MARTES 11 DE JULIO DE 2000

 


* Teresa del Conde *

Max Beckmann

Gracias a la invaluable ayuda del Instituto Goethe y del Museo Sprengel de Hannover, la Sala Tablada del Museo de Arte Moderno exhibe una importantísima retrospectiva gráfica del artista alemán, fallecido en Nueva York en 1950 a los 64 años. Tuvo gran incidencia en México y sigue teniéndola a través de enseñanzas impartidas por maestros de las dos más importantes academias de arte capitalinas, así como de las clases teóricas sobre arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Una distinguida coleccionista que a la vez estudia artes plásticas, se sorprendió de la facilidad con la que ųsin hacer colaų pudo ver con desahogo la exposición, que explicablemente, debido quizá al periodo electoral, no ha contado con el público que merece.

El abanico que cubre la muestra comisariada por Norbert Nobis es muy completo. Se inicia con los grabados posimpresionistas de la serie El retorno de Eurídice, de 1909, y termina con las estampas a varias tintas del famoso Apocalipsis, junto con El circo, de 1948. Pocas veces nos es dado aprehender en conjunto la iconografía de un artista con tanto detalle, sobre todo si recordamos que Beckmann, notable como pintor y grabador, trasladó absolutamente toda su iconografía pictórica al grabado, a la xilografía y a la litografía. Sus soluciones varían considerablemente de acuerdo con el medio que elige, cosa que se constituye en auténtica lección, no sólo para los artistas gráficos (en México la enorme mayoría de los pintores incursionan en la gráfica), sino también para los investigadores, connoisseurs e interesados en el arte.

Beckmann, a pesar suyo, es también pedagógico. Si se quiere imaginar un medio muy sigloveintero acerca, por ejemplo, de cómo pudo haber sido el evangélico ''sermón de la montaña", nada mejor que analizar la litografía que trata el tema, lo mismo sucede con La última cena, muy ajena a la compostura digna, triangulada, que propuso Leonardo en el Cenáculo de Santa María delle Grazie en Milán. La ''cena" de Beckmann es polémica, movida, quizá corrió demasiado vino, como sucede con las cenas a las que frecuentemente asistimos en la contemporaneidad, sobre todo si se discute de políticas, sean culturales o de otra índole.

Beckmann se autorretrata unas 62 veces a lo largo de la muestra, en ocasiones solo, registrando como Rembrandt las alteraciones de su fisonomía, y otras en grupo, como un comensal más de los que acuden al cabaret o al concierto o a la revuelta. Igualmente es posible conocer la índole de los antros de Berlín y Frankfurt, la intensa relación con el teatro, los desfiguros de las manifestaciones callejeras y ųcosa por demás importanteų la arquitectura y el paisaje. No faltan las escenas eróticas ni tampoco las que toman como tema la apretada vida en los hospitales. Beckmann fue voluntario en el servicio de sanidad durante la Primera Guerra Mundial y el drama y la tragedia le cobraron con creces los parámetros de su producción inicial. Se operó en él una ''conversión" (del tipo de la San Pablo) y encontró su Damasco en la guerra, tanto que tuvo que aislarse debido a una crisis espiritual y nerviosa. A partir de entonces desplegó un intenso interés por los aspectos espirituales, tal y como éstos se manifestaban en el mundo visual. Fue un observador incansable y todas las pasiones humanas, las fantochadas, las traiciones, aunque también el amor y el convivio, están en sus obras. Supo reírse de sí mismo y así se representó, como bufón en el Circo Beckmann.

Para aquellos a quienes les gusta observar con detalle, es una delicia encontrar, por ejemplo, que en su representación de Adán y Eva, lo que ella ofrece a su compañero no es una manzana, sino un seno... abultado y sabroso. O bien, el Autorretrato de 1917, con la mano derecha moviéndose en un despliegue diríase que ''futurista", nos muestra a su autor como zurdo, toda vez que blande el buril con la izquierda.

En 1937 diez obras de Beckmann fueron integradas por los nazis a la exposición ''arte degenerado".

En 1940, durante la invasión alemana a Holanda (donde él se había exiliado) tuvo que quemar sus diarios, aunque poco antes recibió en ausencia un importante reconocimiento internacional en la Golden Gate International Exhibition.