VIERNES 16 DE JUNIO
* Julio Boltvinik *
El Progresa de cerca
En la recta final de las campañas electorales, el Progresa (Programa de Educación, Salud y Alimentación) es cada vez más usado y denunciado como mecanismo de coacción para la obtención de votos al partido oficial. Al mismo tiempo, como sugerí hace casi un mes (La Jornada, 19/05/00), Cárdenas ha reiterado y Fox ha anunciado su intención de mantener y ampliar el Progresa durante su gobierno. Estas declaraciones pueden atenuar los temores de la población beneficiaria y dejar claro el mensaje que aunque pierda el PRI el programa continuará.
Tanto en el artículo citado como en las dos siguientes colaboraciones (La Jornada, 26/05/00 y 02/06/00), he estado explorando los rasgos básicos del diseño del Progresa, y cómo de ahí se derivan problemas y consecuencias negativas para las poblaciones donde opera. Hoy comentaré dos aspectos sobresalientes derivados de observaciones de campo.
John Scott (Alivio a la pobreza. Análisis del Programa de Educación, Salud y Alimentación, Ciesas-Progresa, 1999) comenta que "la focalización dentro de las localidades puede tener costos sociales importantes en la cohesividad (sic) de las comunidades" (p. 57). En el mismo volumen, al obtener las conclusiones de un trabajo de evaluación en 12 comunidades, contratado por el Progresa con el Ciesas, Salomón Nahmad y coautores muestran como el puede se ha convertido en una realidad. Los autores ųantropólogos socialesų se sienten, en primer lugar, obligados a explicar uno de los rasgos esenciales de las comunidades campesinas e indígenas: "tienen un sistema de redistribución igualitaria por diferentes mecanismos de control social; el programa está generando alteraciones en el orden interno y las autoridades manifiestan inconformidad por el procedimiento externo y vertical" Como ejemplo de estos mecanismos de redistribución, señalan: "En el caso de las becas de niños en Solidaridad, en la comunidad de Xitlama, Puebla, los padres de familia decidieron que se distribuyeran entre todos los niños, comprando uniformes para todos los alumnos de la escuela". Concluyen señalando lo siguiente: "Los vínculos de amalgamiento social están siendo fragmentados por decisiones externas, lo cual genera conflictos en las familias extensas, entre barrios o entre las promotoras y las no beneficiarias. A futuro se prevé un conflicto más profundo en cada comunidad. Las formas de gobierno y liderazgo tradicional no han sido tomadas en consideración, por lo que éste es otro punto de conflicto a futuro" (pp. 106-107) . En el mismo sentido apuntan los testimonios recogidos por Alfredo Zepeda (Ojarasca, La Jornada, 13/09/99), quien primero nos informa que la población le llama al programa, irónicamente, el Probreza. Luego añade que de "las 130 mujeres de la comunidad de El Cuayo-Esperanza (Veracruz) solamente escogieron a 90. El precio consiste en hacer el trabajo de limpieza de la comunidad. Las 40 excluidas están enojadas. No quieren hacer la faena que antes hacían por acuerdo común. Las nuevas faenas son obligatorias con el pretexto de la participación comunitaria. Las mujeres pelean entre sí. El pueblo se divide. No se entiende por qué, si todas las familias están igual de pobres, sólo a unas les tocó". María de Jesús, de Xilitla, San Luis Potosí, señala: "ƑQue para qué nos sirve el Progresa? Para dividirnos. Porque el dinero no es igual, porque no a todos les toca. ƑPor qué? No sabemos, si todos estamos igual de jodidos. Y porque se condicionan los cheques a las faenas y a darle dinero a la promotora" (Masiosare, La Jornada, 15/11/98).
Tanto Scott (p.57) como Nahmad et al. (p.109) proponen que no haya hogares excluidos en las localidades donde opera el Progresa. Esta recomendación, al parecer, fue apoyada en el seminario (del que resultó el volumen al que nos hemos referido) por Rolando Cordera y concitó el consenso de los asistentes, de posturas y formaciones muy diversas. Estamos a año y medio de tal seminario y la recomendación no ha sido atendida por el Progresa. ƑPara qué se mandan a hacer evaluaciones si no se van atender recomendaciones tan importantes como ésta?
Pero éste no es el único problema encontrado en campo. Hay problemas de corrupción, abuso de los beneficiarios, problemas con la oferta educativa y de salud y muchos otros. Hoy sólo añadiremos uno que resulta de una falta de comprensión de las especificidades de la vida rural.
El diseño del programa supone que la población permanece a lo largo de todo el año en la localidad. No considera el hecho que la pobreza obliga a una proporción muy alta de los campesinos a migrar constantemente. En consecuencia, muchas familias fueron excluidas del Progresa porque no estaban cuando se levantó el cuestionario con base en el cual se hace la selección. Así, comenta Agustín Escobar (Progresa y cambio social en el campo en México, ponencia presentada en el seminario Teorías vigentes sobre el combate a la pobreza, UdeG-ITESO, agosto 1999): "en algunos casos las razones para no quedar incluidos tienen que ver con su pobreza. Conocimos casos de madres viudas o abandonadas que no se encontraban en la ranchería porque trabajaban en otro pueblo por su extrema pobreza, y el cuestionario del hogar no se contestaba". La movilidad geográfica no sólo interfiere con la incorporación al programa, sino que afecta la posibilidad de cumplir con las reglas de asistencia a la escuela o a la clínica. Nahmad narra que la familia Calihua, de Tehuipango, Veracruz, cada año migra a Huatusco, junto con la mujer y todos los hijos, al corte de café; donde permanecen dos o tres meses a partir de noviembre. Esta familia es beneficiaria del Progresa. O se violan las reglas del programa o la familia será muy pronto dada de baja. Los migrantes, como se sabe, son los más pobres de los pobres. Las reglas del Progresa tienden a excluirlos.
Ahora que los tres candidatos principales a la Presidencia de la República han declarado que mantendrán el Progresa, es urgente repensarlo y reformularlo. Merece continuar sólo si es capaz de aprender de la experiencia. De otra manera se irá degradando cada vez más.