LUNES 17 DE JULIO DE 2000
PRI: constituir una opción viable de poder
* Elba Esther Gordillo *
El 2 de julio constituye un hito en la historia de México. El país ingresa al nuevo milenio en condiciones inéditas.
La alternancia mexicana es el mandato de la sociedad; la decisión de un actor que irrumpe en este quiebre de siglos: el ciudadano.
Son muchas y muy complejas las lecturas que reclama este tiempo. La paradoja democrática consiste en que no hay una fuerza hegemónica; la geografía electoral expresa nítidamente la diversidad: desde el municipio, pasando por las entidades federativas, hasta la Federación, gobiernan distintas fuerzas políticas. No hay mayorías absolutas en ninguna de las cámaras del Congreso de la Unión; gobernadores, alcaldes y legisladores expresan la diversidad del país, lo que no constituye --salvo en una visión atada al pasado-- un factor perturbador, sino una exigencia de hacer política en su sentido más alto: dialogar, negociar, alcanzar acuerdos.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no estará al frente del gobierno de la República en el periodo 2000-2006. Así lo decidió una ancha franja de ciudadanos, y lo hizo en una jornada cívica, respetuosa de la ley y en el marco de las instituciones. El cambio se dio por medio de los votos, con civilidad, crecimiento económico y en medio del reconocimiento de la comunidad internacional.
Son muchas las lecciones que arrojan los últimos acontecimientos y, en general, la vía mexicana para la construcción democrática.
Entre las particularidades más significativas de este proceso subrayaría las siguientes: el cambio de partido en el gobierno se llevó a cabo a través de una amplia participación ciudadana: 64 por ciento de sufragios con respecto al listado nominal de electores, cifra superior a la de muchos países con larga tradición democrática, incluyendo Estados Unidos.
Las nuevas instituciones electorales, de manera primordial el Instituto Federal Electoral, pasaron la prueba de fuego de unos comicios competidos, vigilados, en los que se puso en juego y se decidió la distribución del poder político. La presencia de algunas irregularidades menores no enturbia la limpieza y transparencia del proceso.
El comportamiento maduro, reflexivo y patriótico de los principales protagonistas permitió conjurar la intranquilidad que pudiera haber existido y aterrizar sin contratiempos en una nueva realidad política. La conducción del presidente de la República, Ernesto Zedillo, fue republicana y ejemplar en esas horas decisivas.
El cambio --para algunos demasiado largo, para otros aún riesgoso-- ha sido el resultado de largas transformaciones en la cultura política, de luchas sociales de muchos años, que se dieron desde todas las trincheras ideológicas, y de modificaciones a la legislación y al entramado institucional en las que mi partido, el PRI, tuvo un papel decisivo.
Las nuevas condiciones de participación ciudadana, la existencia de un sistema de partidos, los nuevos equilibrios en el poder, la cohabitación entre organizaciones políticas de diferente signo y la alternancia no se hubieran podido dar sin la visión y la objetividad desde el gobierno, la tenacidad y empeño de las oposiciones y el empuje, desde abajo, de la esperanza y la responsabilidad de los mexicanos.
La etapa que culmina deja muchas enseñanzas para todos. Debemos asumirlas con inteligencia para superar errores, no cometer las mismas equivocaciones del pasado, evitar salidas desgastadas y estar a la altura de una ciudadanía que ha venido manifestando con claridad su voluntad, lo mismo haciéndose presente que empujando, orientando.
Una cosa es clara: los partidos, todos, tienen que revisarse. En el PRI nuestro reto es hacer un diagnóstico riguroso del contexto, sin autoflagelaciones y sin buscar corderos pascuales; realizar una autocrítica a fondo de las causas cercanas y remotas de lo que expresaron las urnas, y trabajar resueltamente para recuperar identidad, revisar el andamiaje normativo e institucional, y asumir las definiciones básicas, nuestro compromiso histórico con las luchas del pueblo, para convertirnos, lo más pronto posible, en una oposición lúcida, constructiva y responsable, y en una alternativa de poder viable. *