DOMINGO 30 DE JULIO DE 2000

 


* Carlos Bonfil *

Mentiras

En el marco del Séptimo Festival Cinematográfico de la UNAM se exhibe Mentiras (Lies, 1999), la cinta sudcoreana de Jang Sun-Woo que causó sensación en el festival de Venecia, el año pasado, y en el de San Francisco, este año, y que fuera primero prohibida en Seúl, luego proyectada con cortes y clasificación de cinta pornográfica. Por su parte, la novela homónima de Jang Jung, de la que es adaptación muy libre, también había sido prohibida.

Con su relato pormenorizado de una relación sexual, vagamente afectiva, entre Y, una joven estudiante de 18 años y J, un escultor 20 años mayor que ella, Sun-Woo contribuye a su modo a alimentar un debate muy actual sobre cine y pornografía, y sobre el papel que en este tipo de películas desempeñan las mujeres. Hace unos meses se vio en México la cinta francesa de Catherine Breillat, Romance, en la que se mostraba de modo explícito el acto sexual, con la participación de una estrella porno, Rocco Sifredi. El punto de vista de la directora, su reflexión sobre la pureza y la degradación del sentimiento amoroso, muy pronto quedó desvirtuado por la polémica que en los medios suscitaron las escenas sexuales. El escándalo mayor fue que una mujer jugara con el binomio pornografía/expresión artística y mostrara al respecto un enorme desenfado, cuando por dicho territorio sólo se habían aventurado cineastas masculinos ųNagisa Oshima (El imperio de los sentidos), o Pier Paolo Pasolini (Saló o los 120 días de Sodoma). Apenas hace unos meses surgió de nuevo en Francia la polémica. Dos directoras, Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, llegan con su película Baise moi (Cógeme) hasta los tribunales, y pierden ahí contra quienes califican su cinta de pornográfica, obteniendo como fallo judicial una clasificación X que reduce considerablemente su recuperación económica. La película describe, de modo muy gráfico, una violenta revancha femenina en contra de los violadores sexuales, según el esquema dramático de Un final inesperado (Thelma and Louise), pero con elementos gore y representaciones muy realistas del estupro y de la réplica asesina.

Por su lado, Mentiras ha suscitado numerosas descalificaciones. Oportunismo mercadotécnico: las escenas de sexo explícito habrían sido diseñadas para crear un escándalo en los medios. Sexismo y misoginia: se habría explotado a la actriz adolescente transformándola en objeto de consumo voraz. Obscenidad y autocomplacencia: al sexo explícito la cinta añade escenas de sadomasoquismo y coprofilia (gusto por la mierda). En realidad, todos estos anatemas sólo intentan escamotear una imagen perturbadora: la de una adolescente que quiere deshacerse de su virginidad y que para lograrlo recurre a los anuncios clasificados. Ante la posibilidad de perder la pureza en una violación o en un matrimonio arreglado, prefiere ser ella la oficiante de su propio tránsito a la madurez sexual. La cinta se vuelve así un largo ritual iniciático. Frente a su amante manifiesta una rendición total: ''Hay muchos hipócritas, limpios por fuera, sucios por dentro, así que haz de mí lo que quieras". Lo que sigue es su adoración del cuerpo masculino y en particular del falo (''quisiera cortártelo y llevármelo conmigo"), y la idea, repetida por la música pop que acompaña la fotografía acelerada de los encuentros sexuales, de que la carne es fantasía y territorio de exploraciones interminables.

En realidad, el sexo jamás es aquí explícito, sino siempre simulado: no hay erecciones ni un sexo oral presentado con la franqueza del porno, sólo largas secuencias donde el espectador participa de modo voyeurista, en espera del siguiente refinamiento sexual, consciente de que el placer erótico es, entre los dos personajes, eminentemente verbal, y de que ninguno de ellos posee una verdadera densidad dramática. Como en El último tango en París, hay para esta pareja generacionalmente discordante, una búsqueda de lugares de anonimato donde realizar sus pequeñas hazañas eróticas, sus sesiones de flagelación mutua, y sus arrebatos escatológicos. Todos los moteles de Japón serán, para ellos, nidos de amor o templos de capitulación sensual. El carácter ritual de lo representado implica evidentemente repeticiones, a menudo innecesarias, y una escalada en la intensidad de la obsesión sexual; esto puede llegar a fastidiar o a perturbar a muchos espectadores. Un crítico estadunidense recomienda incluso al público elegir los asientos centrales para no ser molestado por todas las personas que progresivamente buscarán la salida.

Mentiras no posee, es cierto, la elaboración estética ni las sugerencias filosóficas de El imperio de los sentidos, pero tampoco es un producto de explotación morbosa. Su factura es semidocumental y su narración en off una crónica de excesos ''psicopatológicos" que pronto se vuelven afirmaciones gozosas de la pulsión erótica. El placer sexual está aquí desligado por completo del imperativo biológico y sobre todo de la sensación de culpa. Mentiras es una cinta libertaria, cosa que nunca es la pornografía. Las confidencias de Y a su compañera de escuela reflejan parte del candor y audacia con que la joven decide alcanzar la plenitud sexual antes de cumplir los 20 años. ''A los moteles no llevaba equipaje alguno, Ƒqué más necesita un ángel inocente?"

Mentiras se exhibe esta semana en Cinemark CNA.