera, listos para desplazarlos rápidamente a sus nuevos lugares de trabajo.
Esto confirmaría una vez más que, si bien es cierto que los mexicanos buscan mejores condiciones de vida ante la incapacidad del gobierno mexicano para cumplir con sus más elementales compromisos con la población, también es cierto que si logran acceder al mercado estadunidense se debe a que en ese país existe una demanda interna insatisfecha como resultado de una economía dinámica y en constante expansión, generadora de una demanda extraordinaria de trabajadores que no puede satisfacerse con recursos humanos internos. Esto es lo que actúa como un imán para la fuerza de trabajo extranjera, y lo que está en la base del incremento de la ilegalidad, al estar favorecida por los propios patrones.
Para quitarle fuerza al binomio coyotes-patrones, el gobierno tendría que tomar la responsabilidad de negociar las mejores condiciones laborales para los trabajadores mexicanos que son requeridos en Estados Unidos y ofrecer todos los canales disponibles para hacer respetar las condiciones acordadas. No se trata de reditar el Programa Bracero, sino de darle nuevos contenidos en un momento de transición en el que dentro del mediano plazo deberá buscarse la renegociación del Tratado de Libre Comercio y la reorientación de la economía.
El propio Alan Greenspan, conocedor de los problemas demográficos de su país, se mostró a favor de abrir la frontera a los trabajadores extranjeros. Pero cuando el presidente Zedillo habló con este personaje, no aprovechó para revalorar y apoyar a nuestros migrantes, ni siquiera los mencionó, lo cual se comprende, pues son justamente los migrantes la prueba fehaciente del profundo fracaso de la política económica y social de su sexenio.