DOMINGO 30 DE JULIO DE 2000
* Cuarta jornada del Festival Caribe Internacional, en Cancún
Sones jarochos y cubanos, bachatas dominicanas y orquesta de tambores
* Los puertorriqueños Bobby Cruz y Richie Ray rindieron cátedra de elocuencia y calidad afroantillana
* Barbarito Torres y Pío Leyva, estrellas de Buena Vista Social Club, en un elenco para conocedores
Pablo Espinosa, enviado, Cancún, QR, 29 de julio * En este imperio de los sentidos que es el Caribe mexicano, una explosión de música, pintura, teatro y danza se desgrana.
La cuarta jornada del Festival Caribe Internacional siguió la elevada intensidad que había dejado de por sí ya en la estratosfera la jornada paradisiaca de reggae la noche anterior. En foros simultáneos, mientras tanto, la tarde y la noche del viernes se llenaron de son cubano, bachata dominicana, sones jarochos, destellos puertorriqueños y el portento de una orquesta de tambores brasileños.
En el estadio de beisbol Beto Avila se produjo una hoguera sónica que duró hasta las dos y media de la madrugada: el Concierto Caribe inició con la orquesta del maestrísimo Barbarito Torres, ese laudista y laudero, ese Stradivarius antillano, ese Amati guajiro, virtuoso de ese instrumento que pulsa y que también construye, pues al ser el laúd instrumento en vías de extinción, son pocos los intérpretes de herramienta tal y que no se trate de expertos en música antigua, sino de cultivadores de música popular, cubana y así el maestro Barbarito no se mide y puso un taller de laudería (dícese del lugar donde se construyen laúdes y, por extensión, violines, violonchelos y otros instrumentos de cuerda) y es capaz de tocar el laúd de espaldas, cual Jimi Hendrix del Caribe, o bien a cuatro manos, cual hermanos (Nannette y Wolfie) Mozart de la música cubana. El laúd de Barbarito Torres: doce cuerdas tensadas por el chachachá.
Como invitado especial de Barbarito otro músico que qué bárbaro, mi gente, Pío Leyva, puso a cantar al viento caliente de la noche que se arremolinaba en la lomita de las responsabilidades (recuérdese que el concierto fue en un estadio de beisbol) y recorría todas las bases en un palo de vuelta entera, como suelen los clásicos denominar, respectivamente, al montículo desde donde lanzan los pitchers, y a los jonrones. Fueron así presentados como "integrantes de Ex Buena Vista Social Club", truco publicitario innecesario pues el escaso público sabía de antemano los manjares a la mano.
Público muy escaso, por cierto y que acusa algunos errores de organización bien remediables: los boletos son carísimos, 300 pesos, y desplazan a los cancunenses que, por paradoja, tienen en el otro foro simultáneo a grupos de igual calidad y a entrada libre. Al igual que cobrar la entrada resulta innecesario, también son perfectamente prescindibles los animadores sosos de esos de playa o de hotel, que, contratados por la empresa cervecera que patrocina una parte de este festival (Ƒsi hay patrocinador tan altopudiente, por qué cobrar la entrada, si no se trata de un festival comercial sino cultural?), aquí aprovechan los interminables intermedios entre que termina un grupo y se instala el siguiente y estos émulos chafas de Chabelo se ponen a vender cervezas desde el micrófono. Los largos intermedios provocan, además, el éxodo paulatino del público no dispuesto a seguir de pie hasta las 3 de la mañana con tal de escuchar música de tan elevada calidad.
Para quienes soportan tales pruebas de resistencia el premio es grande: después de Barbarito Torres se trepó al escenario un bandononón, el grupazo del dominicano Chichí Peralta, con su despliegue poderoso de ritmos y géneros caribeños: bomba, plena, calypso, son y, por supuesto, merengue y unas bachatas de antología, haciendo esquina con el mismísimo vallenato. Luego de otro intermedio interminable, la fiesta en el estadio Beto Avila culminó con una cátedra de música afroantillana: los maestros puertorriqueños Richie Ray y Bobby Cruz con una ejecución de primerísimo nivel. Alucinantes los solos pianísticos de Ray, por igual glosando un concierto para piano de Chopin, que a Edvard Grieg, que la Danza Ritual del Fuego de El amor brujo, de Manuel de Falla, que las síncopas geniales de Oscar Peterson, que las premoniciones de sus alumnos directos e indirectos Eddie Palmieri (quien, por cierto, inaugurará el 18 de agosto un grandioso Festival Internacional de Jazz en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl), Michel Camilo, et al.
Niveles prodigiosos, para quien tome un taxi y recorra Cancún para no perderse ningún evento, ocurren a la misma hora en la plaza pública de Cancún, donde el grupo brasileño Malé Debalé trajo la magia avasallante de los tambores de Salvador, Bahía. Cultura altamente estupefaciente. Placeres del Caribe que ya fueron traducidos por Alejo Carpentier, quien entre otras cosas decía que la música de esta porción del paraíso es un elíxir que se bebe por los oídos. Qué decir del resto de los sentidos. Hasta los ojos se le ponen a uno azul turquesa con tan sólo ver el mar.