MARTES 27 DE JUNIO DE 2000
* Ugo Pipitone *
EU: esperando el aterrizaje suave
La Reserva Federal de Estados Unidos decide hoy si seguir aumentando la tasa de descuento, como ha venido haciendo desde hace más de un año. Sin embargo, habrá que reconocer que hasta ahora el incremento del costo del dinero no ha detenido la marcha alcista de los mercados de capitales en este país. Y así, las autoridades monetarias de Estados Unidos siguen en espera de un aterrizaje suave que no parece materializarse para disipar los temores de una brusca caída.
Contextualicemos las cosas. Es obvio que si la economía estadunidense no hubiera crecido como lo hizo a lo largo de gran parte de los años noventa, el crecimiento mundial --que giró alrededor de 3 por ciento en la década-- se hubiera situado muy por debajo de este valor; sobre todo en una situación en que la economía japonesa entraba en un largo ciclo depresivo y la europea pagaba en términos de crecimiento la disciplina financiaria requerida para el lanzamiento de su moneda única. Pero el crecimiento USA no es panacea universal.
Los elevados rendimientos estadunidenses (tanto en el mercado accionario como en el de los bonos) se han convertido en una especie de aspiradora universal de ahorro que resta capacidad de crecimiento a varias partes del mundo. Lo cual plantea dos temas para el futuro inmediato: 1. El riesgo de que el ciclo expansivo más prolongado de la historia de Estados Unidos desde mediados del siglo XIX termine en una aguda recesión, y 2. La necesidad de una rápida recuperación de la capacidad de crecimiento de largo plazo de las economías de Europa y de Japón, además de aquéllas de los países en vía de desarrollo. Y aquí habría que abrir un paréntesis sobre la abrupta interrupción del crecimiento latinoamericano el año pasado a consecuencia del retroceso de economías tan importantes como las de Brasil, Argentina, Chile y Venezuela.
Volvamos al primer punto. ƑCuáles son los riesgos? Resumamos la situación a sus mínimos términos: no obstante sus recientes avances en productividad, Estados Unidos sigue acumulando desequilibrios externos sustanciales. En la actualidad la cuenta corriente de la balanza de pagos registra un déficit en el orden de 3.5 por ciento del PIB; una situación única entre las mayores economías del mundo. Y de ahí podría activarse una secuencia de acontecimientos que, llevando a una abrupta devaluación del dólar, podría apremiar una aceleración de los precios y un nuevo ciclo de inestabilidad cambiaria a escala mundial.
Pero éste no es, por desgracia, el único riesgo. Un brusco descenso del actual dinamismo estadunidense podría fortalecer las presiones, nunca del todo dormidas, hacia una mayor protección arancelaria. Y aquí los sectores en lista de espera no son pocos ni poco importantes en la economía estadunidense: acero, semiconductores, agricultura, textil, astilleros, etcétera.
Y si a esto añadimos que con 2 mil billones de dólares de deuda externa, Estados Unidos necesita un permanente flujo de capitales externos que hoy se encuentra amenazado por la consolidación del euro como moneda de reserva internacional, se tendrá una idea del equilibrio precario en que se encuentra una economía mundial excesivamente dependiente del crecimiento estadunidense y de la posición cambiaria del dólar.
Lo mejor sería que la economía de Estados Unidos redujera su crecimiento al mismo tiempo en que las economías del resto del mundo (y sobre todo la europea y la japonesa) aceleraran el propio. Pero es obvio que esta clase de automatismos puntuales difícilmente ocurren en la realidad. Se requieren decisiones políticas que en esta edad de globalización (que la derecha considera una especie de mana divina y los sectores más atrasados de la izquierda, una potencia satánica) están lejos de vislumbrarse. Entre Estados Unidos con un agudo déficit comercial y un dólar sobrevaluado y una Unión Europea con un significativo superávit comercial y un euro claramente subvaluado, la posibilidad de encontrar un punto de equilibrio no debería ser muy compleja. Pero, para ello, debería existir una voluntad política dirigida hacia arreglos globales que, sin violar los mercados, regulara sus comportamientos más aventurados. Por desgracia, la conciencia de que mercados más interdependientes a escala global requieren un salto hacia adelante de parte de la política, es el mayor, y más peligroso, déficit de la actualidad.