JUEVES 20 DE JULIO DE 2000
Fox y el pluralismo imperfecto
* Adolfo Sánchez Rebolledo *
Las elecciones del 2 de julio privilegiaron el momento de las coaliciones sobre los partidos, acentuando la polarización que permitió anular la riqueza del naciente pluralismo. El único partido que obtuvo ''por sí mismo'' posiciones en el Congreso fue el PRI que, en muchos sentidos, es también un frente electoral. Democracia Social consiguió dos diputados locales, uno en el Distrito Federal y otro en el estado de México, pero se quedó a unas centésimas del registro, de modo que sólo quedan en el escenario los tres partidos tradicionales reconocidos y una constelación de pequeños satélites en busca de su propia órbita, aunque sea para negociar nuevos privilegios.
Esta clara afirmación de las alianzas sobre los partidos, absolutamente legal y explicable en una elección plebiscitaria plantea, sin embargo, serias interrogantes sobre el futuro del ''sistema de partidos'' y su ubicación en la reforma democrática del Estado. Descontando las dificultades de cada partido para mantener la unidad sin subdividirse en varias fracciones, el panorama en este terreno ha cambiado de la noche a la mañana a partir de los comicios. Baste recordar que un poco más de 80 por ciento de la votación emitida por todos los candidatos se concentró en las bolsas de Labastida y Fox, relegando seriamente a la tercera fuerza hasta una posición secundaria aunque no irrelevante. Los resultados derrumbaron en unas cuantas horas la hipótesis de ''los tres tercios'' y sus posibles combinaciones en los escenarios de gobernabilidad, pero con ello también adquirió otro sentido la discusión sobre la naturaleza ''transicional'' del propio ''sistema de partidos'' que a pesar del éxito electoral probó ser una construcción frágil, imposible de ser considerada como definitiva. Sin entrar aquí en los detalles de la situación particular de cada formación partidaria, que sigue siendo una incógnita, es plausible preguntar si esos resultados consolidan el pluralismo emergente de la transición, la cual daría a pie a una recomposición más o menos general o, más bien, nos aproximan en los hechos a un cierto bipartidismo, como era el anhelo expresado en las primeras visiones democratizadoras incubadas en el seno de la oposición panista, cuya declinación ''doctrinaria'' está a la vista.
Una ojeada superficial parece confirmar que el multipartidismo está en boga, pues ocho de los once partidos participantes tendrán representación en el Congreso. Pero esta es una ilusión que se desvanece al comprobar que el número tampoco hace a la calidad en esta materia. Parece fácil, por otra parte, derivar de las cifras electorales que existe, en cambio, una base de sustentación objetiva para el fortalecimiento del bipartidismo, aunque las cosas no son tan sencillas. El problema es que no sabemos a ciencia cierta qué pasará con el PRI, ese otro componente principal del trinomio que sostiene el régimen de partidos. Tampoco es muy predecible el destino del PRD, lo cual hace más difícil aún despejar la ecuación que los resultados nos plantean. Si, por decir algo, la reconstrucción del ex partido oficial tiene éxito y sobrevive a su crisis para llevar a todas sus corrientes a la creación de un frente electoral común, puede ser que la confrontación ''derecha/izquierda'', desaparecida durante la pasada campaña, se imponga en el futuro como el eje de cierta polarización en un marco esencialmente bipartidista. En cambio, si Fox no halla a tiempo un interlocutor fuerte y eficaz, y una oposición digna de ese nombre, el sistema de partidos mostrará sus limitaciones ųpor la pulverización de las fuerzas en el Congresoų y el país se topará de nuevo con el presidencialismo naciente cuyo peso potencial se anuncia ya en las primeras medidas foxianas, en la debilidad de los demás protagonistas y, en general, en las tentaciones integradoras que han depositado en la elaboración de otra Constitución buena parte de sus esperanzas.
La pluralidad, en cambio, exige un sistema que garantice libertad para entrar a la contienda, pero también responsabilidad de los participantes. Un saldo puramente negativo de la legislación vigente (y del proceso mismo) es, por ejemplo, la reactivación lamentable de los membretes con patente de corso que degradan el pluralismo. Si alguna vez se pensó que las alianzas ayudarían a decantar el multipartidismo en varios polos de atracción, el hecho es que en esta ocasión los esfuerzos para unificar el voto propiciaron una grosera falsificación del juego democrático, entorpeciendo el diseño de un esquema partidista más racional y democrático que el existente. Los partidos emergentes no son malos porque sean pequeños sino porque algunos de ellos no son verdaderos partidos. Con excepción de Democracia Social, esos partidos aportaron muy poco o nada, para ser francos, en número de votantes o en calidad de propuestas, pero conservaron el registro. Por desgracia, una vez más la ley sirvió para burlar a la ley sin riesgos, a pesar del IFE y todos los avances en la materia.
Las coaliciones ųque debían ser un extraordinario instrumento democráticoų sirvieron de vehículo oportunista para premiar a grupos que la opinión pública identifica como verdaderas agencias mafiosas o familiares, organizadas sin otro propósito que vivir de los recursos públicos que la ley concede a los partidos registrados. Por eso preocupa que el próximo presidente diga, como lo hizo en Zona Abierta, que el multipartidismo carece de sentido como punto de partida para una reforma electoral, porque la ciudadanía sólo votó por tres opciones, ignorando deliberadamente las condiciones inequitativas de la competencia y el hecho incuestionable de que varios partidos, algunos insignificantes, de cualquier manera tendrán aseguradas sus prerrogativas sin probar siquiera sus propias fuerzas, situación aberrante que se repetirá mientras la ley lo permita. Si el bipartidismo parece improbable y el presidencialismo plebiscitario es indeseable, sólo queda asumir en serio la pluralidad de la sociedad mexicana, admitiendo que ésta desborda por completo a los partidos, pero no puede prescindir de ellos a la hora de practicar una democracia madura y responsable. Es probable que la realidad exija nuevos y mejores partidos y, desde luego, muchos más que dos o tres.
Es pronto para definir una agenda que aborde todos los problemas de la legislación electoral, pero es indispensable asegurar que ésta evite cualquier monopolio tri o bipartidista, impidiendo al mismo tiempo que por la vía de falsificaciones se cancelen las esperanzas legítimas de participación expresadas por numerosos ciudadanos que quieren ser parte en la democracia, actuar sujetos y no como simples consumidores de la mercadotecnia electoral que otros fabrican. *