La Jornada miércoles 14 de junio de 2000

Carlos Martínez García
Farol de la calle

Con la coyuntura electoral como pretexto se ha arreciado la andanada de descalificaciones por parte de la Iglesia católica contra la educación laica en las escuelas públicas. Amparada en una supuesta defensa de la libertad religiosa, la jerarquía católico-romana se lanza con renovados bríos a intentar reconquistar el coto educativo que resquebrajaron los liberales mexicanos del siglo XIX y delimitó claramente el Congreso Constituyente de 1917. Los jerarcas, ante la debilidad de las instituciones del Estado y la desmemoria de nuevos aliados, buscan cobrarse la afrenta histórica que les propinaron las luchas populares de Reforma y Revolución: anhelan revertir el laicismo que, según ellos, es el causante de la desintegración social.

La Iglesia católica, al igual que otras organizaciones en las sociedades democráticas, tiene que ser evaluada por los ciudadanos para ver si ha cumplido dentro lo que exige afuera. Múltiples indicadores muestran la escasa relación que en la vida cotidiana tiene para millones de mexicanos la fe que declaran y la práctica de ella. En gran medida ese divorcio ético de la religión mayoritaria tiene sus causales dentro de la misma institución que está para difundir y educar a sus feligreses en los principios de la Iglesia católica. Claro que, como buenos políticos que son, los clérigos gustan de señalar como responsables de las migraciones espirituales (concepto de Carlos Monsiváis, en su reciente libro Aires de familia) de los mexicanos hacia otros credos y prácticas al secularismo y a toda clase de sectas (persisten en su uso del término estigmatizante) que tienen éxito donde los curas sólo encuentran excusas para justificar la disminución de su feligresía. Los lamentos pueden ser conmovedores, pero resultan insuficientes y superfluos para explicar las razones de la migración confesional de los católicos mexicanos.

Hace unos días, en la Semana Social de la Región Pastoral Metropolitana Circundante, conformada por las diócesis de Ecatepec, Nezahualcóyotl, Texcoco, Tlalnepantla, Cuernavaca, Toluca, Atlacomulco y Cuautitlán, el investigador del Instituto Mexicano de Doctrina Social, Alfonso Bravo, afirmó que de los 89 millones de mexicanos que se declaran católicos son practicantes de la religión 7 millones y de éstos un poco más de la mitad asiste a misa cuatro o menos veces al año (nota de Eugenia Jiménez Caliz, Milenio diario, 7 junio). Por los anteriores datos, y los que siguen, la nueva evangelización impulsada por Juan Pablo II se queda en estadios llenos durante sus visitas, pero templos vacíos como realidad cotidiana. El secularismo y el laicismo, tan denostados por arzobispos y obispos nombrados desde Roma, afecta de manera diferenciada a católicos y a quienes practican otras religiosidades. De acuerdo con la fuente mencionada, 11 millones de mexicano(a)s que no profesan el catolicismo viven con mayor intensidad sus creencias y viven su fe con más plenitud. Entonces, parece, el problema no está en los factores externos que inciden en todos por igual, sino en razones endógenas de cómo están preparados los creyentes para enfrentar los condicionantes exógenos.

Otros datos expuestos por el investigador del Imdosoc revelan que existe un alto déficit de sacerdotes y una "enorme incapacidad desde el punto de vista formativo para preparar agentes evangelizadores y tampoco se cuenta con los suficientes instrumentos humanos y materiales para profundizar en la práctica religiosa (católica) en el país". Un indicador contundente es el de que 75 por ciento de mujeres católicas de la nación recurre a algún método anticonceptivo rechazado por la que teóricamente es su Iglesia. Como en sus propios espacios la jerarquía clerical no puede convencer a las mexicanas de que sólo usen medios anticonceptivos naturales, entonces busca afanosamente que otras entidades, como la Secretaría de Salud hostigada por Pro Vida, convenza a las contumaces mujeres de que restrinjan sus afanes contraceptivos a las líneas del Vaticano. Ya que en las parroquias no convencen a sus feligresas (por la sencilla razón, entre otras, de que muy pocas asisten), anhelan que las instituciones del Estado se conviertan en confesionarios que corrijan a las rebeldes.

La burocracia del Vaticano busca sujetar al mundo moderno y posmoderno a moldes medievales, en su lid contra el pluralismo los resultados le son contrarios por más exitosas que sean las giras de Juan Pablo II. Tiene razón el teólogo suizo Hans Küng, perseguido por la jerarquía romana, Karol Wojtyla es un "Papa mediático, pero que nunca logró un apoyo mayoritario en ninguna cuestión polémica, desde la píldora hasta la ordenación de las mujeres" (Reforma, 17/V). Por otra parte, mientras otros credos ganan adeptos con celeridad, el obispo de Ecatepec Onésimo Cepeda juega golf, la hace de capellán de un equipo de beisbol y asiste a finales del futbol mexicano. Y luego se enojan de que les digan que son farol de la calle y... el lector conoce bien la segunda parte del dicho.