MIERCOLES 5 DE JULIO DE 2000
Uno de julio
* Arnoldo Kraus *
Publicar el cinco de julio, unas notas escritas el uno de julio, unas horas antes de la contienda, suena, a todas luces, extemporáneo. Incluso, quizá, ridículo. A menos, que las reflexiones abarquen los sucesos previos al resultado final y no discutan acerca de la elección del nuevo Presidente. Eso hago: me regreso, repaso el modus operandi y los sentires de la sociedad antes del dos de julio.
Los mexicanos vivimos primero, y padecimos después, durante meses, cada vez más largos, cada vez más pesados, las campañas más despiadadas que recuerde la historia contemporánea. En la ciudad de México y en otros estados, los habitantes sometimos la vista, la audición y la charla a una doble propaganda, pues nos tocó también empaparnos de las ideas de quienes contendieron para gobernar esas entidades. No recuerdo cuándo ni quién fue el primero en avisar que estaba listo para ser el Presidente. Se sabe, en cambio, que el Instituto Federal Electoral (IFE) costó 35 mil millones de pesos, que los postes, las calles, puentes y pasos peatonales de algunas ciudades quedaron inundados de plásticos y que la mass media se apoderó de muchos espacios para dedicarlos a noticias y al análisis de las diferentes candidaturas. Lo mismo sucedió en las charlas cotidianas en las cuales "otros motivos de vida" quedaron relegados al aprecio o desprecio hacia los decires de los contendientes. Las campañas se volvieron padecimiento y los ciudadanos nos convertimos en síntomas. El resultado de la inmensa mayoría de las opiniones escritas y no escritas no miente: encono y desprecio hacia el ejercicio político fueron el denominador común.
El periférico y otras avenidas se convirtieron en un agravio para la vista, la radio para la escucha, y la cotidianidad para la conciencia. Los tiempos y los gastos dedicados para "seguir sembrando" la democracia mexicana, si es que ésa es la historia del tres de julio --escribo el uno de julio--, han sido inmensamente caros; a los costos del IFE deben agregarse la presión desmesurada de candidatos, medios de publicidad y last but not least, los temores e incertidumbres de buena parte de la ciudadanía. ƑPor qué los mexicanos tenemos que pasar tantos momentos desagradables antes de las elecciones? ƑPor qué sentirse amenazado? La democracia debería doler menos. 35 mil millones ha costado el IFE: Chiapas, UNAM, indocumentados, desnutrición...
A la caterva de la "presión normal" de la propaganda ad hoc se sumaron las amenazas, descalificaciones, agresiones y malabarismos de algunos candidatos que tan sólo sirvieron para intimidar a ciertos sectores de la sociedad. La espiral se estiró cada vez más y días antes de la elección devino desasosiego, rencor y temor. Entre preguntas y dudas afloraban el enojo y el malestar ciudadanos: Ƒquiénes somos?, Ƒqué representamos?
La comunidad parecía flotar a la vera de todos los ires y venires de las campañas y de los discursos. No parecemos, somos el componente menos importante de la batalla; muchos esfuerzos de los contendientes fueron dirigidos para denostar a los rivales y no para construir a la ciudadanía. Sobre todo, en los últimos días de junio, cuando se anunció que si no son claros los resultados habría protestas violentas, que se desconocerían las elecciones si se detecta fraude, que la depreciación de nuestra moneda era normal en esas épocas, que los hijos de extranjeros no deberían tener derecho a la Presidencia. ƑQué masa somos?
No es democracia aquella en la que los gobernados sienten temor, dudas, desconfianza, escepticismo y malestar ante un hecho tan normal como son los sufragios en su país, de su Presidente, en su historia, con sus impuestos. Hay quienes acuñaron el mote fiesta nacional al hablar de las elecciones, pero la realidad es otra: el sentimiento de devaluación y desconfianza en la sociedad aumentó progresivamente mientras se escuchaban, con sorpresa, determinados comentarios de algunos candidatos. Más que fiesta, los meses que precedieron a los comicios fueron reflejo de innumerables vivencias desagradables y no pocas desavenencias con el sistema político.
Marginar a quienes ostentan el poder requiere el arte y sabiduría de lord Byron, quien simplificó su idea de la política: ignoraba a todos los políticos. En estos lugares y en estos tiempos, sería maravilloso contagiarse de la sapiencia de Byron, pero la fortuna no suele ser contagiosa: en nuestro medio sucede todo lo contrario. Es tal el menosprecio al que nos vemos sometidos por la clase política, que su presencia se ha transformado, para nuestra desgracia, en necesidad y en obsesión. En una obsesión enferma. *