JUEVES 29 DE JUNIO DE 2000
* Héctor Tamayo *
Quien encuentre a la izquierda mexicana, favor de devolverla
A fines de enero de 1994, la legislación electoral mexicana alcanzó su punto de máximo avance; no obstante, algunos acuerdos fundamentales no pudieron ser concretados:
1) No se limitaron, no se reglamentaron ni se controlaron los gastos de campaña en elecciones primarias y generales. Consecuencia: Ƒsabe alguien cuánto nos costó a los contribuyentes las brillantes y lúcidas campañas de los cuatro magníficos para dilucidar quién sería el candidato del PRI a la Presidencia? ƑSabe alguien el monto de los dólares para apoyar campañas presidenciales como la de Fox y Labastida, provenientes del exterior sea de agencias internacionales o de "patriotas" sacadólares que esperan recibir multiplicados los magnánimos favores que hoy conceden? Cuando todos sabemos que la banca nacional se mantiene operando gracias al narcotráfico, Ƒquién controla los movimientos con fines electorales de los más expertos y eficientes lavadores de dinero del mundo?
2) No se reglamentaron ni controlaron los tiempos y formas en los medios electrónicos. Resultado: impunidad para que los concesionarios hagan lo que se les venga en gana; pese a ello, no son pocos los informadores y comunicadores que han hecho muy bien y dignamente su trabajo, gracias al respeto a sí mismos y al respeto que les merece su labor, así como a la presión de una sociedad que exige cada vez con mayor fuerza, profesionalismo e información veraz. Sin embargo, se trata de una minoría, no de la generalidad del gremio.
3) No quedó establecida la libertad de conformar coaliciones. En cualquier democracia moderna, las coaliciones simplemente se acreditan ante la autoridad electoral y santo remedio. No es necesario establecer listados comunes de senadores y diputados a nivel nacional entre los partidos coaligados en torno a un candidato presidencial, como hoy lo exige la ley electoral mexicana.
Los avances de enero de 1994 fueron, sin embargo, muy importantes. Estos pudieron ocurrir gracias a la terquedad de Cuautémoc Cárdenas y a la terquedad de los cardenistas, quienes no cejaron de luchar desde 1988 por una reforma pacífica del Estado, dentro de la cual la reforma electoral constituía uno de los ejes centrales. La insurrección zapatista del primero de enero de 1994 logró, entre muchas otras cosas, que esta demanda progresara.
Para los zapatistas la democracia ha sido uno de los puntos principales de su programa, aun cuando su concepción al respecto, "mandar obedeciendo", rebasa la noción formal de la democracia. Sin embargo, en su texto más reciente, Marcos reitera que los zapatistas legitiman y exigen la vigencia plena de la democracia electoral.
Para quienes en su desmesurado entusiasmo pragmático por el "voto útil" ya dieron por muerta a la izquierda mexicana, vale la pena reproducir una parte más del texto de Marcos: "La renuncia del ingeniero Cárdenas a la lucha electoral por la Presidencia y su suma a la campaña de Vicente Fox, significaría también la desaparición de una opción electoral de izquierda en la lucha por la Presidencia. No ignoramos que hay un debate sobre si Cárdenas y el PRD son de izquierda. Nosotros pensamos que aún son parte de la izquierda, con todos los matices y críticas que se puedan proponer y señalando --e insistiendo-- que la izquierda política es más amplia que el cardenismo y, por supuesto, que el perredismo".
No es necesario recurrir a ninguna clase de retórica para percatarse que la izquierda mexicana, con todas sus múltiples, afortunadas y desafortunadas contradicciones, constituye una de las tradiciones políticas y culturales más relevantes del México contemporáneo. La izquierda, claro está, existe más allá de Cárdenas y de Marcos, más allá del cardenismo y del EZLN.
La izquierda mexicana tiene raíces que calan muy dentro de la realidad nacional y que se remontan a lo más profundo de la historia de México. Quienes pretenden conjurarla al calor de una contienda electoral, por más importante que ésta sea, resultan patéticos. Nadie desde la izquierda necesitará, como Ulises, encadenarse al mástil de algún navío ni tener a la mano trocitos de cera para taparse los oídos que impidan la seducción de las poco atractivas y bastante desafinadas sirenas foxianas.