MIERCOLES 26 DE JULIO DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

Rémoras

El inicio de la tan llamada, como discutida, normalidad democrática, irá presentando numerosas facturas del pasado y que hasta hoy no han sido revisadas con el rigor que merecen y en todas sus ramificaciones y penalidades. La carga de los partidos políticos que gracias a las incautas, mal informadas o mal diseñadas alianzas electorales subsisten como tales, habrá de pesar sobre la adecuada marcha de los asuntos nacionales y sobre el cotidiano esfuerzo de superación de los mexicanos. Y, lo que es más trascendente, obstaculizarán, por su mero existir legislativo y presupuestario, la marcha hacia la madurez que hoy se ha dado en llamar normalidad democrática.

El PVE, el PT, y las minúsculas formaciones del PSN, el PAS o la regional CD que lograron sus registros con el "generoso" auxilio del PAN y el PRD le costarán a los contribuyentes una millonada. Alrededor de 700 millones de pesos anuales. Esto sin considerar los recursos que se les asignen en tiempos de campaña. Cantidades que no son prudentes, sabias, ni redituables pagar, sobre todo si se consideran las condiciones tan precarias e injustas de la hacienda republicana.

La voluntad popular, expresada el 2 de julio, es inequívoca al respecto: no quiere la pulverización partidista. Al menos no la quiere por ahora, que es lo importante a considerar. El PSD, el de Gilberto Rincón y Teresa Vale, se quedó en la raya y no consiguió su registro nacional. Pero aún así, obtuvo más votos que los tres (PSN, PAS, CD) sumados, que sí pasaron a través de la tontería perredista. El electorado asestó un duro golpe a la pretensión de algunos por constituir agrupaciones adicionales. Sólo admitió tres, las más grandes y significativas de su vida organizada como sociedad. El argumento de la representatividad de las minorías no alcanza para justificar esas marginales existencias que se reducen a pequeños grupúsculos usufructuarios de marbetes. Porque eso son los González Torres, los Anaya y Narro o los Dantes, Riojas y anexas.

El sistema autoritario, anquilosado y oneroso por al menos unos 30 años de los 70 que duró su vigencia en los mandos de la República, todavía prolongará sus desvaríos y costos, esta vez en la forma de partiditos que distan mucho de representar a sectores relevantes de la sociedad. La presente generación tendrá que hacerle frente a los daños y perjuicios que, en el entramado social y económico, causaron los graves pecados del oficialismo priísta. Habrá que recordar las ilusiones de grandeza, el patrimonialismo revestido de protector del desvalido, de las promesas incumplidas de bienestar y progreso, del saqueo en nombre de la seguridad, de los crasos errores de muchos de los que gobernaron este despelucado país y que se pavonean tan impávidos como impunes.

Los huecos y excesos que el Cofipe contiene para el registro de partidos, así como las desproporciones en prerrogativas a los mismos, son herencia del uso de recursos presupuestales, las trampas y los afanes por controlar la voluntad de los electores y asegurar el triunfo del partido oficial.

Se materializó, por fin, la alternancia de partido y actores respecto de la más conspicua de las posiciones de poder: la titularidad del Ejecutivo Federal. Y, como una sabia decisión adicional del electorado, se completó el panorama con el equilibrio partidario en el Congreso que hará de la división de poderes una realidad palpable. Con ello, se logra un recambio que ojalá no sea sólo de personas sino de toda una manera de actuar de frente al ámbito público. Es decir, tendrá que encontrarse una correspondencia, precisamente ahí, en lo público, entre las ideas, problemas y soluciones de unos, respecto de los conceptos y prácticas opuestas o complementarias. Ello hará viable la difícil vida democrática y su cultura ciudadana de soporte. Pero esto no sucede en automático ni por obligada derivación, sino por la permanente vigilancia y lucha para el recambio de prejuicios y costumbres paternales, disolventes de las intransferibles responsabilidades individuales, por firmes, claros actos del poder que aseguren la rendición de cuentas, la circulación de ideas, la discusión abierta de opciones, una negociación constante y la participación en las decisiones de crecientes conjuntos de personas.

Los tres partidos grandes entraron, también, en una zona crítica de renovación que busca su permanencia y crecimiento. Nada les está asegurado de antemano, ni aun al PAN, que cree haber triunfado. Tienen, ellos tres, que desprenderse de atavismos y rituales para adaptarse a los vaivenes de un electorado que los premiará o dejará caer sin contemplaciones. Se terminaron los tiempos donde a pesar de los desplantes sin sentido no pasaba gran cosa; donde la opinión pública se constreñía, con respecto a los actores políticos, a una sola persona: el presidente decididor de bienes, destinos y malestares. Pero el sano juego de partidos al que se aspira en el horizonte ciudadano, tendrá, por el tiempo venidero, que desenvolverse a pesar de la rémora que constituirán los pasajeros que se metieron, con ellos y a pesar de los votantes, como un indeseable polizón de la democracia.