''Este país será de los Salinas'', dice el libro de María Bernal


Planeaba Raúl ser presidente

Editorial Océano da a conocer el libro Raúl Salinas y yo, escrito por María Bernal, del que ofrecemos a nuestros lectores un adelanto, con autorización de esa casa editora.

 

El verdadero Raúl Salinas

Mi nueva y dura realidad me empujó a buscar un respiro y fue en el trabajo donde creí encontrarlo. Como lo habíamos convenido desde antes, dejé la casa de su padre y me fui a casa de Raúl. Quería evadirme y también sentir que, de alguna manera, estaba haciendo algo para mi propio bien. Con esta convicción le pedí a Raúl colaborar en los asuntos que creyera pertinentes; a él la idea le pareció magnífica y conociendo mis habilidades para organizar y administrar, me puso a la cabeza del inventario que se realizaba en Las Mendocinas. Este trabajo constituía parte de los supuestos cambios de propietario de los ranchos y las casas.

Ahora a la distancia veo claramente la sangre fría de Raúl para manipular todo y a todos los que giraban alrededor de su vida. Primero sería gobernador y luego presidente de México. ƑCómo no iba a ser capaz de lograr su objetivo si supo manejar a toda una nación detrás de Carlos? Raúl estaba eufórico, casi enloquecido, y no le importaba renunciar a todo con tal de ser por fin el protagonista nacional. Constantemente decía: "Seré un gran mandatario". Pero Raúl no soñaba; planeaba y exigía que este país tenía que ser de los Salinas y de nadie más. "En México hay muchos Salinas", sentenciaba.

Mientras sus planes se hacían realidad, durante dos meses viajé en helicóptero todos los días a Las Mendocinas, con la esperanza de darle tiempo a Raúl de recapacitar y valorar nuestra relación. Pero no fue así, él cada día se cegaba más y por mi parte yo pedía que ese espacio me devolviera la tranquilidad que reinaba en mí antes de conocerlo. No dejaba de buscar una respuesta al por- qué cuando uno llega a esta tierra se vive con tanta rapidez, como si se devorara el tiempo. Quería parar todo y así me lo exigía, pero había un obstáculo: Raúl.

Desahogaba toda mi desilusión en el trabajo. Llegaba a las ocho de la mañana a Las Mendocinas y regresaba a casa de Raúl como a las seis de la tarde. A cada una de las pertenencias de aquel lugar se le tomaba una fotografía y luego se empacaba perfectamente con su número y forro correspondiente y en orden alfabético. Las fotografías con todos los datos eran ordenadas en carpetas numeradas y tituladas, para que si por algún motivo se necesitara localizar algún objeto, éste pudiera identificarse de inmediato.

En ese trabajo colaboraron conmigo Ana María Rodríguez y María del Carmen Tielve, además tenía a mi cargo más de diez hombres para mover cosas, empacar y cargar. Yo me ocupaba del inventario de las cosas de más valor, como los cuadros, las antigüedades, las vajillas, las piezas arqueológicas y los objetos de plata y oro. Recuerdo que cuando se desmanteló la armería, me sorprendió ver la cantidad de piezas que había, y también las diversas obras de arte que adornaban Las Mendocinas, entre las que se encontraban cuadros de Rufino Tamayo e impresionantes esculturas.

Por supuesto, Raúl ya había trasladado sus oficinas a su casa desde hacía algunos meses, y durante ese tiempo conocí a algunos de sus amigos y a los políticos con los que se reunía. Me di cuenta de que algunos de los amigos cercanos de Raúl eran personas "grises", por llamarlos de alguna manera. Roberto González, Adrián Sada, Abraham Zabludowsky, Jesús Gómez Portugal, Salvador Giordano, Federico Jaime de la Mora, Mier y Terán, Manuel Muñoz Rocha, Alejandro Rodríguez, Carlos Peralta y Manlio Fabio Beltrones son los hombres a los que pude conocer en diferentes ocasiones. Una vez que Raúl tuvo poder y dinero, es decir, a partir de que su hermano fue presidente, a los de su mayor confianza los llamó para colocarlos en puestos estratégicos.

También en esos días conocí a Paulina Castañón, el fantasma que había llenado de sombras mi vida. Fue una tarde en que llegué de trabajar en Las Mendocinas y entré despreocupadamente a la sala donde acostumbraba descansar y escuchar música antes de cenar. Lo primero que vi fue la figura de Raúl sirviendo unos tragos y, al voltear la mirada, vi a una mujer sentada muy a gusto en uno de los sillones. La reacción alterada de los dos me hizo adivinar de quién se trataba. Sin darles tiempo a más me presenté tranquilamente con la invitada, y Raúl presuroso me dijo que la señora era Paulina Castañón. "Encantada", fue la palabra que pronuncié antes de salir de inmediato de la habitación. Sin embargo, no había sido una sorpresa. Me la había imaginado tal cual era. Una señora madura, de apariencia elegante y educada, de rasgos finos, sonrisa fingida y, por supuesto, rubia.

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