JUEVES 29 DE JUNIO DE 2000
* Javier Wimer *
El voto neofoxista
Hace seis años, en la antesala de la sucesión presidencial, se avizoraban grandes peligros y grandes cambios en la vida de México. El violento choque de fuerzas que anticipaba e intentaba amortiguar el Grupo San Angel se desvaneció con el resultado de la propia elección, y también se desvaneció el viraje esperado. El PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, pero no el poder presidencial.
Ahora nos encontramos en otra antesala semejante. De acuerdo con las encuestas más confiables o menos desconfiables, que, de todos modos, constituyen un obligado punto de referencia en cualquier análisis, Labastida y Fox llegan al término de la competencia virtualmente empatados en el primer lugar, mientras Cárdenas avanza, aunque con escasas posibilidades de alcanzar a sus adversarios. Si el candidato triunfador superara a sus oponentes por una considerable ventaja, no habría un importante conflicto poselectoral.
En cambio, si las elecciones confirmaran las actuales tendencias de intención de voto, Labastida o Fox sólo podrían ganar por una pequeña diferencia. Sería factible entonces que se presentara un grave problema debido a que los candidatos perdedores podrían invocar las reales o supuestas irregularidades que nunca faltan en nuestras elecciones para solicitar la anulación de todo el proceso. Esta sería la peor de las hipótesis, pues tales acciones podrían abrir una crisis constitucional o mermar, al menos, la legitimidad y la autoridad del futuro Presidente de la República.
Pero la moneda está en el aire, y no conoceremos su signo hasta el día de las elecciones. Hoy vivimos una saludable incertidumbre democrática y nos preguntamos no sólo por el sentido mayoritario del voto, sino por el comportamiento de los grupos misteriosos de electores que podría trastocar nuestras previsiones. Nadie sabe cómo reaccionarán los afiliados nominalmente al voto corporativo y al voto comunitario, cómo reaccionará el numeroso ejército de los indecisos y de los que se niegan a contestar las encuestas de opinión.
En este panorama se ha formado un grupo de políticos e intelectuales que militan a favor de la transición democrática y que, considerando inviable la candidatura de Cárdenas, proponen votar por Fox. Estos neofoxistas sostienen que el cambio, o sea la derrota del PRI, es indispensable para la construcción de la nueva democracia, por lo que debe subordinarse toda consideración ideológica y política al objetivo de lograr dicho cambio. La operación se presenta, en suma, como un pacto democrático para conquistar el poder mediante el aprovechamiento del voto útil, que consiste en convertir a los cardenistas en foxistas.
Los principales defectos del argumento neofoxista son que el cambio no constituye un valor absoluto y que no garantiza, por sí mismo, el tránsito hacia formas superiores de organización democrática. El camino del autoritarismo está empedrado de buenas intenciones democráticas.
Un problema complementario es el candidato mismo cuyo discurso democrático ocupa un cambiante lugar en el vasto y contradictorio espectro de sus opiniones. Fox es un hombre impredecible porque no está atado a ningún sistema de ideas, a ningún partido y a ningún grupo. Está por encima de cualquier mecanismo de control y puede, cuando le convenga, olvidar sus compromisos y prescindir de sus consejeros.
Hay, sin embargo, muchos mexicanos que no comparten mis reservas y que votarán por Fox el próximo domingo. Es deseable que lo hagan por convicción y no por cuenta de discutibles estrategias electorales que ni siquiera consideran que se trata de una elección múltiple donde también se votará por senadores y diputados federales y, aquí en la Ciudad de México, por gobernador, delegados y asambleístas. Los votos son útiles para el vencedor, pero también son útiles para quienes ocupan otros lugares en las preferencias ciudadanas.
La presencia de unos y otros configura el mapa de la diversidad política propio de la democracia representativa. El voto es el acto más sencillo y más radical del proceso democrático. Es ejercicio de la libertad, y no del miedo. Es la afirmación solitaria de nuestro compromiso político con la comunidad. Por eso conviene impulsar no el llamado voto útil, sino el voto de conciencia. El que mejor corresponda a la inclinación propia. Deben votar por Fox los foxistas, por Labastida los labastidistas, por Cárdenas los cardenistas, por Rincón Gallardo los rinconistas y por Camacho los camachistas. El pueblo tiene la última palabra sobre el tema.