MARTES 11 DE JULIO DE 2000

* La ópera de Alban Berg es considerada la más relevante del siglo XX


Wozzeck, un parteaguas en carne y

música que se albergó en Bellas Artes

* El director escénico Benjamín Cann consiguió una versión digna del Primer Mundo

* Las funciones restantes, con este elenco insuperable, serán hoy, el jueves 13 y el domingo 16

berg3 Pablo Espinosa * Uno de los máximos acontecimientos culturales de México ocurrió la tarde del domingo en Bellas Artes: la puesta en escena, una obra maestra de montaje operístico conseguida a pulso por todo el equipo responsable de ponerla en carne y música, de la ópera más importante de nuestro siglo: Wozzeck, del compositor austriaco Alban Berg.

La dirección escénica de Benjamín Cann aunada a la también magistral escenografía de Alejandro Luna, vestuario de María y Tolita Figueroa, la dirección orquestal de Guido Maria Guida y un elenco insuperable, confluyeron en una puesta en escena ciertamente histórica, una impronta cultural que quedará como referencia, parteaguas, culminación de los afanes, dedicación y apuesta de la actual directiva operística en Bellas Artes, encabezada por Gerardo Kleinburg que tiene sus antecedentes exactos en las administraciones artísticas inmediatamente anteriores: la labor pionera de Ignacio Toscano, continuada por Sergio Vela, antecesores ambos de lo que hoy es el esplendor operístico que vive nuestro país. En esta nueva época dorada, hay que decirlo en un país con memoria flaca, es definitivo el trabajo edificante del mejor director de orquesta que ha tenido México, el compositor, humanista y promotor cultural Eduardo Mata (1942-1995).

 

México ya se merece a Berg

 

Los aciertos de la puesta en vida de Wozzeck son numerosos. Su mera presencia en el foro cultural más importante del país es ya un mérito en sí mismo. No se trata de un estreno, pues éste había ocurrido en septiembre de 1966 con resultados artísticos espléndidos pero una decepcionante recepción por parte de los operópatas. El testimonio se lo debemos a Juan Vicente Melo, quien fue uno de los cronistas musicales más importantes del medio siglo mexicano. Lo resumía así el maestro Melo: México no se merece a Alban Berg.

Han pasado 34 años desde entonces. México merece a Alban Berg. La comprobación está desde el domingo en Bellas Artes. Tanto el público melómano como el amante del arte del teatro pueden testimoniarlo también en las tres únicas funciones restantes: hoy, martes 11, el jueves 13 y el domingo 16.

Acorde con la morfología, estructura, sustancia y significantes de Wozzeck, una escenificación exitosa obedece al éxito a su vez de todas y cada una de sus partes. Es decir, si el mérito mayúsculo de la dirección de escena corresponde al maestro Benjamín Cann, ese prodigio de teatro en estado alquímico se debe a su vez a una escenografía igualmente magistral, a cargo de Alejandro Luna, consolidado como el escenógrafo mexicano por excelencia, dotado de sabiduría, lucidez y generosidad de los que se han visto beneficiados no sólo los escenarios teatrales de México, sino que el ámbito operístico le debe una parte muy considerable de su actual esplendor.

Dada la arquitectura sonora de Wozzeck, su delicada y perfecta construcción y entramado dramático, una representación escénica que logre la perfección ųcomo es el caso de la puesta en escena de Benjamín Cannų resultaría imposible sin una batuta también maestra ni un elenco como el que canta en estos días en Bellas Artes. Al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, Guido Maria Guida cuajó una pieza de maestro manejando como arcilla la empuñadura de su batuta de marfil.

El elenco requerido para esta partitura tan espinosa y bella no puede estar signado por otra virtud que no sea el de la excelencia. Cantantes expertos que sean también actores. Lo cual resultaría obviedad pero baste recordar que el arte operístico ha sido tradicionalmente reducido por los operópatas al mero regodeo en el gorgorito y los valores escénicos quedan no sólo relegados, sino agredidos (un personaje femenino joven interpretado por una señora madura, héroes apolíneos encarnados por barítonos panzones, y un largo y pesaroso etcétera). El caso de la obra maestra de puesta en escena que podemos ver ahora en Bellas Artes es una suerte de dream team: cantantes expertos que son también, actores, grandes músicos, artistas idóneos para el caso.

