DOMINGO 16 DE JULIO DE 2000

Galeano

VENTANAS

* Eduardo Galeano *

Marketing

 

 

Salim Harari siempre tenía pimienta a mano, infalible arma de Oriente para arrojar a los ojos de los ladrones; pero ni los ladrones entraban. La tienda, La Lindalinda, estaba tan vacía como los estómagos de sus nueve hijos.

Salim nunca se había dado por vencido, desde que había llegado desde la lejana Damasco a vender géneros en la ciudad de Rafaela. El limonero no daba frutos y él ataba limones a las ramas. Ningún cliente aparecía y él arrojaba metros y metros de telas a la calle, desde el balcón:

-šAquí se regala todo!

Le llegaban noticias de que un barco se había hundido en el río Paraná y él regaba con agua sus satenes y sus creas, y a gritos los ofrecía:

-šLas telas rescatadas del naufragio!

Pero ni así. No había manera. La gente pasaba y miraba para otro lado.

Largo fue el tiempo de la desgracia, cada día peor que el anterior y mejor que el siguiente, hasta que a Salim se le encendió la lamparita, una noche, mientras dormía.

Despertó decidido a cobrar entrada. Había que pagar para conocer La Lindalinda. Quien no pagaba, no entraba.

Y entonces cambió la suerte. Todo el pueblo hacía cola.