MIERCOLES 14 DE JUNIO DE 2000

Ť Siete escultores/ VIII* Ť

Ť Alberto Blanco Ť

Iconoteca abierta

La escultura es una oración plástica.

Mathias Goeritz

 

Es un lugar común afirmar que en el momento mismo en que Mathias Goeritz llegó a México en 1949 -huyendo, como tantos otros artistas de gran valía, del oprobio nazi primero, y del aplastante peso de la tradición europea después- terminó su carrera de pintor. No así su carrera de artista que, en realidad, cobró forma definitiva en México siguiendo los cauces de lo que él llamó la ''arquitectura emocional" y la escultura. ''México no es un país, es un vicio", solía afirmar Goeritz. Tal vez se podría decir, parafraseándolo, que para él como para otros muchos artistas la escultura no es un arte, es un vicio. Sólo que es un vicio que revierte el sentido común de ese dicho que ha servido de emblema a tantos desatinos: vicios privados, virtudes públicas. En la escultura lo que podemos ver es la puesta en práctica de una serie de virtudes privadas que desembocan muchas veces en un vicio público que casi todos nosotros compartimos: la iconofilia, que en algunos alcanza el rango de iconolatría.

Es evidente que al utilizar palabras tan cargadas como ''vicio", ''virtud", ''iconofilia", ''iconolatría", cuando hablamos de la escultura, lo que se hace patente es una dimensión del arte que tiene que ver no sólo con la moral -sea ésta privada o pública- o con la ética, sino con la esfera toda de la religiosidad.

Uso la palabra ''esfera" con toda intención para referirme a la esencia religiosa del arte por varias razones. Voy a dar cuatro.

La primera: porque se trata de un cuerpo sólido, geométrico, perfecto que nos remite a la idea de perfección en la totalidad.

La segunda: porque las asociaciones simbólicas de esta figura son tantas y tan comunes que las podemos dar por compartidas y por sentadas (por más que la imagen de una esfera ''sentada" nos resulte chusca). Todas ellas se mueven dentro de nuestro radio acción.

La tercera razón tiene que ver con el hecho de que siendo seres humanos, habitantes de un planeta llamado Tierra cuya forma es nada menos que esférica, pasamos la vida batallando y luchando en contra de la gravedad. Prácticamente no hay esfuerzo humano que no tenga como fin, de un modo u otro, vencer la fuerza de la gravedad.

De todas las artes que conocemos, sólo hay tres que trabajan de un modo muy específico y consciente con los efectos de la fuerza de la gravedad: la escultura, la arquitectura y la danza. Entre otras similitudes, estas artes tienen en común el hecho de que han sabido reconocer, enfrentar y dominar el desafío de esta fuerza por demás misteriosa; una fuerza que intrigó a Einstein toda su vida, como ha intrigado a muchas de las mejores mentes de todos los tiempos. La escultura, como lo hacen las otras dos artes, trabaja siempre a contracorriente de los efectos de la fuerza de la gravedad.

Por otra parte, la escultura y la danza comparten también, y tal vez como una extensión de lo antes dicho, un culto al cuerpo, que en la escultura es un punto de partida y una referencia obligada, y en la danza, más que un punto de referencia, viene a ser el lugar donde se realiza la obra de arte, así como el destino final de la aventura.

Pero existe todavía una cuarta y poderosa razón que justifica la imagen de la esfera y que, estando íntimamente relacionada con las tres anteriores, no sólo las engloba y resume, sino que incluso las trasciende: la idea de un arte total. Y creo que en este sentido no hay una esfera que resuma mejor esta aspiración que la que se puede ver ''sentada", por decirlo así, en un cubo y que se puede considerar, tal vez, la primera obra de escultura abstracta. Esta obra admirable fue diseñada en 1777 para su jardín en Weimar por un artista (para mayores señas, un poeta) que buscó toda su vida la totalidad de las artes y las ciencias -El Arte con mayúsculas- con todo su cuerpo y toda su alma: Johann Wolfgang von Goethe.

La idea de que existía un gran Arte que era la base de todas las artes, ciertamente no era nueva. Sin ir más lejos, el romanticismo ya había insistido una y otra vez en que habría que considerar esta tendencia no sólo como una posibilidad, sino como una verdadera necesidad. Y esto sin hablar del arte que se produjo en las sociedades tradicionales -el arte oriental, el arte del cristianismo primitivo, el arte ''salvaje'' de Africa y Oceanía, el arte mesoamericano, las artes populares- y que bien podríamos agrupar bajo la denominación (así, de nuevo, con mayúsculas) de Arte Tradicional.

Mathias Goeritz creyó -como palmariamente lo demuestra su Escuela de Altamira y el Manifiesto de los Hartos, por sólo citar un par de ejemplos- toda su vida en esta posibilidad. Fue con esta idea en mente que Goeritz innovó la práctica de la escultura en México de un modo profundo y determinante. Directa o indirectamente, se puede decir que todos los escultores que participan en esta exposición le deben mucho al genial artista nacido en Danzig y muerto en México.

En su ensayo titulado Mathias Goeritz y su concepción de la escultura, Ferruccio Asta dice:

''Las búsquedas de Goeritz en su expresión escultórica lo llevaron por necesidad de abstracción, cada vez más, al mundo de la geometría. Lo verdaderamente importante del empleo de la geometría reside en la cercanía de la estabilidad, racionalidad y simetría que esta disciplina busca obtener. En Goeritz, sin embargo, no existen los ángulos rectos; tiende en cambio a emplear los agudos y a buscar una movilidad que logra por medio del cambio en escala, medida o grosor de los elementos constructivos, resabios de su expresionismo.''

Ricardo Regazzoni, cuya formación como arquitecto lo acerca a Goeritz, ha basado toda su obra, al igual que González Gortázar -otro arquitecto- en los mismos principios que el maestro de las Torres de Satélite y El eco: en la geometría y en la abstracción. Para dar forma a su necesidad expresiva, Regazzoni ha recurrido, con una constancia que raya en la obsesión, a un elemento arquitectónico que concentra todo el esfuerzo de una construcción en su lucha por mantenerse de pie ante la fuerza de la gravedad: la columna.

Las columnas de Regazzoni, al igual que las columnas que ahora presenta Mayagoitia, pertenecen a esa familia de formas verticales que en búsqueda del cielo necesitan tener sus bases perfectamente enraizadas en la tierra.

Esculturas, torres, árboles, cuerpos: criaturas que, como los mismos escultores, escudriñan con ojo avizor las alturas con los pies bien plantados en la tierra.

 

* Continuación del ensayo que el autor preparó, ex profeso, para la muestra Escultura, primavera 2000 que se exhibe en el camellón de Reforma y Gandhi