* Tras casi una década, recupera la confianza en su quehacer cinematográfico
Cazals, en favor de reivindicar a Antonio López de Santa Anna
* El personaje, "un militar honrado pero equivocado", opina el realizador de Su alteza serenísima
Miryam Audiffred * Si la historia oficial y los libros de texto pueden condenar a un personaje, la cinematografía es capaz de revivirlo, sacarlo gráficamente de su tumba e impulsar una nueva interpretación de su pasado. Tal es el caso de Antonio López de Santa Anna, quien, mediante el largometraje Su alteza serenísima, del cineasta Felipe Cazals, regresará en octubre a la escena nacional con todo y sus vicios, su carácter voluble y aventurero, su "gran amor por México" y, por supuesto, sin su pierna izquierda. En fin, con toda su condición de hombre.
La figura del oficial monarquista también marca el regreso de Felipe Cazals, quien, después de casi una década de ausencia, decidió acabar con su silencio fílmico mediante una cinta que despertará en las pantallas de todo el país el recuerdo de la pérdida de una gran parte del territorio mexicano --que comenzó con la independencia de Texas-- y el inicio de la larga dictadura ejercida por el oaxaqueño Porfirio Díaz.
"Errores que ahora llaman crímenes"
Pedro Armendáriz hijo, Rodolfo Farías, Blanca Guerra y Ana Bertha Espín --la cual realiza una espléndida actuación-- fueron algunos de los "amigos" seleccionados por Cazals para regresar a la acción y dejar atrás la decepción y desconfianza generada por la realización de Kino (1991-1992), película que, ha escrito Emilio García Riera, resultó una cinta "dispersa y aburrida", debido a los problemas de producción y a su accidentado rodaje.
Así, con toda la confianza que le brinda su larga trayectoria, el director de El apando (1975) regresa de nuevo como guionista para mostrar un país "lleno de alzados, indios reformistas y periodistas de chisguete", y proponer la reivindicación de un hombre que siempre declaró haber cometido en nombre del pueblo "errores que ahora llaman crímenes".
Y es que, para Cazals, Santa Anna es uno de los protagonistas del siglo XIX nacional que no han terminado de ser juzgados.
"Me parece que aún no se ha dicho todo lo que tiene que decirse sobre él, porque la historia oficial lo ha mantenido enterrado desde hace mucho tiempo", pues, añade el director nacido el 28 de julio de 1937, en este país cualquier confrontación obliga a buscar un culpable y a elegir a alguien providencial.
La más reciente película del también creador de El jardín de la tía Isabel (1971) y Aquellos años (1972) recupera los últimos días de "un militar honrado pero equivocado" y la agonía de un hombre que "nunca desmereció" ser nombrado mexicano.
El Santa Anna que interpreta con maestría el actor Alejandro Parodi en la cinta de Cazals es un simple mortal amante del juego e incapaz de descubrir el arribismo de los hombres y las mujeres que lo acompañaron en esa última etapa de su vida, poco antes de llegar a su final, en 1876.
Pero también es el ser omnipresente que ascendió 11 veces a la cima del poder presidencial y el político que, a pesar de ser tratado desde 1853 como Su Alteza Serenísima, fue y sigue siendo para el pueblo un traidor y un renegado.
La película --asegura el director-- plantea uno de los grandes misterios que no han sido descifrados en torno al oficial: "Si la gente que lo rodeó estuvo realmente de su lado".
Por eso, las escenas del largometraje realizado en Jalapa, Veracruz, y presentado la noche del viernes --en función privada-- en los Estudios Churubusco retoman el momento en el que todo el mundo decide pagarle con la misma moneda: la mentira.
Para algunos historiadores, Antonio López de Santa Anna nunca sintió temor de que la campaña de Texas provocaría vergüenza en él, en sus descendientes o en la nación entera.
Se han escrito múltiples libros en torno a su figura --muchos de los que, por cierto, fueron consultados por el director antes de comenzar a escribir el guión de este largometraje-- y aún así es imposible conocer la verdadera situación que imperó en aquel entonces.
Tal es la incertidubre que persiste en la historia nacional que Felipe Cazals está seguro de que los mexicanos "no pueden ver hacia adelante si no saben exactamente de dónde vienen".
De hecho, considera que en un país donde no existe el hábito de la lectura --como es el caso de México-- "el cine representa una aproximación al pasado"; acercamiento que, en su opinión, es tan discutible como el de quienes intentan prefigurar el futuro mediante la ficción.
Si bien tiene la certeza de que la realidad cinematográfica siempre posee algo de ficticio, la filmografía de Cazals no puede desligarse de la historia. Canoa (1975), por ejemplo, está basada en los sucesos acontecidos, en 1968, en un pueblo de la sierra poblana, donde una turba enardecida agredió a dos jóvenes trabajadores de la universidad estatal, a quienes consideraban comunistas. En aquella ocasión hubo muertos y heridos.
También en Las Poquianchis (1976) y en Los motivos de Luz (1985), el director se inspiró en hechos reales para retratar la vida de unas criminales del Bajío y el supuesto asesinato que una mujer de clase humilde cometió contra sus cuatro hijos.
Industria viva e independiente
Han pasado más de 30 años desde que Felipe Cazals decidió sumergirse en el mundo de las imágenes en movimiento para producir documentales como La manzana de la discordia (1968) y Leonora Carrington o el sortilegio irónico (1965). La principal característica de su trabajo sigue siendo la crudeza.
Su alteza serenísima no rompe el esquema de la acidez al presentar un México en el que la miseria es considerada el peor de los males. De hecho, el director expresa que si se trata de buscar una diferencia entre sus realizaciones de antaño y Su alteza serenísima, diría que, en esta última, "he tratado de hacer mi cine lo más sencillo posible: sin rodeos y sin adornos".
Atento a las producciones de las nuevas generaciones y con la autoridad que le da haber formado en 1969 --junto con Arturo Ripstein, Rafael Castanedo, Tomás Pérez Turrent y Paul Leduc-- un grupo enfocado a la producción independiente, Cazals señala que en México ya se debe hablar de "cine de vanguardia", pues, concluye, "películas como Bajo California. El límite del tiempo (de Carlos Bolado) y Del olvido al no me acuerdo (de Juan Pablo Rulfo) dejan bien claro que la industria mexicana está viva y es independiente".