DOMINGO 2 DE JULIO DE 2000

* Con el restreno de la obra de Jesusa Rodríguez se inauguró el teatro Vizcaínas


El Fuego incendia la conciencia, ante las sombras de la crueldad

* La adaptación de tres piezas simboliza la matanza de Acteal, como muestra de la tragedia del país

Mónica Mateos * El fuego ilumina. El fuego mata. Elegir el don o el martirio de ese regalo que Prometeo dio a la humanidad no es una cuestión de destino sino de conciencia o, acaso, de justicia. Cincuenta y cinco jóvenes de Iztapalapa y las actrices Isela Vega, Regina Orozco, Alma Jurado y Jesusa Rodríguez presentaron la noche del viernes y ayer una obra de teatro en la cual esas ideas ardieron en llamarada, al mostrar una metáfora, sin concesiones, de la masacre de Acteal.

Así se inauguró el teatro Vizcaínas, espacio que recién adquirió el gobierno de la ciudad de México y que en breve se integrará de lleno a las actividades culturales del Distrito Federal. Gestada en la Fabrica de Artes y Oficios (Faro) de Oriente, la puesta en escena El Fuego, dirigida por Rodríguez, resplandeció en el que fue su segundo estreno (pues también dio buenos augurios a la creatividad capitalina el 24 de junio, al escenificarse en la inauguración de la Faro).

Ahora, ante un público que llenó la sala, esta pieza en dos actos, que adapta tres obras, la escrita por José Ramón Enríquez; el Prometeo sifilítico, de Renato Leduc, y el clásico griego, Prometeo, de Esquilo, adquirió otro significado al abordar ''la tragedia que actualmente vive el país''.

La directora del montaje explica que eligió esta obra para simbolizar el crimen ocurrido en el municipio de Chenalhó, Chiapas, el 22 de diciembre de 1997, pues éste es ''un acto genocida que divide al país en antes y después. No podemos negar que esta clase de barbarie es producto del proyecto económico imperante en todo el mundo, en el que prevalece la exclusión y la estupidez, a pesar del don del conocimiento entregado por Prometeo a toda la humanidad hace miles de años.

"Como dice Marguerite Yourcenar: hay que acudir una vez más al crédito inagotable que nos abre el drama griego como un admirable cheque en blanco sobre el cual, cada poeta, puede inscribir por turno la cifra que le conviene". jesusa-obra-3-jpg

Con esta premisa brota El Fuego, con una Isela Vega que primero representa a una directora de teatro que debe preparar un espectáculo que "alimente el espíritu y tranquilice los ánimos", pues así se lo ha pedido un buitre de la cultura, una suerte de empresaria convencida de que "quien paga ordena" y que el teatro es "para verlo y no más". Después la actriz se convierte en una divinidad griega, en el fuego terrestre y celeste, Hefesto, que al brindarle su secreto a Prometeo, lo bendice y lo condena. Finalmente, será Hermes, el mensajero de Zeus que anuncia el padecer de quien obsequió el fuego del conocimiento a los hombres.

Jesusa aparece caracterizada como Dolores Olmedo, con un séquito de aduladores y sirvientes que acompañan a tan peculiar buitre en su infatigable picoteo de las entrañas de Prometeo, una rebelde actriz (Alma Jurado) que no se conforma con escenificar los textos clásicos sin encontrar un significado que provoque una chispa en el presente.

En esta búsqueda de un fuego nuevo que incendie la conciencia, las sombras ganan terreno y se desencadena la masacre: una escena cruel, plasmada sin piedad, que impresiona a los espectadores no sólo por la violencia explícita sino por las palabras de los asesinos que se quedan flotando en el aire: "hay que matar la semilla". Mientras, la luna nueva, Io (Regina Orozco), y su voz esplendorosa, en su oficio de hacedora de lluvia, aquí no se transforma en vaca para escapar de los celos de Hera, sino para llevar su lamento a todos los rincones, a manera de denuncia que estremece.

Los jóvenes actores fueron también los encargados de realizar el vestuario, con la coordinación de Martha Hellion, y la escenografía con Sheila Goloborotko, en los cuales quedó de manifiesto no sólo el arduo trabajo que realizaron en los talleres de artes y oficios, sino la frescura creativa con la cual se enfrentan al quehacer escénico.

En los seres hechos con estopa o cintas de video, entre los tambos de basura y una inmensa red de pesca elevan al público hasta el Olimpo, lo hacen penetrar en la Selva Lacandona, lo atan a la roca en el Cáucaso, a la tierra que germina al ritmo del cuarteto de percusiones Tambuco.

La tragedia torna locuacidad al concluir con un fragmento del Prometeo sifilítico, de Leduc, para recordar aquella sana costumbre de los griegos de terminar los dramas en forma cómica, lo cual deja bien marcado en el ánimo el sabor de la esperanza que Jesusa Rodríguez expresó al concluir la obra: "el lunes tendremos un país diferente".