SABADO 17 DE JUNIO DE 2000

Ť Fue evidente la falta de un liderazgo en el concierto del jueves en el Hard


Chucho Valdés, el gran ausente de Irakere

Ť Mayra Caridad, la sorpresa de la noche Ť La orquesta refrendó su calidad interpretativa

Ernesto Márquez Ť Integrada por excelentes músicos y sin su fundador, el pianista y director Chucho Valdés, se presentó la banda cubana Irakere la noche del jueves en el Hard Rock, iniciando así una breve temporada en la ciudad de México, que concluye hoy en el Salón 21 (Andrómaco 17, Polanco), con un bailongo en el que también estarán sus paisanos Son 14 y Merenglass.

irakere-jpg Un concierto básicamente jazzístico, con algunos números bailables y canciones rituales extraídas del universo afro, fue lo que los 12 integrantes de esta mítica agrupación, cuyo prestigio lo sostienen 26 años de contundente labor musical, le presentaron a esa exclusiva clientela.

Lo suyo: una correcta combinación de metales cueros y voces que nos hicieron recordar los mejores momentos de la música popular cubana, aunque la ausencia de Chucho se notaba en el escenario, y no por lo evidente de su tamaño físico sino por esa sinergia que el pianista provoca con sus músicos y con el público.

La falta de esa motivación extra, la del autor de Misa negra, era lo primero que se resentía: el pianista Antonio Pérez mimetiza a Chucho pero no da ordenes ni tiene el control del juego; el baterista Enrique Plá marca el ritmo pero no guía al grupo ni se anima a animar, y el trompetista Julio Padrón, que sí se anima a animar, manda pero no tiene don de mando.

Así que Irakere vuela... y vuela alto, pero por instrumentos, al parecer con la impronta del gran Chucho o con el combustible del gran prestigio grupal, ese que le formaron todos aquellos que en uno u otro tiempo lo han integrado.

Irakere ha sido -como apunta el maestro Valdés en la entrevista que se publicó el jueves de la semana pasada- una escuela-taller de la que han egresado muchos músicos importantes, incluso virtuosos, como el saxofonista Paquito D' Rivera y el trompetista Arturo Sandoval. Una banda-laboratorio en la que han estado personas que ya viajaron de la vida a la muerte, como Jorge El Niño Alfonso (ese superdotado de las percusiones afrocubanas que tocaba cinco congas y tres tambores batá, botado de la risa) y Jorge Varona (trompetista non que el ignorante equipo de prensa de Ocesa reviviera en reciente boletín), o aquellos otros que viajaron en la búsqueda de una nueva línea creadora, como los saxofonistas Germán Velasco, que ahora deambula con Pablo Milanés, Carlos Averhoff (flamante orquestador y arreglista musical de la factoría Estefan) o el formidable creador y travieso de la flauta José Luis Cortés, príncipe de príncipes en busca de trono que acaudilla la portentosa N G La Banda, "la que manda".

Una bandota-escuelota-tallerzote-laboratoriazo de la que se han nutrido o inspirado agrupaciones como Afrocuba, Raíces Nuevas, Batacumbele (este de Puerto Rico), Nueva Visión, Habana Ensamble... que cultivan la línea de lo afro mezclado con el jazz y que le han dado a ese quehacer musical una dinámica inspirada en los conceptos del gran gurú Valdés.

Por eso fue que dijimos: šCoño! Suenan cabroncísimos pero les falta algo. Y ese algo, para empezar, es un líder. Muy bien, Chucho es el líder, pero un líder a la distancia, y lo que Irakere requiere es a alguien cerca de ellos que los mueva a interactuar con el público, que les haga proyectar algo de su personalidad, más allá de su excelencia musical; que les encause a crear temas nuevos para que no sigan medrando con el viejo repertorio de Valdés (el guitarrista Jorge Luis Valdés Chicoy tocó un tema propio a medio camino entre funky y blues, con sólos impresionantes, que no tiene madre, šeh!) y por qué no, intentar crear un ritmo nuevo (sí, sí, ya se que no son enchiladas), pero en verdad hace tiempo que no se genera uno realmente novedoso y perdurable, más bien se han ensayado fusiones de distinto resultado, donde lo más famoso que ha trascendido ha sido la timba, que muchos lo toman como una fusión modernizada del viejo son cubano.

