DOMINGO 10 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Néstor de Buen Ť
Un Informe que no lo fue
es difícil que en los años anteriores, pero muy anteriores, se haya hecho una crítica tan general en contra de lo expuesto por los titulares del Poder Ejecutivo como la que se ha hecho ahora con motivo del mensaje presidencial del pasado 1o. de septiembre.
Lo menos que se ha dicho es que el presidente no rindió un Informe y que se dedicó a tratar de justificar su conducta personal, con alguna pequeña exageración como esa de que tendrá ahora que trabajar para mantener a la familia. Todo dependerá, por supuesto, del presupuesto familiar planeado. Pero, además, sus hijos ya están grandecitos y podrán ayudar al gasto familiar. Trabajo no les ha de faltar. Y, por cierto, hay que reconocerles su absoluta discreción. No han sido noticia en ningún momento y eso es algo que hay que aplaudir.
Yo diría un par de cosas. En primer lugar, que el Presidente cumplió estrictamente el mandato del artículo 69 constitucional que le obliga a asistir a la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso y a presentar "un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país". E hizo exactamente eso, suponiendo sin conceder que la caja de tamaño notable que entregó al presidente del Congreso no haya contenido otras cosas.
En segundo lugar, que su mensaje, que no Informe, no me pareció mal. No porque lo considere completo, ya que le faltaron buenas dosis de autocrítica, sino porque ejerció el derecho de hacer su último discurso importante para justificar su paso por lo que pedantemente (y yo diría que equivocadamente) se suele denominar la Primera Magistratura del País. Me gustó, simplemente, porque fue escueto, bien dicho, con grandes pinceladas que explicaron las dificultades de origen, que no fueron pocas y lo que sin duda es el éxito final: la confirmación de que la democracia llegó, ojalá que para quedarse. Y en eso no hay que regatearle méritos a Ernesto Zedillo.
Fue un buen colofón del fin del milenio y yo diría que jugó un poco como si fuera también el fin del sistema. Que en el fondo, lo es.
Por supuesto que le faltaron muchas cosas y que algunas de las que dijo no son precisamente ciertas, como las optimistas cifras de desempleo, simple resultado de encuestas urbanas en que se mezcla empleo con ocupación. En ningún momento hizo alguna referencia a los problemas laborales del país, que no son pocos, ni a la necesidad de acabar con un corporativismo que aunque ya da sus últimas boqueadas, aún tiene energías. Y si quisiera mencionar más omisiones, me faltaría espacio. Pero la explicación es muy sencilla: ahí esta la cajita y a los legisladores les tocará pedir explicaciones a los señores secretarios de Estado.
Le reconozco a Ernesto Zedillo el derecho a dedicar el mensaje a su propia actuación. La verdad es que no le tocó una etapa cómoda y que más allá de los evidentes problemas de pobreza, que no dejó de citar, sus resultados macro no emocionan demasiado. Ejerció, por ello mismo, el derecho a tratar de justificar su desempeño.
Hay que reconocer, hablando del ambiente, que los priístas mantuvieron un silencio tenebroso y que los panistas, con el premio en la bolsa, siguieron el cómodo camino de la cortesía exquisita. A los jóvenes del PRD les tocó jugar a los carteles, alguno de ellos del regañado con toda razón, Félix Salgado, hoy generoso donante de su discreta motocicleta. Y confieso que no me gustó mucho la carteliza. Me pareció sin gracia, como modelo en desuso.
Notablemente contradictorio, dicho sea de paso, el aplauso mayor al Ejército, quizá con el ánimo de compensar las noticias ingratas de los generales apresados.
Y yo diría que el Presidente contuvo una evidente emoción en los primeros momentos del mensaje, independientemente de la que a todos nos provoca el Himno Nacional, que se oye de manera diferente cuando llevas la banda y representas a la nación. Y después leyó bien, que no es tan fácil.
No es orador que emocione pero es un buen expositor, claro y preciso. Y no sólo leyendo.
Se dio el gusto personal de decir sus cosas. Por supuesto que no debe haber pretendido convencer. Además fue definitivo cuando se ubicó en el terreno de los que no ganaron, y eso sus correligionarios del PRI no se lo deben haber perdonado.
Cumplió con su obligación constitucional. Ejerció al mismo tiempo el derecho a defenderse. Hizo bien. Y yo le deseo un retiro que no lo ocupe demasiado. Pero que no se quede en el desempleo. Aún está chaval.