MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


* Ugo Pipitone *

Un problema económico (casi) inmediato

Va contra mi temperamento anunciar desastres, cataclismos y ruinas inminentes. Pero una señal roja podría estar a punto de encenderse en la economía mexicana: el déficit de la cuenta corriente. Si las estimaciones no están del todo descaminadas, tocaremos un déficit de 18 mil millones de dólares para fin de año, o sea 3.3 por ciento del PIB. Un indicador que, sin ser preocupante en el corto plazo, nos obliga (terca memoria) a recordar las experiencias recientes de desconfianza de los inversionistas internacionales que produjeron la crisis mexicana de fines de 1994 y la tailandesa de julio de 1997. Ocasiones de problemas propios agigantados y de turbulencias globales.

Como reza el refrán: más vale prevenir que remediar. ƑQué significa prevenir en este caso? Corregir el tipo de cambio y aceptar un pequeño incremento de la inflación. Pero también hay otra cara de la moneda: significa también estimular las exportaciones, crear más fuentes de empleo y aumentar la base imponible necesaria para alimentar nuevas inversiones públicas. Corregir el tipo de cambio significa reducir las tasas de interés y estimular, por esta vía, tanto las inversiones como la demanda de bienes duraderos.

Una cosa es, sin embargo, obvia. Como dice Jürgen Habermas: ha pasado el tiempo del "keynesismo en un solo país". La globalización supone que cada nación debe encontrar sus propias formas para acercarse a sus vecinos y, al mismo tiempo, tratar de navegar en las aguas turbulentas de la competencia internacional. Para lo cual no hay remedios. Y buscarlos sería como tratar de mantenerse al margen de las oleadas innovativas que están destinadas a cambiar (sin énfasis) el rostro del planeta. Permanece intacta, por desgracia, la incapacidad de los gobiernos del mundo para superar el marco regulatorio internacional construido hace más de medio siglo y que, a todas luces, muestra sus debilidades acumuladas frente al nuevo contexto. Persiste la incapacidad política para construir fórmulas de consenso que impidan que la globalización sea ocasión de nuevas exclusiones globales.

Volviendo a Méxido, cuando se viaja con una tasa de inflación apenas inferior a 10 por ciento, es cierto, no hay muchos márgenes para estimular la economía. Pero también es cierto que China, en la década pasada, tuvo una tasa media de inflación de 10 por ciento mientras crecía a una tasa media superior a 11 por ciento. Estoy lejos de creer que la inflación sea problema secundario, pero no debería caber dudas que existen otros objetivos prioritarios que pueden alcanzarse sin pagar costos excesivos en términos de descontrol de los precios y de activación de comportamientos especulativos.

Los precios del petróleo parecerían destinados a una tendencia a la baja en el mediano plazo, así que mantener el crecimiento y, sobre todo, acelerarlo supondrá inyectar en la economía nuevos recursos, tratando de crear las condiciones para mayores niveles futuros de ahorro. Lo que sigue siendo uno de los puntos más frágiles de la economía mexicana. Acelerar el crecimiento significa generar mayores empleos, forzando una escasez de mano de obra que es el mayor y más efectivo instrumento para mejorar la distribución del ingreso. Otro punto doloroso, como saben hasta las piedras. Recordemos que, no obstante los avances de los últimos años, las retribuciones reales siguen estando diez enteros puntos porcentuales por debajo del nivel alcanzado en 1994.

Para no hablar del campo que persiste como espacio de pobreza, mano de obra barata, exclusión, ignorancia y tensiones peligrosas. Recapitalizar el campo requiere dos condiciones: activar un importante flujo de recursos públicos hacia obras de infraestructura y, al mismo tiempo, aflojar rigideces institucionales que traban la formación de estructuras productivas más eficientes. Las enfermedades del mundo rural afectan desde tiempos antiguos la solidez de los edificios económicos que se construyen sobre esos cimientos endebles. La pobreza rural estrecha la generación del ahorro disponible para toda la sociedad, abate los niveles salariales, reduce la posibilidad de crear economías locales integradas y dinámicas y estrecha los márgenes de autosuficiencia alimentaria. O sea, el paisaje perfecto para la escenificación de desastres colectivos.

En conclusión, recordemos que las inversiones de portafolios han crecido en los últimos tiempos y podrían volverse, otra vez, el disparador de problemas capaces de agigantar todos los otros. Más vale corregir que remediar, insisto.