JUEVES 29 DE JUNIO DE 2000

* Siete strippers se presentan de jueves a sábado en el teatro Diego Rivera


Piel Azteca, espectáculo donde el hedonismo da pie a las fantasías

* Noventa minutos de cachondeo concluyen con el oscuro objeto del deseo al desnudo

azteca-4 Como un golpe de sangre, la sorpresa toma por asalto. Los cinco sentidos se ponen alertas. El calor recorre el rostro y las ganas de tocar esa carne desnuda hacen que las manos hormigueen, el corazón palpite y los gritos afloren. Los siete chicos sí saben cómo hacerlo; conocen el momento preciso cuando la Piel Azteca, al aire, como Dios la trajo al mundo, puede volver locas a cientos de féminas ansiosas de recrearse con los placeres voyeuristas.

Y cómo no perder la compostura ante la redondez de esas nalgas, de esos brazos fuertes que sólo en sueños abrigarían la soledad de la mayoría, frente a los tremendos tambachotes que todavía no se han descubierto del todo, pero que constantemente prometen asomar el rostro. Músculos y más músculos duros y alertas. Juventud que brota por los poros. Sonrisas perversas.

En un juego de complicidades, los siete Adonis bailan voluptuosos, ofrecen la carne bronceada, la dejan ver por trozos, como incitando sin prisas, con ritmo... Poco a poco las tensiones conducen al destape, la ropa sale sobrando y lo que en un principio parecía mera promesa se convierte en afortunada realidad: aparecen los primeros boxers y con ellos los piropos subidos de tono: ''šQue se asome la negra!''.

Avidas de emociones, las espectadoras salen de su letargo: ''Tan sabrosos bultotes y yo la miseria que tengo en casa!'', se comentan entre ellas. Pero no sólo las adolescentes alocadas casi terminan con las butacas de tanto brinco... Lo más alucinante de todo es que el público se compone en buena parte por señoras mayores, las que casi podrían ser las madres de los tiernos chicos aztecas que bailan al son de diversos ritmos: mambo, chachachá, música disco, zapateado...

Entonces se comprueba que ni con los años baja la calentura. Ahí las tiene usted a todas: cabecitas blancas, pelos pintados, secretarias en traje de carácter, chicas que se inician en la sensualidad... Todas juntas corean sin haberse puesto de acuerdo. šFuera ropa! šPaaapito!". Y los strippers felices, a veces ruborizados por tanto arrojo, pero complacientes hasta casi sus últimas consecuencias, volteados, ofreciendo sus nalguitas que se mueven con frenesí al ritmo de la música.

Una siente que se le hace agua no sólo la boca sino todos aquellos rincones susceptibles de humedecerse. Los más sabrosos pensamientos se agolpan y a nadie se le ocurre reparar en el ridículo: "šOrele, mi rey, aquí tiene esta cuevita pa su animalote". šAy, cómo se goza la belleza, especialmente cuando ésta se deshace de los trapitos absurdos! ƑA quién demonios se le ocurrió inventar los calzones para esta clase especímenes?

Armado a manera de revisión histórica, el show presume de un hilo conductor, pero eso es lo de menos. Se agradece el esfuerzo de la coreógrafa Martha Luna para estructurar el numerito, aunque lo verdaderamente importante es el carisma tamaño extra large de estos muchachotes, cuya profesión ųuno es publicista, otro administrador y hay por ahí un empresarioų no ha coartado su vocación de strippers, gracias a todas las que rezan porque existan los encuerados.

En una de esas, justo cuando las ideas calenturientas del público están a su máximo, a los siete hombresotes les da por bajar del escenario. šAy, nanita! Vestidos de revolucionarios, con tamaños sombrerotes, los muy provocadores sacan a bailar a las, literalmente, anonadadas mujercitas.

Y si usted pensaba que el factor sorpresa era determinante para que las susodichas se paralizaran... šnooo! Ni tardas ni perezosas las otrora reprimidas féminas aprovechan el momento y a ritmo de la Adelita les meten sus buenos camaronazos a los siete objetos del deseo. Nomás por no dejar y pa que quede huella.

El éxtasis... y eso que todavía falta lo mejor: el cierre con broche de oro. El número final constriñe las tripas, y es que en un acto de malabarismo, vestidos muy machos con sus trajes de charro blancos y ajustados, los Piel Azteca, tras despojarse del atuendo, quedan totalmente desnudos con el sombrero en el frente, en una especie de suerte charra.

Escena cachondísima, en la que ni las tangas impiden admirar lo que tanto se nos coqueteo durante hora y media. El objeto del deseo queda al descubierto, bañado por confeti y serpentinas. Desgraciadamente, cada quien tendrá que inventar sus propias fantasías o, de plano, conformarse con lo que tiene en casa.

(Piel Azteca se presenta jueves, viernes y sábado en el teatro Diego Rivera ųVersalles 27, Juárezų, a las 20: 30 horas.)

(Aurora Wolf)