MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Yo

 

* José Blanco *

El mensaje del presidente Zedillo incluyó algunas definiciones de sencillez y humildad republicanas, muy agradecibles. Recordó que él es un humano más, con una alta responsabilidad temporal; que la obra de gobierno es de humanos y por tanto susceptible de incurrir en errores; y que se integrará a la vida social como cualquier mortal. Seguramente la mayor parte de la sociedad quiere de sus gobernantes probidad, sencillez, responsabilidad, llaneza democrática. La solemnidad acartonada, la ampulosidad tercermundista, y el endiosamiento autoritario y pedestre que comportó el presidencialismo mexicano, hace décadas que debieron desterrarse para siempre. Pero la sociedad mexicana vive aún una contradicción que la apasiona y martiriza: también vive la nostalgia ilusoria del caudillo (dizque) superhombre.

Modestia, recato, llaneza, y aún cierto tímido retraimiento, en efecto, caracterizaron muchas de las actuaciones del Presidente. Más aún, esas actitudes llegaron a afectar su responsabilidad institucional y legal, pero el propio Presidente cree que se trató de tolerancia democrática. Ahí está, por ejemplo, el caso del conflicto de la UNAM. El presidente Zedillo fue omiso en la aplicación de la ley durante meses, y la institución sufrió el mayor daño que se la haya infligido en su historia. La tolerancia frente a la provocación, el delito y el menoscabo inicuo de la institución no puede ser aplaudida sino enjuiciada. Omisa es también, como otro ejemplo, su actuación frente al conflicto de Chiapas. Probablemente algunas de sus reservas respecto al contenido de los acuerdos de San Andrés tengan sentido real y pudieran ser contraproducentes en función misma del futuro de las comunidades indígenas; pero una vez firmados esos acuerdos, incurrió en una gran omisión: nunca volvió a explicar a nadie esas reservas y se dejó al tiempo, que nada cura, el destino del conflicto. El Presidente se limitó a tolerar a los rebeldes.

De pronto, en el mismo mensaje postrero, la realidad de la modestia se vuelve paradójica e inaprensible: el Presidente, en buena medida, hace de sí mismo el eje de su mensaje; el argumento ad hominem, en el que él mismo es el referente, predomina en gran parte de su texto. Cuando el dios del bosque reunió a todos sus moradores, lo hizo para anunciarles el premio a que se había hecho merecedora la violeta, por su modestia: pese a su hermosura, vive en lo más profundo y bajo de la espesura, dijo. Pero cuál fuera el premio, no había sido decidido por la máxima autoridad de la floresta; el premio lo decidiría la violeta misma. ƑQué quieres pequeña florecita? Que despejes, señor, ya, toda la maleza, para que todos puedan ver mi singular belleza.

El argumento ad hominem ha sido correspondido por una buena parte de los medios y los comentaristas: Zedillo es culpable de cuanto mal hoy nos aqueja. Es la contraparte del mismo problema. Empeorado porque una parte de la crítica es incapaz de valorar adecuadamente lo que avanzó el país durante el sexenio: es preferible no ver lo que ha hecho la República, no vaya a ser que algún mérito corresponda al Presidente; no vaya a ser que lo resuelto opaque los problemas que sí existen. Si no reconocemos la realidad, será muy difícil continuar avanzando. Peor aún, creeremos que el cambio de personas, decidido por la sociedad el 2 de julio, podría resolver lo irresuelto.

La crítica que confronta el discurso de toma de posesión de Zedillo, con lo finalmente alcanzado, es injusto e impertinente porque los sueños del Presidente fueron dichos antes del terrible desbarrancadero iniciado a mediados de diciembre de 1994. No pueden reclamarse promesas como si en el medio no hubiera estado la peor crisis financiera que ha padecido México. Y cuando Zedillo elogia sus propias decisiones para salir de la peor crisis, no hay duda, tales decisiones fueron acertadas, pero olvida un pequeñísimo detalle: los 50 mil millones de dólares con los que Clinton apostó a una rápida recuperación del país.

Cuando la crítica dice que Zedillo será recordado como el presidente Fobaproa, tiene en mente la tesis perredista equivocada según la cual Fobaproa es el fraude del siglo. El Presidente tiene razón: sin el Fobaproa habríamos vivido un cataclismo económico imposible de imaginar, pero olvida otro pequeñísimo detalle: también sirvió para que al menos empresarios y banqueros cometieran enormes fraudes de río revuelto, y es la hora que nadie es enjuiciado, por intervención nada clara (el "secreto bancario") del propio gobierno.

Es preciso señalar el incumplimiento de responsabilidades del Presidente. Pero hasta ahora, casi todo lo señalado corresponde al curso del proceso global de la sociedad y a la insuficiencia de sus instituciones. *