MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Antonio R. Cabral *
El problema del aborto
La complejidad del aborto puede analizarse desde varios puntos devista: ético, social, médico, religioso, sanitario, educativo, individual y de pareja. A todos inquieta por igual la disyuntiva de si un feto tiene derecho a la vida, o si los derechos de la madre pueden abolir los de aquél. De la primera a su vez, emana uno de los grandes problemas de la ética aplicada: Ƒes el feto una persona?
La pregunta es tema de debate entre las diferentes posturas filosóficas que han intentado definir qué es una persona, aspecto fundamental en la polémica actual sobre el aborto. Por un lado, hay quien propone que una persona lo es desde el momento mismo de la fecundación del óvulo; otros, en cambio, opinan que una persona es alguien que tiene propiedades sicológicas y capacidad de actuar intencionalmente.
La primera noción no toma en cuenta la inmadurez biológica (Ƒy ética?) de un organismo unicelular; esta ignorancia, que por definición no admite discusión, debe tomarse a pie juntillas. La segunda definición, en cambio, tiene características que permiten relacionarnos afectiva y emocionalmente con el feto. Con ello adquirimos compromisos y obligaciones morales con él.
Perogrullo sabe que un óvulo recién fecundado tiene el potencial de convertirse en un ser humano biológica y moralmente completo. Sin embargo, en este estado de inmadurez el huevo es sólo un proyecto, algo que puede ser.
La palabra aborto tiene esta noción: no surgido, no nacido, Los obstetras de sobra conocen que si una mujer pierde un embarazo cuando ni ella estaba enterada, independientemente del tiempo de gestación, su recuperación física es rápida y con poco sufrimiento moral.
Esa misma mujer, si pierde un embarazo después de haber conocido su estado, tendrá una recuperación física más lenta y su duelo será prolongado. Así, no resulta difícil concluir que estas reacciones tienen que ver con el vínculo afectivo que establece la mujer con su embarazo, y consecuentemente con el segundo concepto de persona definido arriba. Esto mismo explica también las diferentes actitudes morales ante un aborto del primer trimestre de gestación, o frente a uno posterior a ese tiempo.
Como puede verse, las diferentes posturas ideológicas frente al problema del aborto son polares e irreconciliables: una argumenta que la interrupción del embarazo, si se lleva a cabo dentro de los primeros tres meses, no es un asunto que atañe a la moral y por lo tanto no hay por qué prohibirlo.
La postura que da valor moral al óvulo fecundado, en cambio, no sólo prohíbe el aborto, sino que intolerantemente cancela de origen la polémica: no hay nada de qué hablar.
El aborto clandestino en México es una realidad que muchas mujeres enfrentan, y no pocas mueren. Ante este panorama, una sociedad democrática y plural, como quiere ser la mexicana, para ser congruente con esos valores está obligada a brindar todas las opciones posibles para que las partes involucradas, principalmente la mujer embarazada, decidan libre y autónomamente lo que conviene a sus intereses. Hago énfasis en la palabra autonomía: la capacidad que tienen los individuos de autolegislar su vida, de decidir, como dice Stuart Mill, soberanamente sobre su cuerpo y su mente. A esos valores está íntimamente ligado el de la educación: una sociedad educada es una sociedad libre.
El quid para los mexicanos es elegir si, en torno al aborto, queremos educación, autonomía y libertad como parte de nuestra ética cívica; esto es, el mínimo de valores morales que estamos dispuestos a promover y defender no como un método de control natal, sino como una opción a la que las mujeres puedan recurrir sin el temor de ser perseguidas, vejadas y maltratadas por abortos clandestinos mal hechos desde el punto de vista sanitario.
El saludable debate actual en México sobre el problema del aborto no busca verdades definitivas, sino las preguntas y respuestas que lo acompañan. Porque ellas, sigo a Bertrand Russell, aumentan nuestra concepción de lo que es posible, enriquecen nuestra imaginación, concilian nuestros conceptos y disminuyen la cerrazón mental que producen los dogmas y las especulaciones.