VIERNES 23 DE JUNIO DE 2000

* Astillero *

* Julio Hernández López *

Cuauhtémoc vivió su segundo linchamiento político la noche del mismo día que había tenido éxito en visitar la UNAM (y ganado la batalla contra la intolerancia, y acaso arrancado un crecimiento electoral importante).

El salinismo ya había pretendido derribarlo de la jefatura del gobierno capitalino un año atrás, acusándolo de la inseguridad pública que presuntamente había provocado la muerte de Paco Stanley (que luego se supo era asunto de narcotráfico). Ahora, ese mismo salinismo, en pleno, volvió a usar su televisión como instrumento para arrojar sobre el cardenismo, sobre el gobierno capitalino, sobre el procurador Samuel del Villar, la sospecha de un peculiar asalto armado cometido contra la conductora de programas periodísticos, Lilly Téllez.

La nueva convención (al aire) de salinistas (confabulados para cargarle las culpas del extraordinario asalto al cardenismo, al perredismo, al gobierno de Rosario Robles, al procurador Samuel del Villar), desvió así la atención de temas que les producen peligrosas comezones, como la realización del acto público de Cárdenas en la explanada de la rectoría de la UNAM y la decisión de avanzar en el retiro de la inmunidad de Oscar Espinosa y de tratar de someterlo a juicio por peculado.

La lógica del segundo linchamiento fue elemental: Lilly Téllez había difundido días antes una serie de presuntos reportajes, que en realidad eran juicios sumarios, contra el procurador Del Villar, titulados "Abuso de poder". ƑQuién más podría estar interesado en mandar asesinar a la valiente periodista sino el malvado y retorcido procurador televisivamente criticado y enjuiciado quien, por lo demás, y seguramente en preparación de una coartada, estaba fuera del país, en un encuentro con procuradores de otras latitudes?

El asalto con pretensiones homicidas estuvo rodeado, sin embargo, de circunstancias que mueven a dudas y especulaciones varias. Desde luego, lo primero que salta a la vista es la increíble suerte de la propia conductora, que a pesar del intenso fuego desatado en su contra resultó ilesa.

Su chofer y sus dos escoltas tampoco deberían quejarse en extremo, pues a pesar de la dimensión del ataque que sufrieron, recibieron heridas que hasta anoche, según el último reporte médico, los mantenían en condiciones estables. Ellos tendrían heridas en muñecas, brazos, piernas y el tórax pero, al parecer, nada tan terrible como el tamaño de las venganzas previsibles podría hacer suponer.

También tuvo buena suerte Televisión Azteca, pues el atentado ocurrió a unos metros de sus instalaciones, en el mismo Periférico, aunque en el carril contrario, virtualmente frente a la propia estación de la que fue o es accionista fuerte Raúl Salinas de Gortari. Las cámaras y los reporteros no tuvieron que moverse lejos ni el incidente debió esperar demasiado tiempo en ser difundido en el horario periodístico estelar, en el que participaron Javier Alatorre y Sergio Sarmiento (el periodista interrogado judicialmente por su entrevista exclusiva con Carlos Salinas de Gortari) y en el que participaron, además, comentaristas como Jesús Blancornelas (el director del semanario Zeta que, amenazado por narcos, vive vigilado por soldados y que entre sus éxitos tiene el hecho de haber sido el único periodista que pudo entrevistar a Mario Aburto), y Pablo Hiriart, el director del diario Crónica de Hoy, que se dedica diariamente a proseguir la tarea de Carlos Salinas de Gortari de mantener bajo acoso al perredismo.

La línea de Televisión Azteca fue clara, inducir la sospecha sobre las autoridades capitalinas, y en especial sobre Samuel del Villar, que ya antes había tenido el acoso directo de la propia Téllez quien, a bordo de una camioneta propiedad del gobierno de Sonora, y acompañada por agentes de la Procuraduría General de la República, se apostó durante días a la salida de la casa del procurador Del Villar, tomando datos de quienes le visitaban (qué vehículos, qué personas) para tratar de obligarlo a darle una entrevista.

