VIERNES 16 DE JUNIO DE 2000
Voto libre
* Horacio Labastida *
El concepto de democracia que ha predominado entre las masas es el que definió Morelos al hablar en los Sentimientos de la Nación de una república popular en la que los ricos fueran menos ricos y los pobres menos pobres, o sea de una democracia con justicia social, pues nuestra insurgencia vio con claridad que el sistema virreinal implantado por los reyes españoles exhibía características opuestas a las demandas generales: era un régimen absolutista en el sentido de la aristocracia monárquica prevaleciente entre los austrias y los borbones, peculiarmente con Fernando VII; fue un régimen que en privado resolvía los asuntos públicos e implantó la desigualdad entre los acaudalados señores feudales y el resto de la población; y precisamente contra estas peculiaridades de la Colonia se levantaron las banderas democráticas y justicieras que alentaron la independencia entre 1813 y 1815, año este del aprisionamiento y juicios criminales contra el Caudillo de Valladolid, advirtiéndose que en la descrita concepción de la democracia estuvo incluida la idea electoral, pues en todo lo posible se organizaron comicios para designar a los miembros del Congreso constituyente de Chilpancingo. Ahora bien, con este ideal democrático a cuestas se inició desde hace más o menos 187 años la historia agitada, turbulenta, frecuentemente confusa y heroica de México, sin que hasta el presente se hayan logrado tan importantes exigencias revolucionarias.
El concepto de república popular o democrática no se ha reflejado más que fugazmente en la historia, porque las elecciones, desde la celebrada en 1828 entre los partidarios de Gómez Pedraza y Vicente Guerrero, han sido tan señaladamente fraudulentas que erizan los pelos de quienes las estudian.
En la era santannista, el funesto dueño de Manga de Clavo ocupó como presidente y dictador once veces la jefatura suprema, desde 1833 hasta la tiranía de 1855, y una vez transcurrido el breve periodo reformista de Juárez, cuyos ascensos a la Presidencia en 1861 y 1867 reflejaron la voluntad del pueblo, Porfirio Díaz la burló entre 1877 y 1910, al encarcelar en este año al antirreleccionista Madero. Y las escandalosas supercherías se reanudarían, asesinado Venustiano Carranza (1920), con la estrategia fraguada entre Obregón y Calles, durante los tres lustros que van de 1921 a 1936, año de expulsión de Calles. En esa época jamás hubo problemas electorales, pues las casillas eran asaltadas por la fuerza pública y las urnas rellenadas con votos de ciudadanos que nunca habían sufragado, y tal método ha continuado sin solución alguna, con la excepción del caso de Cuauhtémoc Cárdenas en la jefatura del Distrito Federal. Es decir, la democracia del pueblo y para el pueblo ha sido una democracia de elites económicas gobernantes. Las excepciones casi no cuentan: Guadalupe Victoria, Juárez, quizá la primera de Lerdo de Tejada, Madero, Cárdenas en 1997, y se acabó.
Por lo que hace a la democracia equitativa, la fábula es muy triste. Sólo en dos ocasiones se ha intentado transformar la utopía en hechos concretos: Gómez Farías buscó eliminar los fueros del clero y la milicia y disponer de los bienes de manos muertas para beneficio de la colectividad, proyecto obturado por Santa Anna al retomar para sí la Presidencia; y Lázaro Cárdenas con apoyo en la Constitución de 1917 propició el reparto de la riqueza entre las familias, en términos compatibles con la dignidad humana. Y fuera de estos casos nada hay en materia de justicia social. Al contrario del sueño morelense, hoy los ricos son muchísimo más ricos y los pobres muchísimo más pobres: nada más ni nada menos.
No cabe duda alguna de que los deseos de las grandes mayorías para el próximo 2 de julio pueden expresarse de la siguiente manera: los mexicanos queremos elecciones libres y justicia social. Si esto llegara a ocurrir, la democracia habrá triunfado en la patria de Emiliano Zapata, Ƒo será cierto que los sueños sueños son? *