MIERCOLES 21 DE JUNIO DE 2000
Normalidad democrática
* Luis Linares Zapata *
La documentada incertidumbre electoral, un suceso por demás inédito, ha procreado dos fenómenos coincidentes en el México de mediados de 2000. Por un lado, se asienta la angustiosa propensión a trampear la cada vez más ruda competencia por el poder público en pos de asegurar la continuidad del grupo gobernante. Por el otro, desencadena las reacciones y salvaguardas de la sociedad para protegerse de ello o, al menos, para neutralizar las ilegales conductas que se avizoran y descubren por todos lados. Surgen así las urgencias para poner en práctica conteos rápidos, observancia estricta de todas las casillas remotas, los exit polls, los enérgicos exhortos de obispos contra la coacción, las denuncias documentadas de funcionarios contra prácticas ilegítimas en la burocracia pública, las firmas de pactos entre partidos opositores para la civilidad y toda una inmensa gama de distintas acciones de la población y sus instituciones para defenderse y asegurar la vigencia de su soberana voluntad.
Las últimas encuestas que se conocen arrojan un hecho central: la cerrada pugna entre, al menos, dos de los competidores por la Presidencia. Y no sólo eso, sino que, a partir de las evidencias recabadas por los múltiples estudios hechos sobre la opinión ciudadana, el margen que distanciará al ganador de los perdedores será reducido. Esto, que parece un fruto de la pluralidad, en un país que ha librado tan prolongada lucha contra la cultura política del apañe y que sufre altos rangos de incredulidad en la versión oficial, las dudas por un final ordenado y tranquilo se achican hasta el grado de que es esperable un incremento de tensiones y hasta de desequilibrios que nada bueno auguran. Sobre todo para un sistema financiero, como el mexicano, tan frágil y vulnerable a los movimientos especulativos de alarma y pánico.
Pero hay otras evidencias que arrojan también las encuestas y que son destacables. En un primerísimo lugar, la atractiva posibilidad de contar con un Congreso balanceado en sus distintas bancadas. Ello, por sí mismo, constituye el gran logro del ánimo democratizador que ha venido marcando a la sociedad actual. Llegar a tener un Congreso que reparta el poder en partes casi iguales es una aspiración que parece alcanzable en esta elección veraniega. A juzgar por una reciente encuesta, publicada en varios diarios, Fox, que va a la cabeza de la competencia, apenas llega al 40 por ciento y Labastida desciende a 36. Es decir, el panista refuerza la suposición que ha topado con su techo y el priísta rebaja su piso. Ambos, por anteriores estudios, superan, aunque por márgenes estrechos, el nivel de votación que sus diputados y senadores lograrían. Cárdenas, en cambio, se ha informado, que sus correligionarios lo rebasan en 7 puntos. Pero ya nadie duda que el perredista lleva una tendencia alcista acelerada, 20 por ciento le señalan para los primeros días de junio. Aparte de que tal tendencia entre la presidencial y los legisladores pueda estar debidamente respaldada (y hay serias dudas al respecto pero es lo único que se tiene a la mano), ello indicaría que el equilibrio en el Congreso será el resultado final. Tanto PRI, como PAN y PRD, con sus coaliciones incluidas, rondarían cifras entre los 37, 34 o 30 por ciento para cada grupo parlamentario. Es decir, una auténtica división de poderes y donde la divisa será la negociación constante. Este solo pronóstico ya refleja, de materializarse el 2 de julio, la prometedora realidad de una transición consolidada.
A partir de este trascendente hecho, otros se darán en cascada inevitable. La reforma del Estado podrá ser completada. Y, con ella, tanto las omisiones en el Cofipe como la puesta en efecto de los mecanismos para la vigilancia de las reglas para las precampañas, la supervisión pormenorizada del financiamiento, las sanciones para los medios de comunicación infractores y los demás procedimientos electorales faltantes podrán corregirse para garantizar la equidad y transparencia en la competencia. Similar expectativa se cierne sobre la Presidencia para sujetarla a la ley, hoy tan omisa y laxa para regular su conducta y decisiones o para castigar sus infracciones. Este conjunto de transformaciones, las vitales para una normalidad democrática, no se aseguran cambiando solamente de persona o partido en la cúspide de la actual y defectuosa pirámide del poder. La pieza clave es el Congreso y su composición balanceada de fuerzas. Es por ello que el voto disperso entre las fuerzas políticas es lo importante a promover. *