Las maniobras de inducción del salinismo televisado tuvieron un refuerzo de lujo. Guillermo Ibarra, quien fue colaborador de la PGR durante el salinismo, y que ahora forma parte del equipo de José Luis Soberanes en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (para confirmar que esa oficina sigue siendo propiedad del grupo jefaturado por el salinista Jorge Carpizo, quien fue fundador y presidente de esa comisión, procurador federal de justicia y secretario de Gobernación entre 1988 y 1994), llamó a la estación de los Salinas para sumarse con insidia a las tareas contrarias al gobierno capitalino perredista. Tomándose atribuciones exageradas, haciendo juicios para los que no tiene personalidad jurídica, hablando a veces "como ciudadano" y otras como funcionario, sentó las bases para el objetivo de Televisión Azteca de hacer que la investigación del inverosímil asalto pasase a la PGR (dominada todavía por ese mismo grupo salinista de Carpizo, quien instaló allí a Jorge Madrazo y a muchos leales) y no por la propia oficina de Del Villar.

En las maquinaciones tal vez trasatlánticas (Ƒo alguien ha sabido en estas horas recientes que tiemble la tierra, señal de que hemos recibido nueva visita?) el resultado era inequívoco: Al quitarle la investigación al procurador capitalino se posicionaba la idea de que él sería el principal sospechoso.

Pero no quedaron en esos terrenos los comentarios de los conductores de programas de la televisión salinista: se dedicaron aplicadamente a recordar cómo se habían producido burlas contra la señora Téllez por el hecho de que contara con policías federales para su custodia. Según Alatorre y Sarmiento, Lilly había desarrollado trabajos periodísticos de tal peligrosidad que era necesaria la vigilancia policiaca. Sin embargo, las burlas, la incomprensión, habían hecho que se le retirase tal "escolta" y las consecuencias, sangrientas, estaban a la vista. (En uno de esos días del escándalo de la escolta y la camioneta, Jorge Fernández Menéndez fue interrogado por una de sus compañeras de trabajo radiofónico en MVS ųno recuerda el desmemoriado tecleador si era Katia D'Artigues o María Elena Cantúų acerca de los trabajos peligrosos sobre narcotráfico que recordara hubiera hecho Téllez. Fernández Menéndez, dueño de una memoria y un conocimiento extraordinarios sobre ese tema del mercadeo de droga, no atinó a recordar nada, aunque evitó descalificar a la señora Téllez. En otros espacios, como este, sí hubo abiertas críticas y bromas respecto del oficio periodístico ejercido a bordo de camionetas de gobierno y con policías federales).

Uno de los destinatarios directos de esas recriminaciones indirectas es el propio Cuauhtémoc Cárdenas, quien en aquella memorable sesión de un martes en su casa (el del hoy, hoy, hoy) preguntó al panista a quién de sus propias dos propuestas prefería para conducir el encuentro, si a Pablo Latapí o a Lilly Téllez; el guanajuatense contestó prefiriendo al varón y no a la dama. Qué bueno que no dijiste Lilly Téllez, si no llegaba con sus policías, dijo palabras más, palabras menos, Cárdenas, en uno de sus momentos chispeantes difundidos por televisión a nivel nacional.

Ayer, cuando Cárdenas había tenido el mejor momento de campaña frente a masas (el otro fue en aquella sesión doméstica de la calle Aristóteles), sufrieron él, su partido, el gobierno de la capital, el procurador Del Villar, un nuevo intento de linchamiento.

Conviene no perder de vista datos esenciales: el origen de este enfrentamiento ha sido el asesinato de Stanley, y la osadía del gobierno cardenista, del procurador Del Villar, de destapar la cloaca del narcotráfico y el lavado de dinero. Hoy, en el tramo final de las campañas electorales, cuando el salinismo pretende impedir que ganen Labastida o Cárdenas (y llega al extremo de poner a la orden de Fox la televisora para difundir debates a conveniencia), un episodio oscuro, confuso, milagroso, sirve de nueva cuenta para arremeter contra el cardenismo. Y, como postre, Espinosa Villarreal que parecería estar dispuesto a entregar un Oscar a la mejor actuación que le salve.

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