SABADO 29 DE JULIO DE 2000

 

Ť Jaime Martínez Veloz Ť

La nueva filosofía de las mujeres y la política

La palabra de la filosofía identifica las estrategias de los grupos humanos, ilumina sus relaciones y construye el concepto que intenta dar referencia a una época. Las mujeres tienen en Guilles Lipovetsky, que hace unas semanas visitó México, una voz que sustantiva y sintetiza lo que su género ha logrado como movimiento histórico y lo que determina su perspectiva.

Su libro que vino a promover, La tercera mujer, será sin duda entusiastamente comentado por los numerosos grupos y sectores femeninos.

En sus conceptos expuestos en las conferencias que dictó y en entrevistas, salta una frase que tiene resonancias para los que pensamos y actuamos en la política pública: "El combate de las mujeres debe darse en todos los niveles de la vida cotidiana porque ya ganaron la batalla más importante: adquirir el derecho de afirmar su independencia personal y económica, hasta conseguir que su lugar no sea preordenado u orquestado de cabo a rabo por el orden social y natural". Y en otra parte: "Son las mujeres quienes, por convicción, deciden no sacrificar su vida privada. Ya dijo Platón que la carrera por el poder es una locura, y no es opresión negarse a él". Y después: "Se creía que la modernidad laboraba para hacer 'tabla rasa' de la división sexual de las normas. En realidad los últimos años han significado una reconci-liación con el pasado".

En México, al igual que en los países desarrollados como Francia, de donde proviene el filósofo de 56 años, la medida de esta independencia y autonomía es la participación de la mujer en el mercado de trabajo. En este sentido, las mexicanas han dado un paso contundente en los últimos 30 años, que han aumentado en 22 puntos porcentuales su participación en la población económicamente activa.

Los sesgos entre una cultura industrial moderna y una en desarrollo son importantes a la hora de referir conceptos universales, pues vemos que las desventajas de esta acción de participación y autonomía, por medio del trabajo, comporta en países dependientes, como el nuestro, pero ligados, en la cultura y en los hechos, a la globalización, una manera desventajosa de las mexicanas respecto a las mujeres de países del Primer Mundo. Y es la misma diferencia, pero multiplicada varias veces, del salario de los trabajadores de nuestro país en relación con los de los países de la posindustria-lización, concepto también de Lipovetsky, desde donde irradia la nueva condición autónoma y autosustentada de las mujeres.

La vulnerable economía de las mayorías, donde la participación de la mujer es factor de sobrevivencia, no siempre podemos verlo como una asunción que motive la independencia y la liberación de la norma, que en naciones desarrolladas ha logrado un "ascenso de la igualdad con la persistencia de la diferencia".

Si bien es cierto que en la cultura política y en los parlamentos, el de las mujeres (equidad de género) es un tema privilegiado, aún estamos a gran distancia de lograr que la igualdad en el trabajo sea una realidad.

Sin embargo, las reflexiones del filósofo francés son pertinentes para abrir preguntas cuando revisamos las cifras de esta participación pujante de las mujeres en la economía.

Por ejemplo, según registros recientes, la mayor participación en el mercado laboral (38 por ciento de los trabajadores son mujeres --15 millones--) se observó entre las separadas y las viudas: 63.6 por ciento y 72.6 por ciento, respectivamente, seguidas por las solteras, con 40.4 por ciento.

Asimismo, el trabajo femenino ya no se reduce principalmente a las jóvenes, como en las décadas de los sesenta y setenta, sino que se ha extendido cada vez más a la población adulta. Ahora, las trabajadoras mayores de 30 años, aun casadas y con hijos, permanecen laborando.

Esto sugiere que el matrimonio sigue siendo un nicho de dominio masculino, al menos en lo que a economía se refiere, y un ámbito especial de la vida privada femenina. La ausencia del hombre, como apoyo económico, aunque no necesariamente emocional, determina que la mujer trabaje.

Por otra parte, es de observar que en México estamos lejos aún de una rigurosa codificación y ejecución de normas que permitan que la mujer participe sin coerciones de género (como el acoso sexual y la discriminación) que limitan que esta independencia y autonomía potencialicen sus capacidades y desarrollo personal.

A su vez, sus retribuciones salariales menores y su reconocimiento escamoteado, según cifras que en otro artículo he presentado, plantean una demanda por la que cotidianamente deben luchar las mujeres dentro de su gremios.

Los impactos del crecimiento de las mujeres, hasta superar a los hombres, como es el caso de la industria maquiladora, aún falta evaluarlos y estudiar sus consecuencias en la vida individual y familiar.

El concepto político se enriquece del concepto filosófico; por eso, este libro de Lipovetsky, que es famoso por sus otras obras, entre las que destaca La era del vacío, aporta elementos que dan nuevos valores al tema.

 

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