MIERCOLES 5 DE JULIO DE 2000

 


* Emilio Pradilla Cobos *

Lecciones electorales

Las elecciones del 2 de julio en el DF y en el país arrojan resultados que debemos analizar desde un ángulo distinto al de la euforia de quienes creen que con la derrota de Labastida y el PRI por Fox y la Alianza por el Cambio, llegamos a la democracia. Igualmente, aunque celebramos la victoria de López Obrador y la Alianza por la Ciudad de México en el DF, debemos hacer una lectura rigurosa de los resultados en la capital.

En el DF, López Obrador gana la jefatura de Gobierno como un reconocimiento ciudadano a la gestión del gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y de Rosario Robles, y por sus propios méritos, pero con un porcentaje total de votación diez puntos menor al logrado en 1997 y con una caída aún mayor del PRD como partido.

Se ganan 11 de las 16 delegaciones, algunas de ellas con ventajas muy reducidas, gracias a las alianzas. Hay una pérdida muy grande de votación para la Asamblea Legislativa, donde la mayoría de votos y curules de la Alianza por la Ciudad de México sobre la Alianza por el Cambio es mínima, e incluye a partidos ideológicamente muy distintos al PRD, en contraste con la mayoría absoluta lograda por el partido en 1997. Nada le quita legitimidad a la victoria, pero se definen para el próximo gobierno correlaciones de fuerza menos favorables que en el pasado trienio: no dispondrá de mayoría cómoda y unificada en la ALDF, y su relación con algunos jefes delegacionales importantes será problemática. A ello habrá que añadir el hecho de que su relación con el gobierno federal foxista y con el Congreso, dominado por el PAN, continuará siendo de oposición entre dos proyectos muy distintos, cuya intensidad dependerá de la línea que siga el neopanismo en el poder.

La victoria de Fox y su alianza, en la elección presidencial, en el Congreso y en Guanajuato y Morelos, aunque es la derrota del PRI y su gobierno de siete décadas, indica un gran avance de las ideas conservadoras, confesionales y de derecha entre los votantes, sobre todo, jóvenes. El proyecto neopanista de cambio, según la oferta de Fox, implica la "alternancia" en la cúpula del poder y no el cambio de régimen político, y puede incluir a muchos funcionarios del actual gobierno priísta y otros venidos de la probable fragmentación del derrotado partido oficial. El sentido profundo de su victoria radica en que el gran capital nacional y extranjero, ante el desgaste de su representante político anterior, el PRI, opta por cambiarlo depositando su confianza en el PAN. El neopanismo es una variante más fundamentalista del neoliberalismo salvaje, como lo mostró durante dos sexenios, y está en juego el patrimonio público, con Pemex y el sector eléctrico en la mira privatizadora. En lo social, se mantendrá la política "compensatoria" para las víctimas del capitalismo, hoy neoliberal, emanada de los organismos multinacionales, aderezada con un populismo ramplón e inviable. En lo cultural, una postura de caduco moralismo conservador y un confesionalismo religioso sintetizado en la frase final de su discurso de victoria: "Que Dios nos bendiga", sustituyendo al final patriótico: "Que viva México".

No podemos explicar estos resultados sólo en función de la avalancha foxista, que para muchos encarnó ahora el cambio y la derrota del PRI. La pérdida de esta bandera en el imaginario colectivo por el PRD tiene que explicarse sin caer en el expediente fácil de culpar a los sujetos, lo que sería sectario y simplista.

El futuro se presenta difícil, por el avance de la derecha y el retroceso de la izquierda. Sería errado confiar en que la recuperación se sustentará en la fragmentación del PRI y la emigración hacia el PRD, pues su fracción mayor se aliará con el PAN, a partir de sus coincidencias políticas, y tratará de avanzar hacia el bipartidismo, cobrando su tercio de votos.

El PRD, única oposición real nacional, debe hacer una profunda autocrítica para dar paso a su reconstrucción como un partido claramente definido de izquierda, con un programa político para la sociedad de hoy, enraizado en la mayoría de los trabajadores y sus verdaderos intelectuales, unificado ideológica y organizativamente, sin lastres corporativos y clientelares; moderno en sus formas de funcionamiento, y que base su acción electoral en la fortaleza de sus cuadros y su inserción entre los ciudadanos y no en alianzas con personajes de ocasión o representantes de grupos corporativos.