LUNES 17 DE JULIO DE 2000
* José Cueli *
El Zotoluco en Pamplona
Llegar El Zotoluco a la plaza de toros de Pamplona, en su feria a San Fermín; peregrino en busca de los sutiles puestos que unen lo mexicano con lo español y escuchar el estrépito de los mozos en la plaza, cantar, bailar, beber y comer, le debió de sobrecoger el espíritu y hundirlo en la niebla de su historia.
Esa plaza pamplonica que tiene un instante de sugestión incomparable. A la que arriban los toros después de correr por las calles y provocar emociones y tragedias entre los valientes que les hacen frente sobre las piedras sólidas, escuetas, que nos hablan de voces graves, en especial lo de los nativos.
El Zotoluco al llegar a Pamplona ha hecho profesión de fe al traspasar la puerta del coso de recios goznes por la que se le distendió el espíritu en su ansia de infinito. La sensación que se percibía en la pantalla televisiva era de anonadamiento. Lentamente la fue superando con una solidez de ánimo, capaz de desafiar a la torería española y a los toros de Miura, impresionantes de catadura, pero, broncos, descastados, ilidiables.
En El Zotoluco adquiere plena conciencia la lucha del hombre con las fatalidades del mundo; los toros y un público más atento a su vino, desmadre y ajoarriero que al toreo. Ante ellos, la actitud de desafío con un toreo recio y rítmico, al son del Rian-Rian, marcaba la silueta morena que se recortaba en sombra verde sobre el azul del horizonte navarrico.
En El Zotoluco todo era de asombrosa simplicidad, sugeridora de grandeza. El torero cuando más grande es, más sencillo, y por su sencillez podrá tocar el más allá. El toreo de El Zotoluco talló imágenes toscas, pero ponía en ellas un reflejo de su apasionado carácter. Balbuciente como la palabra que no ha encontrado su forma definitiva, pero que por lo mismo es más viva y radiante al estar en formación y conservar la frescura de lo originario que aspira a ser, lleno de deseo. šBien Zotoluco, bien!
Lo dicho, mucho, baile, canto, chorizo, y vinillos rojos, Ƒy de toreo?