PROVOCACIONES, EN VISPERA ELECTORAL
Ayer, a 10 días de las elecciones del 2 de julio, ocurrieron en la capital de la República dos condenables hechos violentos que introducen factores de incertidumbre y temor en los escenarios comicial y de cambio presidencial por los que transitará el país en la segunda mitad del año en curso.
El primero fue la agresión sufrida por asistentes al mitin de Cuauhtémoc Cárdenas en la UNAM, inmediatamente después de haber concluido el acto. Esa expresión de vandalismo e intolerancia de un grupo localizado debe contrastarse con el ambiente de organización, pluralismo, civilidad y hasta emotividad en que transcurrió el encuentro político, así como la significación de éste de cara a la recomposición de la comunidad universitaria, fracturada y lesionada por un conflicto que aún no ha terminado.
En este entorno, la presencia del candidato de la Alianza por México en el campus de la máxima casa de estudios, así como la organización y la asistencia de un importante sector de universitarios, no sólo deben entenderse como un ejercicio de proselitismo electoral, sino, sobre todo, como una reafirmación de la política y de la exposición y confrontación de ideas como método de transformación social. Frente a esta acción, quienes han elevado la irracionalidad a rango de ideología, y vulnerado, con su irresponsabilidad, la defensa de la educación superior libre y gratuita, pretendieron, una vez más, suprimir el intercambio de ideas por medio de los golpes. No lo lograron, por suerte, pero sí consiguieron enrarecer el final del acto y causar lesiones físicas e incertidumbre.
Por la noche, en el sur de la ciudad, se perpetró un atentado con armas de fuego contra la reportera de TV Azteca Lilly Téllez, cuyo chofer y cuardaespaldas resultaron heridos. El ataque, tan extraño como injustificable, ya empezaba a ser instrumentado por la televisora del Ajusco como pretexto para una campaña de linchamiento contra el gobierno del Distrito Federal, como la que emprendió, hace un año, tras el asesinato de su locutor Francisco Stanley; sin embargo, la oportuna intervención de la jefa de Gobierno capitalino, Rosario Robles, la cual exhortó a la serenidad y subrayó la obligación de su administración de esclarecer el atentado, detuvo en seco los barruntos de tergiversación informativa y manipulación mediática.
Sin desconocer las diferencias entre uno y otro episodios de violencia -aunque ambos sean igualmente condenables-, es obligado señalar que tales sucesos tienen, si no como propósito, sí como consecuencia la promoción de la zozobra, el desasosiego y el desaliento de la sociedad; que evocan los fantasmas de 1994, con todo y el fenómeno del voto del miedo, y que enrarecen el ambiente de tranquilidad y civilidad necesario para el sano desarrollo de la elección del 2 de julio y la sucesión presidencial subsecuente. Frente a estos signos ominosos, los ciudadanos no deben dejarse intimidar, por el contrario, mantener sus actitudes cívicas, persistir en el empeño de la democratización plena del país y ejercer el sufragio con responsabilidad, es decir, con apego a sus convicciones y a su libertad.
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