SABADO 29 DE JULIO DE 2000
Ť Juan Arturo Brennan Ť
De Toluca a Bellas Artes
Una de las muchas lacras del extraño sistema musical mexicano está en el hecho de que, salvo contadas excepciones, nuestras orquestas no suelen salir de sus sedes a las que parecen estar amarradas de manera indisoluble. Y cuando finalmente un agrupamiento decide hacer una ''gira", no va más allá de acercarse de manera fugaz a una ciudad vecina, para regresar velozmente a la seguridad de su terruño. Una de las consecuencias principales de este estado de cosas es que los públicos melómanos están más o menos bien informados de la situación que guardan sus orquestas locales, pero prácticamente ignoran lo que ocurre con otros conjuntos sinfónicos en el país.
En este contexto, es bienvenida en esta capital la Orquesta Sinfónica del Estado de México, que hace cerca de una década que no pisaba estos terrenos. Doblemente interesante es el hecho de que los cuatro conciertos que la OSEM ha propuesto para el Teatro de Bellas Artes no son de los malamente llamados ''conciertos especiales", sino los últimos cuatro programas de su temporada número 87.
Se trata de una oferta musical que es parte de un proyecto mayor, lo que proporciona congruencia y continuidad en el trabajo cotidiano de la orquesta mexiquense. En este sentido destaca el hecho de que entre todas las obras propuestas para esos cuatro programas sólo hay un auténtico caballito de batalla, el Concierto Emperador, de Beethoven, mientras el resto de la miniprogramación es interesante porque ofrece repertorios menos trillados y aburridos que otras orquestas que suenan simultáneamente en la capital del país. Hace unos días, la OSEM ofreció el segundo de estos cuatro conciertos en Bellas Artes, bajo la batuta del director chileno Francisco Rettig, y demostró que pasa por un momento musical sólido y estable.
El programa en cuestión fue cubierto íntegramente por la Séptima sinfonía de Gustav Mahler, lo que de nuevo apunta a un acierto en la programación, ya que se trata ni más ni menos de la sinfonía más hermética, oscura e indescifrable del compositor austriaco y, por lo mismo, es la que se ejecuta con menos frecuencia de sus nueve sinfonías completas. La audición de esta larga y compleja partitura permitió apreciar que Rettig la preparó a conciencia y con minuciosa atención al detalle, sobre todo en lo que concierne a la bien calibrada diferenciación de los grupos instrumentales.
En lo que se refiere al espíritu de su interpretación, fue evidente también que Rettig eligió la ruta cerebral en lugar de la ruta visceral; me permito añadir aquí que esta no es una observación ociosa, pues en mi opinión las sinfonías de Mahler se prestan alternativamente para un enfoque u otro. Así, bajo la batuta del director chileno la Sinfónica del Estado de México construyó su versión a la Séptima de Mahler con base en un trabajo de pinceladas y de paciente arquitectura, y no a partir de los grandes brochazos expresivos y las expansivas explosiones sonoras.
Gracias a esta visión de corte más apolíneo que dionisíaco fue posible percibir numerosos detalles de esta densa partitura mahleriana, como el énfasis en la muy oscura combinación de tuba tenor y trombón bajo en las primeras páginas de la obra, o el tratamiento no demasiado socarrón de la falsa música turca (de antecedentes más mozartianos que otomanos) que se asoma en momentos selectos del movimiento final de la obra. En la serenata penúltima de la obra, Mahler introduce guitarra y mandolina como elementos programáticos y simbólicos. He de anotar aquí que, a diferencia de otras versiones que he escuchado, en ésta sí fue posible escuchar a la mandolina gracias al balance sonoro propuesto por Rettig. En cuanto a la guitarra, no hay nada que hacer: salvo en versiones grabadas en estudio, es imposible escucharla, lo que hace pensar que en este caso se equivocó ese gran orquestador que fue Gustav Mahler.
En términos generales, y al interior de una versión que resultó muy satisfactoria, a esta Séptima de Mahler sólo le faltó quizá mayor convicción colectiva por parte de director y orquesta para soltarse el pelo y hacer más intensos los pocos momentos explosivos que el compositor propone en esta obra. Quizá trataron con demasiado respeto la acústica de Bellas Artes, que es ciertamente distinta a la de la Sala Felipe Villanueva de Toluca. Sea como fuere, gracias a este buen Mahler a cargo de Rettig y la OSEM fue posible un saludable cambio de dieta musical, sazonado con la bienvenida noticia de que la orquesta de Toluca guarda buen estado de salud sonora. Ojalá que esta mini-gira de la OSEM en Bellas Artes pudiera ser un detonador para, de vez en cuando, mandar a la OSN a la Ollin, llevar la OFCM a la Sala Neza y transportar la OFUNAM a Toluca.