MIERCOLES 6 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Sus dos rostros: urbe moderna y negocios sucios
San Diego, bastión "conservador, racista y muy antimexicano"
* Logan Heights, barrio pobre, pero con lujosa estación policial
Roberto Bardini, corresponsal, San Diego, 5 de septiembre * La propaganda turística define a California como el Golden State y asegura que en San Diego vive "la mitad más rica del estado más rico del país más rico del mundo". Su producción se basa en la agricultura, la manufactura, la tecnología espacial y electrónica, las fábricas de aviones y los astilleros, la investigación científica y, desde luego, el turismo.
En la zona residencial de La Jolla, al norte, viven artistas de cine y productores de Hollywood. Y en el exclusivo Coronado ųal oeste, frente a la bahía de San Diegoų tienen sus mansiones muchos magnates latinoamericanos, incluyendo a varios mexicanos zares del implacable mundo de la industria y las finanzas.
En los amarraderos frente al océano Pacífico están anclados yates cuyo costo y mantenimiento equivale al presupuesto de una pequeña ciudad de América Latina. Sus dueños llegan hacia la avenida costera en automóviles último modelo.
Pero no todo es brillo: con poco más de un millón y medio de habitantes, la ciudad tiene secretos que se ocultan como la pelusa bajo la alfombra.
Logan Heights, al sureste de San Diego, concentra un 70 por ciento de personas de origen mexicano. La zona es de clase media baja, roza la pobreza y presenta la otra cara de la moneda.
El "barrio", como lo llaman los lugareños, no tiene un solo cine o teatro.
Carece de biblioteca pública, centros culturales, cafeterías y hasta de una simple cancha de básket. No cuenta con lugares de reunión social, ni de esparcimiento para adolescentes y niños.
Pero en Logan está enclavada una recién construida y casi lujosa estación policial, que es la segunda más grande de la ciudad después del Departamento de Policía de San Diego, donde está la jefatura.
El edificio es sobrio y, a primera vista, casi agradable. Su impecable fachada exhibe coloridos símbolos indígenas combinados con azulejos estilo colonial, lo que le da "un toque" mexicano. Pero sólo es la fachada: dentro del lugar, entre los agentes de uniforme azul armados hasta los dientes, prevalece una mentalidad de ocupantes de territorio enemigo.
Los agentes baten un récord internacional por la cantidad de implementos represivos que cargan en sus cinturones reglamentarios Sam Browne, además de la pistola automática de 12 tiros. Usan la cabeza rapada al estilo neonazi y exhiben sus inevitables lentes negros, a los que definen como un "factor disuasivo".
A esa paradoja se añade otra: la instalación del enclave policiaco fue una iniciativa del joven concejal demócrata Juan Vargas, un descendiente de mexicanos. La construcción costó 13 millones de dólares y se inauguró en abril de este año.
"Es una bofetada a la gente: aquí hasta los supermercados y los productos que venden son de tercera categoría", dice Cristian Ramírez, nacido en Tijuana hace 23 años y residente en San Diego desde 1988. "Lo único que tenemos de primera clase es ese edificio nefasto, que convierte a Logan en la zona más militarizada después de la frontera con Tijuana, que a su vez es una de las fronteras más militarizadas del mundo".
Ramírez es licenciado en Antropología e Historia y actualmente cursa una maestría en Estudios Latinoamericanos. Trabaja en las oficinas administrativas de la universidad estatal y es uno de los dirigentes de la Unión del Barrio, creada en el Barrio Logan en 1981.
"Luchamos por demandas básicas: viviendas decentes, educación de calidad, salarios dignos, respeto a los derechos humanos", dice.
El activista asegura que San Diego tiene dos rostros: uno, que presenta a una urbe moderna, limpia y ordenada, donde aparentemente es agradable vivir; y otro que "esconde secretos sucios, negociados financieros y lavado de dólares provenientes del tráfico de drogas".
Según Ramírez, la ciudad es "un bastión republicano, conservador, racista, xenófobo y muy antimexicano", y en Los Angeles y San Francisco hay más tolerancia con los trabajadores migratorios.
En San Diego, los mexicanos que viven en el Barrio Logan están empleados en hoteles y restaurantes como conserjes, camareros, cocineros, lavaplatos y personal de limpieza. Muchos, de origen mixteco-zapoteco, son albañiles o trabajan en las cosechas del campo. Las plazas, parques públicos y hasta los jardines del frente de las casas sandieguinas están bajo el cuidado de manos mexicanas.
"A la mayoría les pagan 5.75 dólares la hora, por debajo del salario mínimo", dice Ramírez. "Y hay que tomar en cuenta que San Diego es la sexta o séptima ciudad más cara de Estados Unidos: el departamento más barato cuesta 600 dólares y los impuestos al sur de California son altísimos".
Según el dirigente de la Unión del Barrio, los trabajadores mexicanos hacen "los trabajos más duros y más sucios por un salario de esclavos, y viven en un estado casi perpetuo de clandestinidad".