VIERNES 30 DE JUNIO DE 2000
PRD: retos y dilemas
* Gilberto López y Rivas *
Durante los últimos meses ha proliferado un sinnúmero de análisis sobre la actual contienda electoral que culminará el próximo 2 de julio. Por lo general, se ha puesto el acento en la figura de los candidatos, en la validez o invalidez de las encuestas de opinión, en los "debates" televisivos y, en menor medida, en la comparación de las plataformas electorales y los proyectos de nación en disputa.
Sin embargo, el tema de los partidos, esto es, de las instituciones que le dan cobijo e impulso a los candidatos a diversos puestos de elección popular, se ha mantenido en un impasse. No por ello esta discusión debe quedar al margen de la actual contienda electoral, sobre todo si partimos de la idea de que en las próximas elecciones se pondrán en juego algunos avances (o retrocesos) de la vida democrática de nuestro país.
El comportamiento y la dinámica de los partidos políticos son un fiel reflejo de la cultura política existente, tanto en gran parte de la sociedad mexicana como en otras esferas del ejercicio del poder. El hecho de que nuestro país aún se encuentre lejos de vivir un genuino régimen democrático se debe no sólo a la falta de transparencia en los comicios, a la ausencia de equidad en los recursos de las campañas políticas; sino también a las estructuras verticales, corporativas y clientelares del ejercicio del poder político que de una u otra forma ha permeado la práctica de los diversos partidos representados en el Congreso de la Unión.
Para quienes militan en el PRD, la actual contienda electoral ha generado una nueva oportunidad de reflexionar sobre qué tipo de partido se quiere para ser lo más congruente posible con el ideario político democrático que profesa. En esta coyuntura, el partido se unificó con el propósito superior de sacar adelante este proceso electoral, pero con la advertencia de que son muchos los militantes, e incluso simpatizantes, que exigen un partido distinto: se quiere no sólo una eficiente maquinaria electoral que gane elecciones, sino también que practique en su interior lo que proclama en público; que no haga de la lucha por los cargos públicos y las representaciones populares la razón de su existencia; que se convierta en un verdadero instrumento de cambio social; en un acompañante desinteresado de todas las luchas de nuestro pueblo; en un referente e interlocutor en el ámbito internacional del México democrático y solidario con otros pueblos.
Para ello, es menester concebir un partido que no circunscriba su proyecto de nación y su ideario político a los intereses particulares de corrientes, grupos o camarillas, que sólo actúan en contiendas electorales en busca de algunas posiciones. Se requiere un partido de compromisos constantes y cotidianos tanto en su interior, como hacia el resto de los ciudadanos, para verter en esta institución las esperanzas de cambio. Es necesario que al interior del PRD no se reproduzcan los cacicazgos, el clientelismo y el corporativismo que siempre se criticó al partido de Estado.
Recordemos que, a diferencia del PRI, el PRD nació de abajo, de la aglutinación de movimientos sociales, partidos políticos y luchas locales y nacionales, y no de un acuerdo cupular entre caudillos que debían poner orden desde arriba a las instituciones estatales. Recordemos que cuando el PRD logra establecerse como una nueva expresión política de la izquierda mexicana, sus militantes han sido asesinados, torturados y sufren un constante hostigamiento por el solo hecho de pensar distinto, de hacer valer una opinión diferente, y por reivindicar un derecho inalienable para los Estados modernos: la libre participación política.
Más de 600 militantes perredistas asesinados en distintos lugares de nuestro país constituyen la prueba más fehaciente del origen social del PRD, de su compromiso con la justicia social, la dignidad y la honradez que se han requerido para enfrentar a un partido que se constituyó al mismo tiempo como régimen político y que, incluso, se vio obligado a pactar con su antinomia: el Partido Acción Nacional, que a lo largo de la historia del México posrevolucionario se opuso siempre a los avances y los logros sociales provenientes de la revolución mexicana.
Por ello, independientemente de los resultados del 2 de julio, el PRD está obligado, moral y políticamente, a romper con la inercia de las coyunturas electorales para comprometerse y luchar, sin renunciar a sus principios, por ese proyecto de nación que se ha venido construyendo desde abajo, a partir de las necesidades más apremiantes de la gente, del venero de las resistencias locales y cotidianas.
La responsabilidad política y social del PRD es tan grande como la larga historia de los oprimidos que lleva tras de sí; y tan apremiante como la necesidad de transformar nuestra realidad de dolor y miseria en el futuro más próximo. Ello, sin embargo, sólo se podrá lograr superando aquellos intereses mezquinos que no tienen cabida en la lucha por la democracia, en la que la política, lejos de excluir la ética, debe asumirla como su complemento. La responsabilidad es más alta cuando observamos a nuestro alrededor y no encontramos otra expresión partidista capaz de lograrlo. *