La humanidad
La versión 20 del Foro de la Cineteca tiene un estupendo arranque con La humanidad, cinta premiada en Cannes el año pasado y exhibida por primera vez en México durante el cuarto Festival de Cine Francés en Acapulco. Al igual que La vida de Jesús, primer largometraje del francés Bruno Dumont, La humanidad sorprende primero por su título, vasto y ambicioso; luego, por la extrema sencillez de su factura. La humanidad no es aquí el conjunto de seres que pueblan el planeta, sino la calidad moral que debiéndolos definir, se revela hoy como una de sus grandes carencias. Un joven policía, Pharaon de Winter (Emmanuel Schotté) debe investigar el asesinato de una joven violada. Frente a la cámara, en primer plano, vemos el sexo lacerado del cadáver. Esta imagen brutal es una de las múltiples pruebas por las que atraviesa Pharaon en su descubrimiento de la irracionalidad de su entorno, un pueblo gris, frío, muy semejante al que recorrían en motocicleta los jóvenes racistas de La vida de Jesús.
En el territorio industrial, inhóspito, de Bailleul, al norte de Francia, sólo los conflictos laborales rompen a veces la rutina exasperante. Pharaon vive con su madre, quien vela por la pureza sexual de su hijo de 33 años; los dos mejores amigos del policía son una pareja de enamorados, opuestos a él en todo, en particular en la crudeza con la que expresan sus emociones y apetitos.
La humanidad aborda la pérdida de la inocencia de Pharaon y su confusión moral al sentir la vocación de cargar con las culpas ajenas. Su investigación policiaca refleja una voluntad de expiación, a la manera de un héroe cristiano o de un personaje de Bresson. La cinta es larga. ''Podría durar más ?señala el cineasta?, pero ni un minuto menos". Así lo requiere el itinerario de Pharaon, la meticulosa introspección psicológica de los personajes, los largos planos que describen la morosidad del paisaje y de quienes habitan el pueblo. Y todo ello se traduce en imágenes de una sugerencia extraña, de un naturalismo poético despojado de cualquier artificio.
Como en La vida..., la sexualidad es impulso animal, fuerza instintiva, contacto caprichoso y caótico con la naturaleza. Pharaon es incapaz de vivirla a plenitud, sólo la concibe en los demás, como espectáculo cargado de enigmas. Afectuoso con todo mundo, cuando sus amigos se rebelan contra sus patrones él toma el partido del orden, asume la responsabilidad de su cargo, y sufre por esa decisión y por el alejamiento de sus camaradas. La investigación del crimen, la búsqueda del responsable, el conducir al espectador a dudar de todos, incluso del investigador mismo, convierte rápidamente al thriller en asunto metafísico, en una lucha sorda de las fuerzas del bien y el mal. Explica el director: ''Pharaon se sacrifica demasiado por los demás. Toma a los otros en sus brazos, se funde con ellos y los abraza. Eso es humanidad: la capacidad de sentir tanto a los demás hasta fundirse con ellos".
Una escena hacia el desenlace ilustra esta entrega espiritual
y física. Los contactos que la preceden son difíciles, son
intentos fallidos por encontrar en los demás un reflejo digno de
la humanidad propia. Pharaon vive así solitario e impenetrable,
lleno siempre de enigmas. Como la propia película, que sólo
se deja apreciar cabalmente por el espectador a quien no desaniman la crudeza
y parquedad de sus imágenes, y que se deja envolver en el juego
de personajes fascinantes. En Cannes 1999, la cinta de Dumont causó
gran polémica y conquistó tres premios, uno fue para el mejor
actor, Schotté; otro, para la actriz estupenda que es Severine Caneele
en el papel de Domino. Con apenas dos largometrajes, Dumont es una de las
presencias más sólidas (e inquietantes) del cine francés
actual.
* Carlos Bonfil *