MARTES 27 DE JUNIO DE 2000

 


* Teresa del Conde *

Figuraciones

No es cierto que las disciplinas tradicionales acusen declive alguno y ejemplos de ello los tenemos en todo el mundo: Tokio, Corea, Nueva York, Roma, México. Hasta puede pensarse que hay síntomas (no estoy profetizando) indicadores de un retorno arraigado a tales disciplinas, comenzando por el dibujo, medio sin el cual es absolutamente imposible lograr cosa alguna en cualquier trabajo visual.

Dos exposiciones llevadas a cabo respectivamente en la Galería de Arte Mexicano y en la Galería Nina Menocal ejemplifican lo que digo. Ambas corresponden a artistas figurativos, pero bien podría mencionar que en la misma condición cualitativa se encuentran las dos muestras de Miguel Castro Leñero, en la Galería López Quiroga y en el Restaurante La Gloria, de la colonia Condesa. No hay aquí obras propiamente figurativas, sino sígnicas, de un altísimo profesionalismo.

Carla Rippey en Jardín de ecos (GAM) presenta exclusivamente grafitos sobre papel. Varios de ellos tienen como tema el desdoblamiento o el reflejo, un reflejo no siempre obediente, como ocurre con Lewis Carroll en la segunda de sus narraciones dedicadas a Alice Lidell.

La visión de las imágenes lleva al espectador a preguntarse sobre la relevancia de un discurso (fotográfico) traducido a lo manual mediante recursos escuetos, el grafito, la luz que emana del propio papel que sirve de soporte y la goma de borrar. Carla Rippey es memoriosa en extremo, no sólo mediante las imágenes que eligió para armar su discurso, sino también en cuanto al sistema mismo que en esta ocasión ha privilegiado. Si no me equivoco, se corresponde con el llamado ''sistema Pillet". Sus hojarascas, brocados, muselinas, cabelleras, tapicerías en algo me recuerdan a Lucian Freud, tal vez porque lo tengo demasiado presente en estos momentos.

La muestra de Daniel Lezama en la Galería Nina Menocal resulta al mismo tiempo inquietante, disturbante e interesante. De primer embite se diría que es un muy buen pintor académico, pero hay más: hay cierta perversidad balthusiana en lo que transmite, incluso en su pintura mayormente ambiciosa, La muerte del Tigre de Santa Julia, un óleo de 270 x 195 cm, de carácter narrativo. El cuerpo del tigre (ya sabemos que los pescaron en función posdefecatoria) está escorzado siguiendo la línea del torero muerto de Manet. El escenario es oscuro, un tanto teatral, reminiscente de algunas arquitecturas (pintadas, claro) del Caravaggio. La luz, proyectada de frente, resalta la arista del muro en primer plano, parte de las carnes doradas de los muchachos y los lienzos blancos. La pintura ''cuenta" una historia a través de los cuatro personajes emparentados entre sí y protegidos de alguna manera por la imagen de la Virgen de Guadalupe, que apenas se discierne en el extremo izquierdo del muro cuya arista y encajonado sirven para empujar esa sección hacia delante.

Esta obra queda, a mi parecer, interrelacionada con La derrota del guerrillero (195 x 195 cm), que algo tiene de goyesco. Tiene razón Paloma Porraz al anotar, aunque no respecto de este cuadro, que ''algo inapropiado está sucediendo". En este caso la joven, casi niña, que amamanta a un crío ya demasiado crecido, tiene la expresión embrutecida y empuña con su mano izquierda una botella que no puede ser más que de tequila. En el discreto, pero bien diseñado cuadernillo que se publicó, aparece el logotipo de Tequila Centenario. No se sabe si la presencia de la botella que menciono trajo consigo la ayuda para la edición, aunque eso parece ser lo más probable.

Cuando incluye primeros planos con paisaje, como en este cuadro y en Muchachas de Chimalhuacán, Lezama parece pintar de memoria recordando motivos, por ejemplo, de José María Velasco. El joven Lezama (n. 1968) sin duda es un virtuoso. Ya sabemos que eso no basta, pero algo es algo.