Lo que nos preocupa es eso: la falta de liderazgo, y el cantante que traen ahora, que nadie sabe exactamente qué madre hace con la banda, porque cantar, lo que se dice cantar, pues no. El joven Maikel Ante Fajardo, su nombre de pila, no es cantante porque no tiene voz para hacerlo y de eso se dieron cuenta todos los borrachones y gozadores que se encontraban en el antro de marras.

Ahora, lo que nadie discute, por evidente, es que Irakere mantiene el estilo, ese mismo que le dotó Chucho al mezclar el universo jazzístico con el afrocubano y del que devinieron obras esplendorosas, como Juana 1600, con la que abrieron la noche a tambor y chékere batiente; Las margaritas -que fue con la que continuaron- y Por romper el coco -que puso la basa de la fiesta-. Piezas complejas en su estructura armónica-rítmica que requieren de un alto dominio del instrumento para su ejecución; cualidad que cumplen sine qua non los del nuevo Irakere, ya que todos, sin excepción, fueron seleccionados entre lo mejor de varias generaciones de alumnos del Conservatorio de Música de La Habana.

Hay que señalar que desde siempre, Chucho Valdés ha exigido lo máximo a sus atrilistas (como lo hicieran Arcaño y Pérez Prado medio siglo atrás), por lo que quienes se atrevan con estas partituras complejísimas, deben ser unos músicos excepcionales. Chucho Valdés ya ha expresado su satisfacción por la sección de metales, "es la mejor que he tenido", nos dijo y allí están los trompetistas Julio Padrón y Basilio Márquez, quienes junto a los saxofonistas Irving Acao y Román Filiuy crean una cortina sonora apabullante gracias a endiablados fraseos y convincentes "inspiraciones".

Uno aquí podría hacer sus comparaciones con integrantes de tiempo atrás, pero sería un ejercicio ocioso pues evidentemente no hay un par iguales y nadie experimenta en cabeza ajena. Basilio, por ejemplo, tiene una emboquilladura particular y una técnica de respiración perfeccionada, que le permite, además, aguantar una nota por largos minutos que podrían ser horas si él quisiera. Mientras que Irving y Román son dos refinados saxofonistas que ayudan en el trabajo colectivo pero visten con filigranas distintivas cada obra

La sección rítmica no tiene problemas: experiencia y energía, fibra y talento, cerebro y corazón... eso es lo que exudan. En las alturas está don Enrique Plá, uno de los dos sobreviviente del primer Irakere (el otro es el guitarrista Carlos Emilio Morales), viejo lobo de mar, bataquero consumado y maestro de maestro, impulsa la nave apoyado por el inmenso Jorge Reyes quien llegó a suplir magistralmente a don Carlos del Puerto y que junto con el jovencísimo percusionista Yaroldy Abreu construyen el edificio rítmico.

Emociona escuchar a Irakere porque no hay truco, no hay engaños. Todo se escucha directo y bien: las obras jazzísticas, el chachachá influido, la conga callejera, los sones cubanos... hasta una salsita que canta (Ƒ?) el joven Maikel.

Ahora, la cumbre de todo esto se da cuando le toca cantar a Mayra Caridad Valdés -hermana de Chucho-, šqué portento, señores! En los boleros, en los sones y en el canto ritual afro, Cachita demuestra un poderío de elocuencia y un saber estar en la escena que encandila.

Tiene gracia, soltura, candor, dulzor y un voz reveladora que eleva a niveles exultantes en los pasajes jazzísticos o en las canciones religiosas, como esta de Yemayá, con la que cerraron la noche los de Irakere ante el reclamo de la encandilada concurrencia que se desgañitaba pidiendo su propina. Cachita es el punto y aparte de la noche, la mejor carta del Irakere dos mil y el arma secreta con que Chucho Valdés para propulsar de nueva cuenta a su grupo, mientras él se consagra en el jazz.