MARTES 20 DE JUNIO DE 2000

 


* Teresa del Conde *

Autorretrato con aeroplano, la venta

El miércoles 31 de mayo Sotheby's de Nueva York rompió tres tipos de récord: el precio más alto alcanzado por obras de artista mujer, el precio más alto de obra latinoamericana y también el más alto alcanzado por Frida Kahlo: 5.06 millones de dólares, a lo que se suma, con cargo al comprador, el premium de la casa y el impuesto.

Conocí personalmente esa pintura cuando se abrió al público el Museo Frida Kahlo en la Casa Azul de la colonia Del Carmen en Coyoacán, en 1958. Recuerdo incluso en qué pared se encontraba museografiado. Por entonces ya pertenecía a Lola Olmedo, quien lo había adquirido por una cantidad discretísima (si mucho 500 dólares de entonces) a Eduardo Morillo Safa, uno de los primeros y más asiduos mecenas-coleccionistas de Frida. Para él pintó Kahlo el retrato de doña Rosita, su madre. Asimismo lo retrató a él, así como a su hija. Poseía el ingeniero una de sus más sofisticadas y morbosas pinturas: El difuntito Dimas Rosas, vestido en traje de San José.

Estas y otras piezas más, La columna rota y Mi nana y yo pasaron a la colección Olmedo y por mucho tiempo se exhibieron en el Museo Frida Kahlo. El Autorretrato con aeroplano no es el único que ha sido vendido desde la honorificación oficial de 1983, propiciada por la Secretaría de Educación Pública y por Javier Barros Valero, entonces director del INBA. Frida pasó ese año a ser ''Monumento Nacional", no sé si para bien o para mal, porque tal tipo de medidas suelen paralizar la circulación de las obras y los préstamos internacionales.

Autorretrato con aeroplano aparece reproducido a color en el sencillo catálogo del Museo Frida Kahlo que se publicó con motivo de la XIX Olimpiada en aquel año trágico para México, 1968. Pedro Ramírez Vázquez tuvo la idea de que el comité de las acciones culturales se abocara a la tarea de editar catálogos de esa índole que, con todo y su discreción (o por eso mismo) resultan hoy día atesorables.

Esa pintura, realizada en 1929, año de su matrimonio con Diego, es el primer óleo en el que ella capta su propia efigie ya con un estilo propio, deliberadamente mexicanista y con cierto toque naive, pues el Autorretrato de 1926, que regaló a su novio Alejandro Gómez Arias es torpemente sofisticado. Este Autorretrato (Frida acostumbraba referirse a él como a ''mi Boticelli") probablemente estuvo asesorado por Roberto Montenegro. El recién subastado acusa asimilación del método Best Maugard y contiene dos elementos que por esos años les fueron caros a Tamayo y a María Izquierdo: el reloj de manecillas, posado sobre una rústica columna salomónica y el avioncito de hélice desplazado ligeramente a la izquierda de la parte central que el espacio de la ventana abierta ųencortinada y cruzada en horizontal por la herrería de un balcón de la propia Casa Azulų deja libre.

Es un cuadro indudablemente charming y es penoso, aunque explicable, que no haya sido adquirido por coleccionista mexicano. Será muy difícil, si no es que imposible, que en alguna ocasión regrese a México. La última vez que tuve oportunidad de ocuparme de él con motivo de una situación oficial fue en 1977, cuando Juan José Bremer, director del INBA, me encargó el estudio para el catálogo de la exposición-homenaje que ese año se efectuó en la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes. Poco después, Hayden Herrera me invitó a la exposición de Frida que ella coordinó para el recién inaugurado Museum of Contemorary Art de Chicago en su primera locación y allí volví a verlo, no así ya en la exposición Kahlo-Modotti presentada por el Munal en 1983 bajo la gestión de Jorge Alberto Manrique (fue entonces que se exhibieron las obras ''tlaxcaltecas" por primera vez).

Esa muestra es prácticamente la misma que los ingleses Peter Wollen y Mark Francis coordinaron en 1982 para la Whitechapel de Londres, mismo sitio donde acaba de terminar la exposición de Francisco Toledo.

En 1983 la Grey Gallery de New York University ofreció una exposición de Kahlo y allí reapareció el retrato. Cosa natural, aunque Frida ya era ''Monumento Nacional", la pieza ya pertenecía a un coleccionista estadunidense. Cabe aclarar entonces que su venta al extranjero fue legítima. El sagaz atesorador aprovechó el boom Frida Kahlo iniciado simultáneamente en México (me tocó escribir la primera breve monografía dedicada en exclusiva a ella, a la que siguió Textos y aproximaciones, de Raquel Tibol) e igualmente en Estados Unidos a partir de artículos ilustrados de la líder feminista Gloria Orenstein y de Hayden Herrera, quien trabajó su tesis doctoral para Princeton sobre la mítica pintora. Después de publicó en forma de libro y fue best-seller.

Tengo que decir que hasta cierto punto me parece obsceno que esa pintura (o cualquiera otra) pueda pagarse a tan alto precio (las ha habido muchísimo más caras, es cierto) sobre todo porque recuerdo que la Ginevra Benci, de Leonardo da Vinci, que es la única pintura de Leonardo traceable desde Vasari, presente en nuestro continente, procedente de la venta de la colección Litchenstein, fue vendido a la National Gallery de Washington por 66 mil dólares en 1964. Los originales de Leonardo casi pueden contarse con los dedos de las manos.