MARTES 11 DE JULIO DE 2000

 


* Cristina Rubalcava *

Julia Giménez Cacho

"Se nos fue Julia" -me dijo Ximena al teléfono con la voz y el alma rasgadas.

La joven Julia de casi 80 años se fue y nos cuesta trabajo creerlo porque se siente como cuando la muerte sorprende a seres de temprana edad.

Julia, la niña joven o la joven niña no dejó nunca de vivir con ilusión.

Se fue amorosa y orgullosa de sus hijos, apasionadamente enamorada de su Luis, dejándoles amor y un ejemplo de vida excepcionalmente rico y singular.

A todos, nos deja su obra con discreción y talento.

Como una adolescente tenía el ''trac" de su próxima exposición en Madrid, el próximo 7 de septiembre. Julia tenía algo que ya es difícil poseer hoy: pudor.

Hace sólo un mes y medio la colega Julia vino a mi estudio en Tepoztlán, para ver el Mural de la canción infantil que estaba yo pintando, con todas las dudas que surgen en el transcurso de la ejecución de una obra.

Después de observar un rato hasta el último de los detalles, con una gran voluptosidad me aconsejó que al cielo le irían bien unos azules (lo que implicaba cambiar todos los valores cromáticos šde 33 metros cuadrados, ya casi terminados!), pero el brillo que tenía en sus ojos cuando me lo dijo me hizo retomar los pinceles y enfrentar el desafío.

Durante los días que duró este menester, Julia Giménez Cacho me llamó a menudo por teléfono preocupada por la gran tarea que había ocasionado (šafortunadamente!).

Su sabio consejo de gran colorista y conocedora de las artes quedó plasmado en una gama de azules celestes.

Su compañía, complicidad y consejo fueron para mí un privilegio y se quedan también en el Bosque de Chapultepec, donde el día de la inauguración del mural sonreía al ver que el horizonte se había fundido con los azules.

En estos últimos años compartimos los ''estreses'' de lienzos y vernissages.

En los meses recientes, en Cuernavaca, donde preparó la exposición de Madrid, desplegaba un entusiasmo y energía envidiables. Comentábamos cuadro por cuadro, se preocupaba como una estudiante.

Los mostraba rápidamente sin pensar que nuestra admiración por su talento necesitaba un poquito más de tiempo para gozar de sus trazos libres y seguros en ese tema reincidente lleno de misterio. Obras que encantan y en ocasiones enchinan el cuerpo.

Yo adolescente, recuerdo a Julia y a Luis Giménez Cacho, los guapos que iban a las tertulias semanales en casa de Elvira Gascón y Fernando Balbuena, con mis padres, con los Félix Candela. Ellos eran entonces los grandes, mientras nosotros, los hijos, jugábamos con los gatos organizándoles bautizos y bodas con todo y estampitas impresas para la ocasión.

Luego los hijos hicimos bodas y bautizos y pasaron los años.

Gracias a una sorprendente exposición de Julia en el Jardín Borda de Cuernavaca nos rencontramos felizmente. La pareja no había cambiado.

Hace diez meses mi hija Sonia y yo tuvimos el lujo de hacer, con ellos, un viaje a Segovia.

De ese día se podría escribir un libro. Seguramente el que Luis Giménez Cacho escribirá.

La energía y esquisitez de ambos nos hicieron recorrer no sólo Madrid-Segovia sino también andar por los caminos del tiempo asomándonos con relatos amorosos de impecables memorias a tremendos recuerdos y realidades, acompañados con la poesía de García Lorca y Machado, sin olvidar comentario alguno al pasar por puentes, senderos, arboledas, ríos y paisajes.

Cuánto amor y cuánto saber bien vivir. Y si hubo sufrimientos como en todas las vidas, Julia tuvo siempre el buen gusto y elegancia de que sus palabras fueran siempre para elogiar lo bueno, lo positivo y el buen humor.

Por eso, mi entrañable Julia, amiga y colega te recordaré siempre con alegría y optimismo con azul cobalto, ceróleo y ultramar.

Ibiza, 8 de julio de 2000.