DOMINGO 16 DE JULIO DE 2000
* Bárbara Jacobs *
Los exilios
Si me quieres escribir, adelante. Pero antes de acompañarte a buscar los vasos de tu viejo juego, incompleto, mamá, a lo largo de medio siglo, medio siglo no es poco tiempo, acompáñame tú a ver los Exilios de Yani Pecanins: mañana la desmontan, o la destierran, y se volverá ella misma una exiliada, desmantelada, se convertirá en diáspora, dispersa, irreunificable. Mamá, sin embargo, se puso nostálgica antes de entrar a la galería. De niña vivió por los rumbos hacia donde nos dirigíamos, y cada cruce de calles le recordaba su infancia, la nana que la llevaba a pie al colegio, mamá que le compraba un helado en la heladería Salamanca, atrás, atrás, los padres emigrantes muertos, los hermanos dispersos; ella reconstruye la unión mítica en el recuerdo. Vemos la exposición de Yani y luego seguiremos recordando lo que quieras, le pedía en silencio como si creyera que fuera posible hacer paréntesis y aislar una cosa de otra en una vida.
Esposa de trasterrado, entrar a la Galería Pecanins, ahora en la calle Durango (inolvidable la de Hamburgo, yo empezaba a franquear el mundo de los artistas y de los poetas, subía la escalera de madera, soñaba levitando en el principio de la vida a mis pies), acabó de sensibilizar a mamá, a la que nunca le hace falta la gota para derramar el vaso, le caen de sobra, su mente, o los poros de su piel, en marcha para el recuerdo. María Teresa y Ana María Pecanins brazos abiertos, galeristas de alma, quieren que recorramos solas la exposición, pero su presencia la recorre con nosotras y los pasos de Ana María, madre de la artista de los exilios, materializan las palabras que nos dice a la espalda, el índice nos abre los ojos a las maletas encimadas, a una llave, a la fotografía de un barco.
Ya sabes mi paradero, Ƒo no? Qué mayor representación de todo esto que una carta, un bordado o una prenda de ropa interior de mujer. ƑPero no viste los alfileres que tiene clavados en los senos? Se llaman copas. Cada uno sobre una palabra. Las palabras, impronunciables, se repiten y sin necesidad intensifican esto que es esto, un contenedor de representaciones. Oír ayes sobre tu hombro clavado de alfileres de plata, envenenados con la noción de la partida, una marcha sin huellas que te indiquen el regreso, la arena debajo de tus pasos es movediza, autofágica y desmelenada, no le importa si la presión de una planta de un pie quiere transmitirle ninguna clave descifrable.
He procurado poner en palabras la mayor importancia que puede tener una cosa sobre otra, pero de momento debe serme suficiente intentar establecer que creo más importante una reacción natural ante una obra de arte que las palabras mejor dispuestas que la expliquen. Sobre todo, cuando la obra en cuestión se explica sola, como toda manifestación estética autoesto y autolotro. Una respuesta natural, sin embargo, no se da en cuerpos endurecidos por la razón, el saber, la vanidad del que tiene además facilidad de palabra. Ser tartamudo o incluso mudo, enmudecer, trabarse ante una representación estética puede ser mejor síntoma de erupción que la capacidad de explicarse.
Paso sobre paso, el pasado camina sobre el presente y el presente se mira los pies descalzos porque la vida le corta a cada rato el futuro deseado, recorremos los Exilios, mamá, Ƒme sigues? Le pregunto porque no la oigo a mi espalda, la veo, en cambio, sacar un pañuelo de su bolsa. Cuánto polvo inútil en los bolsillos, que cuidas durante el viaje y que después depositas sobre las flores nuevas para fecundarlas como si fueras abeja ilegal. Que crezca aquí lo que planté allá, o que dé un fruto transmutado o transustanciado.
Ana María Pecanins nos relata en un hilo de voz historias deshiladas que intensifican el recorrido de los Exilios. Habla de sobrevivientes y de búsqueda de objetos sin propietario. Pero mamá no soporta más. La mira a los ojos y las dos se abrazan sin contener más las lágrimas. ƑQué pasa? El pañuelo de lino blanco ha volado a pesar de ir empapado, roza unos zapatos, un anillo de boda, un baúl amortajado. Las dos mamás, incontenibles, quieren decirnos algo. A Yani, la artista del exilio, y a mí, que busco el significado. No se me ocurre gran cosa, fuera de que la madre, esta y esta madre, es el territorio del que nacer te exilia. Así que el hijo las deshabita y las convierte en la otra cara del exilio. No sólo llora el exiliado, pensé, atravesada por la idea de la autofagia necesaria en la soledad; llora también la tierra, me dije, que con tu partida dejas desarada, una cama sin tender.