DOMINGO 30 DE JULIO DE 2000

* Se trató de un show de tres horas del Potrillo


Bellas Artes, "desacralizado"

al estilo de Emilio Azcárraga

* Bienvenida especial del dueño de Televisa a las hijas de Fox

Mónica Mateos * La noche del viernes, cuando Televisa grabó el programa Un canto de México con Alejandro Fernández, dos preguntas se repetían en los pasillos del Palacio de Bellas Artes: Ƒquién manda ahora en el recinto?, y Ƒde quién fue la decisión de convertirlo en un foro de televisión de lujo y en un sitio para halagar a las hijas de Vicente Fox?

Anunciado como un "magno evento", en el cual cantaron también Eugenia León, Lourdes Ambriz y Jorge Lagunes, supuestamente "para celebrar los cincuenta años de la televisión mexicana" y "rendir homenaje a la canción nacional del siglo XX", el espectáculo en realidad se trató de un mega show, estilo Siempre en domingo, de tres horas de duración, en el que las celebraciones y homenajes recayeron en otras figuras.

Las jóvenes Fox, Ana Cristina y Paulina, llegaron puntualísimas al máximo recinto cultural del país, maquillado en esta ocasión con las mejores escenografías de El canal de las estrellas. Al ser entrevistadas en el vestíbulo del teatro, la mayor se apresuró a declarar que no sólo asistía al concierto para ver a "su rey" --como ella lo llama--, sino "también me gustan los otros cantantes que estarán; Eugenia León tiene una voz preciosa".

Aunque la cita fue a las 8 de la noche, el inicio del espectáculo se retrasó una hora debido a que muchos de los invitados de luneta no llegaban por culpa de la lluvia y no se podía empezar a grabar teniendo butacas vacías.

La "desacralización" del palacio, anunciada un día antes por los ejecutivos de Televisa (La Jornada, 28/7/2000), consistió ya no en presentar un espectáculo de música popular, sino en usar el sitio como locación o lugar de redefinimiento de jerarquías.

Desde las 18 horas, fuera del recinto, algunos fans del hijo de Vicente Fernández, menos afortunados, hicieron una valla frente a la entrada, con ramitos de flores en las manos y la ilusión de ver pasar a su ídolo y entregárselos. Nadie lo logró, pues el Potrillo ingresó por la puerta trasera y ninguno se animó a pagar los 500 pesos que pedían los revendedores por boletos de lugares en "gayola".

Dentro, Emilio Azcárraga Jean recibía a sus invitados, entre otros, la escritora Angeles Mastretta, el periodista Héctor Aguilar Camín y, con sendos abrazos, a los secretarios de Estado Luis Téllez y José Angel Gurría.

Entre saludo y saludo, Azcárraga corroboró con su asistente que las hijas de Fox ya estuvieran cómodamente sentadas en sus lugares de primera fila. De pronto, se le puso enfrente Gerardo Estrada, director del Instituto Nacional de Bellas Artes, a quien prestó poca atención.

Pero Estrada no se quedó con las ganas de apersonarse también ante los secretarios y se metió entre los asientos hasta llamar la atención de Gurría, quien, entretenido en la plática con su acompañante, no se percataba de la insistencia del director del INBA por estrechar su mano.

Después, Estrada hizo mutis, su asiento no estaba ahí, junto al de quien ordenaba qué hacer y deshacer dentro del teatro del palacio, sino en el primer piso, del cual, a la mitad del concierto, prefirió salirse a platicar que escuchar a Alejandro Fernández cantar boleros.

Como buen anfitrión, antes de que se apagaran las luces de sala, Emilio Azcárr Gente-BellasArtes-jpg aga fue por fin a saludar a las jóvenes Fox y a desearles que disfrutaran el espectáculo que preparó su empresa.

En lugar de un Raúl Velasco, los conductores fueron una acartonada Rebeca de Alba y Enrique Rocha, quien toda la noche lució aburrido. Como en las mejores épocas del programa México, magia y encuentro, el show empezó con bailes folclóricos, interpretados por el ballet que dirige Nieves Paniagua, acompañados con música de Antonio Soler, Juventino Rosas y Eduardo Magallanes, director musical de todo el espectáculo y, en esta ocasión, de la Orquesta Filarmónica Mexicana.

Luego de la obertura y de proyectarse fragmentos de videos de canciones interpretadas por Sara Montiel, Elsa Aguirre, Toña La Negra y María Victoria, el Potrillo apareció vestido de frac. Un tanto nervioso, interpretó los temas Alejandra, Nunca, Morenita mía y Júrame. Hubo fallas de sonido y de coordinación que pronto fueron solucionadas por los floor managers que se atravesaban y vociferaban en pleno escenario; lo prioritario para los organizadores del "magno evento" fue lograr la buena imagen de la señal que se estaba grabando (entre otras gratas impresiones), sin importar que el público presenciara la invasión del proscenio.

Después de cada seis canciones interpretadas, Alejandro Fernández salía del escenario a tomar aire, y entonces tomaban su lugar, brevemente, el tenor Jorge Lagunes, la soprano Lourdes Ambriz, la cantante Eugenia León o el ballet.

La presencia de Lagunes fue tan corta en el espectáculo que a nadie le dio tiempo de comparar la tesitura de su voz y su calidad interpretativa con las de Fernández, que no prendió al público hasta que se puso a cantar lo suyo: las rancheras.

A la soprano Ambriz se le dejó participar más --"por bonita y simpática", dijo un productor--, situación que permitió disfrutar su esplendorosa interpretación a temas como Estrellita, Norteña de mis amores y Pompas ricas.

Cuando se trató de hacer cantar a Alejandro Fernández con Jorge Negrete y Pedro Infante --"por medio de la magia del video"--, al presentar la escena de la película Dos tipos de cuidado, en la que Pedro y Jorge interpretan Ojos tapatíos, el Potrillo se descuadró y los vozarrones de Pedro Malo y Jorge Bueno lo opacaron por completo. Pero "está tan guapote" que todo se lo perdonaron sus admiradoras.

En su turno, Eugenia León entró partiendo plaza con voz y figura al presentar las canciones La Sandunga y Mi querido capitán. A ella la dejaron hacer un par de duetos con el hijo de Vicente Fernández, quien después de media hora de show por fin sacó la casta al cantar Granada, de Agustín Lara.

Los aplausos de Ana Cristina Fox, hasta ese momento reservados, ahora sí fueron más efusivos. Y cómo no, si después "su rey" le cantó --haciéndole ojitos y otros guiños-- Bonita, El andariego, Si Dios me quita la vida y Bésame mucho, entre muchas más.

Con mambos, boleros y danzones dedicados a los "invitados especiales" de esa noche, Un canto de México... concluyó con Huapango, de José Pablo Moncayo, que interpretó la Camerata de las Américas, dirigida por Enrique Patrón de Rueda; luego, confetis y serpentinas cayeron por doquier, mientras Fernández y cantantes que lo acompañaron cerraban con Cielito lindo.