DOMINGO 2 DE JULIO DE 2000
* Antonio Gershenson *
Las encuestas
y la realidad
Para dar una imagen de triunfo, los candidatos presidenciales del PRI y el PAN han estado publicando "encuestas" en las que siempre quien hace la publicación es el "ganador". En no pocos casos, se trata de empresas encuestadoras recientemente nacidas. Hay casos en que la imagen de triunfo se convierte en pronóstico de derrota si se le rasca tantito.
Por ejemplo, una de las encuestas del candidato del partido gobernante anuncia supuestos resultados en 20 estados. Al no mencionar a las restantes 12 entidades, se puede considerar que su partido, el PRI, las da por perdidas. Y entre esas 12 entidades están el Distrito Federal y Nuevo León. Además, hay casos que por lo menos son sospechosos, como cuando se proclama el triunfo del PRI en Jalisco, Baja California Sur y Zacatecas. En este último caso, coloca al PRD en tercer lugar con 14 por ciento, cuando que este partido ganó la gubernatura y la mayoría en el Congreso local.
Fox se autoproclama ganador una y otra vez, pero luego dice que sólo gana si Cárdenas renuncia a la candidatura en su beneficio. Y luego que a lo mejor sí pero de panzazo.
Incluso las encuestas de empresas más conocidas tienen sus problemas, considerando la situación mexicana actual. Cuando anuncian la metodología, que según el IFE siempre lo deberían de hacer, señalan que se basan en la visita al domicilio o llamada telefónica al mismo. Esto implica una muestra que incluye sólo a las personas que están en su casa en las horas en que se trabaja en la encuesta. Lo anterior va a sobrerrepresentar a grupos como las amas de casa, trabajadoras domésticas y personas de edad avanzada. En cambio, va a incluir un número menor de estudiantes (hablamos de los mayores de edad), trabajadores, choferes, profesionistas y muchos otros que están en las calles, en el trabajo, en la escuela. Los grupos que están en su casa son los que más ven la televisión y más influidos están por las dos grandes cadenas que la controlan. Los grupos que están fuera de su casa tienen mayor contacto social con otras personas.
Sólo estos elementos, que no son los únicos, muestran que estas encuestas, que podrían funcionar en el México de momentos más tranquilos, van a reflejar pobremente la realidad en momentos de cambios rápidos y de vida política y social intensa, como fue el caso de 1988, en que las encuestas fallaron drásticamente, y como es el momento actual. Otro elemento que no consideran las encuestas es el de las discrepancias en el seno del PRI, que sólo se expresaron y se expresarán a plenitud el día de la elección. Esa fue una parte de la explicación de la sorpresa de 1988, y podría serlo también hoy.
Ya en la 17 Asamblea Nacional del PRI, los delegados se sublevaron contra las posiciones que veían llegar "de arriba" y, además de oponerse a la venta de la petroquímica de Pemex, establecieron los famosos candados. No se podría aspirar a la candidatura a la Presidencia ni a una gubernatura sin haber antes ocupado un puesto de elección popular. Esto dejaba fuera a los tecnócratas, contra quienes expresamente iban dirigidos los discursos y la medida misma. A pesar que incluso el Presidente declaró públicamente y en diferentes momentos que los candados debían desaparecer, y de las amplia facultades que tiene en México quien ocupa este puesto, los candados siguen ahí, y los tecnócratas quedaron fuera de las mencionadas candidaturas. Sin embargo, ocupan puestos clave desde los que controlan los dineros de la Nación, y de allí proviene su fuerza política. Es claro que una derrota electoral del PRI representa el fin de estos tecnócratas, y los priístas lo saben bien, como lo supieron en 1988.
El resultado, pues, sólo lo sabremos hoy. El que vote de manera supuestamente útil por un gobierno de derecha o por la continuidad, debido a que se dejó deslumbrar por supuestas encuestas y a que sus convicciones no son precisamente muy firmes, tendrá tiempo para lamentarlo.
En realidad, no hay ganador ni ganadores predeterminados en una situación tan cambiante. Ganará aquél por el que votemos y cuyos votos podamos y sepamos defender.