MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Zedillo en su tinta

 

* Alberto Aziz Nassif *

El mensaje del sexto Informe de Gobierno del presidente Ernesto Zedillo fue breve, parcial y sin autocrítica, en suma: una síntesis de las contradicciones, silencios y logros de este sexenio. A la hora del balance, el discurso se puede analizar como una estructura argumentativa en cuatro partes: lo que se hizo (la mayor parte del mensaje), lo que no se pudo hacer (y que se limitó a un solo párrafo), lo que no se dijo (los problemas importantes sobre los que se guardó silencio) y lo que se debería haber hecho (pero que la incapacidad o falta de visión impidieron hacer).

El sexto Informe puede ser criticado por sus omisiones y vacíos, pero también por lo dicho. Es una costumbre que en el último informe se haga un balance general.

En esta ocasión fue un mensaje de 50 minutos con el que el presidente Zedillo se despidió al mismo tiempo que dijo adiós a los gobiernos del PRI; a él le tocará entregar la banda presidencial al primer mandatario de otro partido político. Los legisladores priístas guardaron silencio, marcaron su distancia con el Presidente, casi como un reclamo por la derrota electoral. El PRD recurrió a su gastado recurso de las pancartas y el PAN aplaudió el reconocimiento de su triunfo.

Resulta paradójico que en un gobierno cuyo estilo presidencialista fue de lo más descolorido y frágil se hayan dado los cambios más fuertes en la vida pública, en el espacio electoral y en la relación entre los poderes. En el balance no importa si los cambios se dieron a pesar del gobierno de Zedillo o debido a su impulso, lo que interesa son los resultados.

"Soy liberal en lo político y en lo económico", dijo el Presidente y es el primer priísta que no se asume como revolucionario. En su jerarquía hay tres logros: la estabilización de la macroeconomía después de la crisis de 1994-1995; la reforma electoral de 1996, que le dio autonomía al Instituto Federal Electoral; y las elecciones sin cuestionamientos: las de 1997 y, sobre todo, las del 2 de julio de 2000.

Quizá es innegable que Zedillo ejerció el poder sin desplantes prepotentes y que no utilizó facultades extraconstitucionales, pero tampoco se podrá olvidar que no ejerció las facultades políticas y legales de la Presidencia para enfrentar los problemas políticos, negociar y consensar las soluciones. Por cada estrella que tiene esta administración hay igual número de cuestionamientos severos: la estabilización económica tiene dos piedras de molino al cuello: el empobrecimiento de la sociedad, que no se pudo recompensar con más gasto social porque se requiere de un cambio en la política económica que lleve a una redistribución del ingreso, y los costos y trampas del rescate bancario, que tendremos que pagar durante varias generaciones. Estas dos grandes temáticas seguirán en la agenda del país, a pesar de que no hayan merecido una sola mención en el sexto Informe.

Las elecciones han entrado a una regularización, pero todavía falta un largo trecho para terminar con todas las limitaciones (alianzas, voto en el extranjero) y los excesos financieros en materia de financiamiento a los partidos. Los problemas de la política fueron desatendidos: Chiapas deja un saldo muy negativo y una grave descomposición social que se suma al abandono de las negociaciones; los derechos humanos y la seguridad pública son una grave deuda de esta administración de la que sólo se reconoció una pequeña parte; sobre la UNAM y el presupuesto para la educación superior, que ocasionó un largo conflicto de diez meses, ni una palabra tampoco.

El presidente Zedillo hizo de los informes anticlimáticos una costumbre; salvo el discurso de su toma de posesión, en el cual habló de los problemas que le preocupaban a la sociedad, no volvió a tocarlos; no se comunicó adecuadamente con sus gobernados. A la declaración de liberalismo le faltó asumir que el eje de "dejar hacer, dejar pasar" fue aplicado del lado político, porque en el económico se asumió una fuerte conducción gubernamental, un esquema de estabilización con graves costos sociales. Se hizo un rescate bancario y otro carretero, como en el mejor mundo del estatismo; en cambio, se cerró Conasupo, se le quitaron recursos a la educación superior, y se bajaron los subsidios a los alimentos, como en el mejor esquema neoliberal.

De 1994 a 2000, México terminó una parte fundamental de su mudanza hacia la democracia, mas tuvo un presidente distante, sin afecto por el ejercicio del poder y de tanta mesura pasó a la desatención. Ha sido una Presidencia de fin de régimen. *