MIERCOLES 26 DE JULIO DE 2000

 

Ť Bernardo Bátiz Vázquez Ť

Ejido Xochimilco

El acelerado y desordenado crecimiento de la capital del país ha producido, como uno de sus efectos más negativos, la ya tan platicada destrucción del entorno natural del Valle de México. En unos sesenta años, apenas la vida de un hombre, hemos visto, quienes crecimos a la par con la ciudad, cómo ésta ha entubado ríos, desecado lagos, allanado lomas, convertido minas de arena en fraccionamientos de lujo, cañadas y barrancas en basureros o en el mejor de los casos en parques de beisbol; el inmisericorde crecimiento urbano atizado por la necesidad de vivienda, pero también por la codicia y falta de escrúpulos de comerciantes del suelo y autoridades; también ha dado cuenta de comunidades extramuros de la antigua capital, de pueblos indígenas, barrios antiguos y de zonas tan especiales y propias de nuestro paisaje, como el Pedregal de San Angel, que nos parecía eterno a los que nos aventurábamos a recorrerlo cuando era el "mal país", la tierra de nadie.

Todo se fue volviendo homogéneo: grises calles, casitas y edificios iguales, anuncios chabacanos y ridículos, viaductos y ejes viales inhumanos, con los mismos muebles urbanos, sin gusto alguno y sin diferencias ni motivos especiales; no hay ya rasgos propios ni las características peculiares, sólo cemento y asfalto.

De lo poco que nos queda, está Xochimilco, con sus canales, su zona chinampera, su plaza, su iglesia y sus barrios, pero todo ello cercado, sitiado por los fraccionamientos autorizados o clandestinos y por las obras de urbanización y modernización que avanzan sin límites.

Al norte de la delegación, formando aún parte importante de este reducto, dentro del área natural protegida, se encuentra uno de esos pocos espacios que restan del paisaje peculiar del valle; y al que hay que salvar con todos los recursos a nuestro alcance, sean públicos o privados, del gobierno de la ciudad, de la delegación, de la sociedad y sus organizaciones.

Se trata de 204 hectáreas que corresponden a los ex ejidatarios según el decreto expropiatorio de 21 de noviembre de 1989; los terrenos ahí son de humedad, cruzados por apantles y propios para la agricultura peculiar del rumbo: flores y hortalizas, destino que es compatible con su pertenencia a la zona de protección de la ciudad y con la actividad tradicional de sus dueños, los ex ejidatarios. Sin embargo, viejos líderes de épocas ya superadas (uno de nombre Antonio Rosas, entre los más destacados y de más mala fama), pero que conservan poder, influencias e impunidad, pretenden hacer un gran negocio más, convirtiendo ese espacio en redituables fracciones vendibles, con o sin razón o derecho, con o sin papeles, con o sin inscripción en el Registro Público de la Propiedad.

Entre las maniobras de estos líderes y aspirantes a vendedores de terrenos, está la de acumular sobre estas tierras de privilegio y reservadas como pulmón de la ciudad, toneladas de cascajo y desperdicio, para evitar con este posible delito ambiental grave, que se use el suelo para los fines a los que está destinado.

La sociedad entera, empezando por las autoridades de la ciudad y especialmente las de la delegación Xochimilco, deben de poner todo su esfuerzo para evitar que se destruya el vergel a que me refiero y se convierta por lo pronto en un depósito de desechos y más adelante en lugar de asentamientos irregulares, que sólo benefician a quienes cobran por los espacios y ni siquiera a los que los ocupan, pues difícilmente tendrán servicios mínimos y corren además el riesgo de quedarse sin el suelo y sin lo que pagaron a sus falsos líderes.

El asunto es complicado porque se ha dejado correr el tiempo y no se ha actuado con energía contra quienes se han aprovechado de inercias y de la ingenuidad y buena fe de aspirantes a vivienda, para preparar y posiblemente consumar un fraude gigantesco con esas hectáreas. A pesar, sin embargo, de lo avanzado de la depredación y la decadente prepotencia de los líderes, todavía es posible salvar la zona, y a quien lo haga, la ciudad se lo agradecerá.

 

 

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