El personaje principal está encarnado por uno de esos barítonos que se cuentan con los dedos de una mano en el planeta: Jürgen Linn, uno de los pocos ųtambiénų consagrados a la ópera escrita en nuestro siglo. Su desempeño en el escenario del palacio de marmomerengue el atardecer de este domingo fue más que deslumbrante, alucinatorio. Fue la pieza clave para que el director escénico Benjamín Cann lograra una versión del Wozzeck digna de Salzburgo, o bien a niveles semejantes de excelencia como las versiones del Theater an der Ruhr o del Berliner Ensamble, una de las cuales se escenificaron, por cierto, hace pocos años en México merced a los festivales de teatro de Primer Mundo que organiza en nuestro país el ex ministro de cultura de Colombia, Ramiro Osorio. Opera de Primer Mundo, eso puede disfrutarse en estos días en Bellas Artes.

Otra pieza clave para la consecución de esta pieza maestra de puesta en escena es la participación de la soprano canadiense Eilana Lappalainen, cantante de rendimiento extraordinario pero también actriz sobresaliente. Su presencia sobre el foro dota de verosimilitud, probidez y encanto al fluir de las situaciones dramáticas. En general, ella y el resto de los actores destilan en escena las características intrínsecas de sus respectivos personajes: densidad expresionista muy crispada, desesperanza, fuerza nihilista. Los parlamentos, enunciados por igual en el estilo Sprechstimme, inventado por Arnold Schoenberg para su ópera Pierrot Lunaire (que junto a este Wozzeck y Pelleas et Melissande, de Debussy, son la tríada de óperas perfectas de este siglo), que en la vasta variedad de formas musicales que despliega Alban Berg, suenan contundentes.

 

Recurrir a la arquitectura

del arte sonoro

 

La belleza punzante de esta puesta en escena corresponde por entero a los anhelos del autor: ''Hacer música tan buena que resulte ser buen teatro". Dedicado durante años a este proyecto mayúsculo, Alban Berg ofreció explicaciones profusas al respecto. De las formas musicales que utiliza resulta, por ejemplo, todo un catálogo. Su voluntad de síntesis está acrisolada en el correcto entendimiento que de esa obra demuestran los responsables de la maravilla de puesta en escena en Bellas Artes. ''En el momento en que decidí escribir una ópera ųdecía Alban Bergų no tenía otro proyecto que el de dar al teatro lo que pertenece al teatro, es decir, articular la música de tal manera que fuera consciente en cada instante de su función al servicio del drama".

El resultado: una música en estado puro. Porque la resolución del texto de Georg Buchner en una ópera no lo emprendió Berg como un problema literario sino de arquitectura musical, un reto que no podía resolverse más que con las leyes de la arquitectura musical y no con las dramatúrgicas.

Así, la utilización de todos los registros de la voz, del Sprechstimme, de líneas melódicas zigzagueantes, de dosis mínimas de dodecafonismo, de la forma sonata (hecho insólito en ópera), danzas, pasacalles, rondós, marchas, fantasías y fugas, invenciones sobre un tema, una nota, un ritmo, un acorde, una tonalidad, sobre un movimiento regular de corcheas, las transiciones en cada interludio de entre el numeroso cambio de escenografías, o bien el final de cada acto que se encadena con el principio y a su vez el final de la ópera es un movimiento perpetuo que se concatena ųen la prodigiosa arquitectura musical de Bergų con todos los finales y con el principio mismo de la ópera, da un conjunto de reflexiones dramatúrgicas pero a partir de los sonidos. Una punta de lanza para el sicoanálisis, la consolidación de la filosofía de Nietzsche, la irrupción de la Bauhaus. Wozzeck es todo eso pero es también un reflejo social, tan contemporáneo como universal. Por eso es considerada la ópera más importante del siglo veinte.

Todo este dechado de maravillas está patente en la puesta en escena de Benjamín Cann. Impresionantes, inolvidables los impactos de los cierres de escena, con virtudes cinematográficas, con varias líneas de acción paralelas, con simultaneidad de tonos de contraste (la madre que hace el amor, el hijo que juega inocente), como la escena de la taberna en el tercer acto, realmente alucinatoria, con una orquesta dentro de la escena.

En todos esos momentos la iluminación y la escenografía de Alejandro Luna son también parte intrínseca de una obra maestra de escenificación operística. El arte del teatro en felices nupcias con el arte de la música.

Eso es Wozzeck en el Palacio de Bellas Artes: una obra maestra de representación operística, teatro en estado puro, música en estado alquímico, que hay que ver más de una vez. Prodigios como estos no se dan en maceta.

Albricias.