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México, D.F. viernes 30 de junio de 2000
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Editorial

EL TLC CON CENTROAMERICA

SOL El tratado de libre comercio suscrito ayer por nuestro país con Guatemala, Honduras y El Salvador, constituye un paso más en la estrategia globalizadora de la doctrina económica vigente, pero se distingue de los acuerdos comerciales firmados con Estados Unidos y Canadá, la Unión Europea e Israel porque entraña muchos menos riesgos que éstos para la economía nacional y porque orienta la desregulación de los intercambios en la dirección política e históricamente deseable de la integración latinoamericana. En este sentido, el TLC con el llamado Triángulo del Norte de Centroamérica no es el primero: lo anteceden los instrumentos comerciales signados por México con Chile y Costa Rica.

Una de las implicaciones del acuerdo firmado ayer en el alcázar del Castillo de Chapultepec es que formaliza la constitución de un nuevo bloque económico en América Latina, que viene a sumarse a los que representan el Pacto Andino y el Mercosur. Es razonable suponer que, en adelante, los necesarios esfuerzos para construir un mercado latinoamericano común tengan como pilares a estos tres grandes conglomerados comerciales.

Las naciones del istmo continental trataron de construir, desde los años sesenta, un mecanismo de integración regional ųel mercado común centroamericano-- cuya consecución se vio frenada por los conflictos armados de la década siguiente y que, a la postre, se reveló como carente de la masa crítica requerida para conformar un bloque regional viable.

En otro sentido, pese a las expectativas depositadas por los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala, en las sociedades de esas naciones se han expresado inquietudes y desacuerdos hacia el nuevo tratado, similares a las que crisparon a la sociedad mexicana durante el proceso de negociación del TLC de América del Norte; la razón de tales discordancias es que la asimetría de las economías centroamericanas podría traducirse en desequilibrios que condujeran, a su vez, a una depredación de sectores enteros, tal y como la que propició el TLC en México.

No puede pasarse por alto el hecho de que los países que se incorporan al nuevo instrumento comercial, incluido el nuestro, tienen como denominador común un panorama social marcado por las desigualdades y una deuda histórica con amplios sectores de población sumidos en la miseria, ya sea por inercias históricas o como consecuencia de la aplicación de estrategias económicas que tienden a concentrar la riqueza en unas cuantas manos. En el caso de México, la apertura comercial indiscriminada ha sido una de esas estrategias generadoras de miseria y opulencia.

En este contexto, si el acuerdo mencionado se quedara en una mera desregulación de intercambios mercantiles, resultaría una frivolidad inexcusable; es pertinente, por el contrario, convertirlo en un mecanismo eficaz de promoción de desarrollo y de generación de políticas sociales para contrarrestar la marginación, la desatención y la carencia absoluta en la que se encuentran grandes porciones de los mexicanos, los guatemaltecos, los hondureños y los salvadoreños. Finalmente, es deseable que el tratado redunde, además, en el fortalecimiento de los lazos políticos, sociales y culturales entre nuestro país y las otras naciones firmantes.


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