MIERCOLES 14 DE JUNIO DE 2000
Ť Habla el historiador Enrique Florescano, autor de La bandera mexicana
El águila y la serpiente es un signo que devino catalizador mítico
Ť Se combinó con la imagen de la Virgen de Guadalupe para acentuar nuestra identidad, sostiene
Ť La revalorización de ese emblema demuestra que a la postre venció a los símbolos europeos
Renato Ravelo Ť Parece obvio. Un águila devora una serpiente. Ese fue el signo que vieron los mexicas cuando llegaron al Valle de Tenochtitlan y de ahí pasó directamente a banderas y libros de texto, pero sobre todo al imaginario de identidad de quienes se dicen mexicanos. Pero no es así de simple, descubrió el historiador Enrique Florescano hace unos años mientras buscaba hacer un gran ensayo sobre los símbolos nacionales. La historia sorprendente de ese itinerario de búsqueda aparece ahora en el volumen La bandera mexicana.
Al principio no fue pensado como un libro, explica Florescano: ''Estaba trabajando un tema, el de mi próximo libro, que es Cómo se construye la nación y había decidido empezar primero por los símbolos, como la bandera, el himno nacional, los héroes. La investigación de la bandera fue creciendo".
Rastro iconográfico y de textos
Cuenta en entrevista el también autor de El mito de Quetzalcóatl: ''Supuse que habría múltiples estudios acerca del origen del escudo nacional. Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que no era así, y lo que originalmente iba a ser un capítulo empezó a desarrollarse".
Me preguntaba, dice Florescano, ''Ƒcómo es que un símbolo de los mexicas sobrevive por encima del resto de las culturas prehispánicas y pasa a formar parte del escudo nacional?" y más que una sola respuesta empezó a seguir un rastro iconográfico y de textos que derivaron en múltiples preguntas: Ƒqué significaba para los criollos reconciliar el pasado indígena?, por ejemplo.
Es importante señalar, aclara, que la investigación de imagen y de texto requiere un adiestramiento: ''Los historiadores a veces consideran que no hay diferencia entre ambos, o que las iconografía no tiene mucho que aportar. Los valores más profundos, más íntimos de una nación, se expresan en los símbolos de una manera muy distinta. No es lo mismo la imagen de la Virgen de Guadalupe en la actualidad que en el siglo XIX. Texto e imagen son en cierta manera autónomos. Desde el libro de Quetzalcóatl me interesé en la iconografía, seguir el desarrollo propio de la imagen, de los símbolos".
Florescano, en esa búsqueda, se remonta a mil años antes de Cristo, cuando aparecen en Mesoamérica los primeros cacicazgos y encuentra el llamado ''Mito de la Primera Montaña Verdadera, la colina que brotó de las aguas primordiales y que contenía el agua fertilizadora y las semillas nutricias que sustentaron a los primeros seres humanos".
La pertenencia como un valor está detrás de ese mito que se modificaría al adaptarlo al famoso relato de la salida de Aztlán por instruciones de Huitzilopochtli para llegar a fundar Tenochtitlan en 1325.
El águila como símbolo solar, explica Florescano, fue impuesto junto con el árbol cósmico, el sacrificio de corazones conforme a la llamada Triple Alianza que venció a los tepanecas en el mil 400.
Hasta ahí la historia es relativamente conocida por la mayoría de los mexicanos. El paso del símbolo mexica por los siglos de la Colonia, relata Florescano, es el que resulta más interesante porque su historia se entreteje con la de la formación de unos valores nacionales y de integración religiosa.
La primera gran sorpresa, dice el historiador, es que de manera explícita encontró una prohibición para que se reprodujera el águila devorando a la serpiente en el nopal. Hubo un grupo criollo que justamente por esto se lo fue apropiando.
Juego de identidad
El símbolo fue utilizado lo mismo por un arzobispo que por un virrey en un juego de identidad que Florescano, entusiasmado, describe:
''Se jugaban los intereses propios y los del resto de la población. Además, esto ligado a los nuevos estudios que han revelado que entre 1744 y 1750 la Virgen de Guadalupe pasa a ser incluso escudo de la ciudad de México."
Esta relación que emparenta al símbolo del águila y el nopal con la imagen de la Virgen de Guadalupe se mantiene desde 1750 hasta 1810. Florescano explica: ''Contra lo que dicen, la imagen de la guadalupana se convierte en símbolo nacional desde el siglo XVII, para erigirse en la patrona del Virreinato".
Marta Terán en España, explica Florescano, ha encontrado banderas de otros ejércitos decomisadas por Calleja, en las que se ve el uso de la imagen de Guadalupe, que independientemente de ser de tipo religioso forma parte de nuestros bienes históricos como nación.
El emblema del águila y la serpiente, al mezclarse con la Virgen de Guadalupe -explica Florescano en el volumen- ''e infundir a esa imagen un acentuado sello de mexicanidad, se transformó en un catalizador mítico que afirmaba la identidad indígena con el pasado remoto. Y para los criollos y mestizos vino a ser un puente entre su presente incierto y un pasado iluminado por el prestigio de la antigüedad".
A diferencia de la guadalupana, sostiene el investigador, desde el principio el emblema mexica era pagano, transmisor de un mensaje de identidad más bien política, que llamaba a la adhesión con los valores indígenas. No a todos, no necesariamente a los valores mayas, por ejemplo, sino una adhesión al pasado remoto, al tratarse de un símbolo mítico que, podía decirse, tenía el carácter de una revelación de los dioses.
A esos elementos, agrega Florescano, se le suma el contexto de la independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa, que de alguna manera aceleran la formación de los emblemas nacionales.
Lo cierto, argumenta, es que estas revelaciones contradicen la ''tesis de los historiadores y antropólogos que afirmaron que la conquista española hizo tabla rasa de las antiguas culturas mesoamericanas".
Concluye Florescano: ''La revalorización del emblema del águila y la serpiente muestra que los símbolos de las culturas mesoamericanas resistieron con éxito la invasión de los símbolos europeos y a la postre se impusieron a éstos".