LUNES 17 DE JULIO DE 2000
PRD
* León Bendesky *
Los partidos son organizaciones públicas que demandan votos de sus seguidores y simpatizantes para alcanzar posiciones de influencia en la sociedad. Sus dirigentes y sus militantes conducen su vida interna, deciden su funcionamiento institucional, diseñan las estrategias de sus acciones y definen las ocasiones para realizarlas y, también, pelean las posiciones de poder y de liderazgo.
Todo ello no puede separarse de aquéllos que se identifican con sus propuestas y con su ideología y que, sobre todo, votan por los candidatos que designan para ocupar puestos de elección y participan de sus proyectos y convocatorias. Este es el público que debe sentirse bien representado en las propuestas, las tareas de gobierno, los trabajos para legislar y hasta la forma en que se conduce la vida interna de los partidos de su preferencia.
El PRD tiene, sin duda, mucho que explicar a sus seguidores después de esta campaña electoral, cuyos resultados en las urnas le son francamente desfavorables, pero, igualmente, por la forma en que condujo la lucha política para la Presidencia y el Congreso.
El saldo es pésimo y el partido aparece después del 2 de julio como un órgano informe, incapaz de ofrecer una cara creíble, lo cual, si es difícil siempre que hay una derrota como la que ocurrió, lo es más por la conducción errática y tibia de sus dirigentes, a pesar de haber partido con una posición fuerte en diversos gobiernos estatales y municipales y en la Cámara de Diputados.
La dirigencia del partido tiene una responsabilidad que no puede eludir, ni hacia adentro de sus propias estructuras ni hacia afuera, frente a los ciudadanos que votaron por el PRD. En ambos casos deben hacerse cargo de la baja votación recibida y, especialmente, del hecho que muchos ciudadanos decidieron ejercer el voto útil, no necesariamente para que ganara Fox, sino para que perdiera el PRI. Esa directiva no puede escudarse ahora en débiles argumentos de institucionalidad interna y debería reconocer, en cambio, el reducido saldo de su capacidad de convocatoria, de representatividad y de alcance hacia la sociedad que quiere una opción política como la que puede ofrecer el PRD, si es que puede.
Esta campaña electoral puso en evidencia el desgaste de la organización del partido, las disputas internas de los grupos que lo componen --cada vez más informes y que no corresponden a lo que pasa fuera de su estrecho mundo--, el clientelismo y la incapacidad de crear en más de una década de existencia una plataforma política consistente y de renovar sus cuadros. Todo esto se manifestó de modos diversos, pero contundentes en los meses de las campañas a escala nacional y local, y una de sus formas fue, primero, la incapacidad del partido de convocar a los ciudadanos con una visión clara del país, de apoyar a sus candidatos, y después, la ilusión falsa de una posible victoria y la formulación de alegres cuentas sobre la votación que no pudo remontar la evidencia de lo que ocurría y que casi cuesta hasta la gubernatura del Distrito Federal.
En un país en el que se ha demandado de modo insistente la rendición de cuentas en los asuntos públicos, Ƒquién responde en el PRD? Y esto no es buscar sacrificios ni pedir cabezas, sino una simple exigencia política. Almunia asumió esa responsabilidad y el costo que acarreó tras la derrota del PSOE en las elecciones españolas, y debería recordarse a Rosa Díez, quien hizo una campaña exitosa al Congreso haciendo una pregunta muy simple: Ƒqué razón darle al electorado para votar por el PSOE? Simple en su formulación, esta pregunta requiere hoy de mucho talento por parte de quienes conducen al PRD.
El partido está en una grave disyuntiva. Está menguado en su representación en el Congreso, donde los asuntos que ha promovido tienen cada vez menor rentabilidad política. Como fuerza opositora le ha cambiado el panorama luego de la derrota del PRI y habrá de replantear su estrategia legislativa ante el gobierno foxista. Como gobierno en el Distrito Federal, debe reconocer que perdió fuerza ante el ascenso del PAN y está obligado a hacer un muy buen gobierno, pues de lo contrario en seis años habrá muy poco sustento para una oferta política creíble.
El PRD tiene que empezar por rescatar el esfuerzo y la lucha que ha realizado por democratizar al país, que ampliamente le reconoce la sociedad. Pero, además, debe reconocer que ha de empeñar sus fuerzas en quienes hoy tienen un capital político (y no son muchos) para alcanzar posiciones de liderazgo y construir para las próximas elecciones legislativas y para el 2006 una alternativa decente y posible. El partido tiene una sola opción: sacar cuentas rápidas y contundentes, lo que exige una gran calidad moral y política de sus miembros y, en particular, de sus dirigentes, y de inmediato ver hacia delante, pues corre el riesgo de acabar convertido en una estatua de sal, como la mujer de Lot. *