SABADO 15 DE JULIO DE 2000
* José Cueli *
San Angel
San Angel es ''un estado de ánimo color bugambilia". Calles estrechas y solitarias, rincones oscuros y ángulos luminosos en su interioridad. Armonioso conjunto de líneas elegantes y airosas. Grandes masas de luz y sombra que al presentarse iluminados por una claridad dorada nos ofrecen imágenes fantásticas que ocultan y a la vez develan un ''algo" que lo convierte en un particular ''estado de ánimo".
Imágenes de piedra y rincones solitarios pletóricos de formas y colores que combinados con una inusual coherencia conforman un conjunto inexplicable del que apenas se puede dar cuenta con la palabra. San Angel, dotado del más alto grado de expresividad, se torna indescifrable simbolismo que queda como profunda inscripción en sus moradores. Espacio impregnado de tradiciones, leyendas y páginas personales.
Cuando uno se acostumbra a deletrear esas casas, iglesias, conventos y plazas, poco a poco va haciendo luz en el caos de líneas y accidentes, al iniciarse en sus fórmulas misteriosas y sorprendentes, descifrando una a una las letras de su escritura jeroglífica. Una tradición que es el eje sobre el que gira nuestro pasado. Arquitectura del espacio interior velado por bugambilias de colores intensos, únicos, irrepetibles, que descubre las fuentes de la filosofía en los claustros, buscando el origen que no tiene origen. Majestad y esbeltez de los laberintos interiores de hondo silencio proyectado a sus calles, en que los ecos repiten y prolongan el leve rumor de los pasos y de la voz miedosa de elevarse, dándoles a San Angel y a sus habitantes su tono bajo, modulado, misterioso, graduado y preciso.
El san angelino, sentado en la soledad de los jardines y patios que lo simbolizan, busca en ese ''estado de ánimo bugambilia" ese "algo" que se le escapa al ángel sin alas, sabedor de que no puede volar. Por tanto, vuelo de la imaginación, en la que da rienda suelta al radiante caleidoscopio de la fantasía, en el espacio sin límites de la búsqueda de la originalidad. Escondido misterio de rápidas transiciones en la detenida observación de lo interior, de lo íntimo.
San Angel, invocación misteriosa que al acento de un conjuro mágico palpita en las piedras de sus calles gastadas por el paso de sucesivas generaciones; se defiende de la intrusión, de la modernidad y se refugia en sus casas y patios, se rebela a que el poder del dinero, expresado en el comercio, lo invada. San Angel situado en el margen, al margen vive desde el interior un espacio que sobrepasa el concepto tradicional de su paisaje externo. Escapa a ser encasillado como instancia formal, se rehúsa a la inadecuación entre la forma y contenido y se enseñorea en algo más allá de su espacio interior.
La faz de San Angel se define por sus oscuros y misteriosos espacios internos, que no pueden ser impostados por un maquillaje grosero. El san angelino que ama el silencio para escuchar en éste el espíritu, que en voz baja y en un idioma extraño al resto de la ciudad, le susurra historias peregrinas, medita sobre el origen del hombre, ama la soledad para poblarla con imágenes y ver cruzar, en una onda de colores y luz, monjes, pintores, escultores, escritores, filósofos, científicos y puede, a su antojo, recorrer esa interioridad y dar vida a ese espíritu.
Es quizá, en los crepúsculos, la hora en que San Angel se devela ''estado de ánimo". Esa hora en que se envuelve con el manto de una niebla azulada y las campanas de San Jacinto tienen un eco melancólico y los objetos, al perder el color y la forma, se mezclan entre sí, confundiendo sus vagos contornos cuando el airecillo recorre las calles y suena al detenerse en los huecos de las hermosas puertas de las casas, como un gemido que se ahoga; cuando sólo turba el silencio, el rumor de sus fuentes y el cruzar de una sigilosa sombra lúgubre y blanca que viene desde Chimalhuacán, a la que sus antiguos moradores llamaban ''La llorona".