* El amor en tiempos de rabia *
* Leonardo García Tsao *
De vez en cuando, dentro de la escasa producción nacional aparece una opera prima que revela de golpe a un talento de ligas mayores. Amores perros es uno de esos casos. Proveniente de la radio y la publicidad, Alejandro González Iñárritu ha hecho una primera película de una rara fuerza narrativa, que logra pintar un cuadro muy preciso del actual Zeitgeist mexicano.
La primera impresión en Cannes fue contundente. Sin embargo, una segunda visión revela que sus virtudes no dependen del factor sorpresa, sino de un trabajo esmerado en cada uno de sus rubros. Para empezar, el guión de Guillermo Arriaga establece personajes y situaciones de enorme riqueza a lo largo de un relato dividido en tres episodios. Estos no son autónomos sino se van entrelazando sobre una estructura ingeniosa, que usa como común punto de arranque un violento choque automovilístico.
El primer episodio ocupa el mayor tiempo en pantalla y narra el amor imposible del joven Octavio (Gael García) por Susana (Vanessa Bauche), la esposa de su hermano Ramiro (Marco Pérez), un delincuente de poca monta. Dueño de un perro bravo llamado Cofi, Octavio gana mucho dinero apostando en clandestinas peleas caninas. El plan de llevarse a Susana y su hijo a otra parte se echa a perder con el resultado imprevisto de la que iba a ser la última pelea del Cofi.
En su huida, Octavio choca su automóvil contra otro conducido por Valeria (Goya Toledo), una guapa modelo recién instalada en un departamento por su amante Daniel (Alvaro Guerrero), quien ha abandonado a su familia. Seriamente lesionada de una pierna, la chica se angustia cuando su perrito faldero desaparece bajo el piso de madera del nuevo hogar. Al mismo tiempo, el indigente/matón a sueldo llamado El Chivo (Emilio Echevarría), se encarga de cuidar al malherido Cofi, mientras prepara ejecutar otro de sus encargos y se preocupa por ponerse en contacto con su hija que lo cree muerto.
Ese resumen a grandes rasgos no da cuenta de la compleja construcción de Amores perros. González Iñárritu aprovecha la diversidad de matices de su historia para jugar con un tiempo narrativo que no obedece a la cronología sino a una imaginativa exposición de los vericuetos del azar. Aunque ese tipo de relato caprichoso, forjado en las casualidades del destino, es ya frecuente en el cine internacional ųun crítico en Cannes tildó a la cinta con el adjetivo inexacto de ''tarantinesca''ų no se percibe un ánimo de estar a la moda. El rigor de su realización no permite imaginar otra forma de resolver su historia.
Más allá de su vigorosa solvencia formal, que utiliza recursos como la cámara en mano y el gran angular sin afectación, Amores perros convence porque sus emociones son genuinas. Lejos de rendirle culto a los valores taquilleros de la complaciente comedia ligera, sus tres episodios están signados por un sentimiento de pérdida y desamor. ''Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes", dice el personaje de Susana, y la película demuestra ese fatalismo contradiciendo la frase publicitaria de "el amor siempre gana''.
Los tres episodios conjugan a chilangos de edades y clases sociales distintas, para comparar rasgos compartidos de conflictos familiares, querencias malogradas y un apego por los canes (el título es, por ello, un hallazgo). Cada personaje encuentra su reflejo emocional en algún otro y define su personalidad en relación con su mascota. Así, el quebranto sufrido por Octavio encuentra su resonancia en la recuperación de El Chivo como ser humano. Viviendo al margen de la sociedad, entre perros callejeros, este ex guerrillero que lo ha perdido todo ųfamilia e ideales incluidosų, dejará esa condición cuando herede al Cofi, la encarnación animal de su deseo de muerte. (Por cierto, es un enorme mérito de Emilio Echevarría el volver verosímil a la única figura improbable de la historia).
El episodio de Daniel y Valeria no embona de manera orgánica con los otros, pero es también el más inquietante porque no tiene una resolución literal. Elementos metafóricos, como la pierna fracturada y el misterioso subsuelo del departamento (Ƒqué hay debajo de ese piso?), funcionan para ilustrar que ese ideal de amor yuppie puede pudrirse en cualquier momento. Esto podría ser la peor pesadilla de cualquier personaje de Sexo, pudor y lágrimas.
Amores perros es, además, la primera gran película chilanga del nuevo milenio. La fotografía de Rodrigo Prieto, como filtrada por smog y cochambre, las dimensiones creadas por el diseño del sonido, y un reparto que inyecta vitalidad, aun a los personajes incidentales, colaboran en esa descripción definitiva de la ciudad de México como un campo de batalla físico y espiritual. Quienes vivimos en ella podemos reconocer que, por una vez, ha sido representada con esa atmósfera de desaliento existencial, violencia aleatoria y sordidez que respiramos todos los días.
Amores perros. D: Alejandro González Iñárritu/ G: Guillermo Arriaga/ F. en C: Rodrigo Prieto/ M: Gustavo Santaolalla/ Ed: Alejandro González Iñárritu, Luis Carballar, Fernando Pérez Unda/ I: Emilio Echevarría, Gael García Bernal, Goya Toledo, Alvaro Guerrero, Vanessa Bauche, Jorge Salinas/ P: Altavista Films. México, 2000